12ª Estación: Jesús muere en la Cruz
Humillemos a nuestra frente con
el abatimiento más profundo. Tan ardiente
e impetuoso es en la tierra el huracán del
pecado, que ha podido secar, con el soplo
de la muerte, la misma fuente de la vida.
Si yo no muero al pecar, es porque Cristo
ofreció su vida en prenda de mi conversión
y mi rescate.
Rásguese para siempre
el lienzo de mis apegos terrenales, como
el velo del Templo, de Cristo ante la agonía;
salgan de mi alma las pasiones, como los
muertos de sus sepulcros, pártanse
las piedras de mi indiferencia, como
las rocas del Calvario; oscurézcase el sol,
si es preciso, con tal de que mi lengua,
solaz del corazón en estas horas, pronuncie
con frecuencia la bella confesión del jefe
de los soldados romanos:
“Verdaderamente era Hijo de Dios este crucificado”.
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Dios nos ama tanto que hasta ha querido amarnos con un corazón humano traspasado.
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