La encíclica 'Humani generis' de Pío XII, de 1950, 'sobre las falsas opiniones contra los fundamentos de la doctrina católica', refleja tendencias ya latentes en la Iglesia que explotaron después.
El 12 de agosto se cumplen 75 años exactos de la publicación de la encíclica Humani generis, del Papa Pío XII. Este documento sirve para advertir que algunos de los errores actuales ya estaban presentes en la Iglesia bastante antes del Concilio Vaticano II…
El Papa comienza su encíclica recordando que, si bien el hombre puede conocer la verdad por la sola luz de la razón, las verdades de fe están fuera del orden de los seres sensibles y, por tanto, son más difíciles de entender. Por eso Dios nos ha dado la revelación divina, a que el hombre puede adherir… o no.
Entre los errores principales que denuncia Pío XII, está el evolucionismo, que algunos pretenden “extender al origen de todas las cosas”, sosteniendo con temeridad “la hipótesis monista y panteísta de un mundo sujeto a perpetua evolución”, y dando pie a que los comunistas defiendan y propaguen su materialismo dialéctico y arranquen de las almas toda idea de Dios.
El evolucionismo, dice Pío XII, al rechazar todo lo absoluto, firme e inmutable, abre el camino al existencialismo, que rechaza las esencias inmutables de las cosas -los universales- y solo se preocupa de la existencia de los seres singulares. Por su parte, el historicismo, al admitir solo los acontecimientos de la vida humana, cierra el camino a la metafísica y destruye los fundamentos de toda verdad y ley absoluta. Y el deísmo, aunque adhiere a la palabra de Dios, desprecia tanto el valor de la razón humana, como el del Magisterio de la Iglesia, en abierta contradicción con la Sagrada Escritura.
El Papa se queja de que “amando la novedad más de lo debido y temiendo ser tenidos por ignorantes (…) procuran sustraerse a la dirección del sagrado Magisterio, y así se hallan en peligro de apartarse poco a poco e insensiblemente de la verdad revelada y arrastrar también a los demás hacia el error”.
Otro peligro -actualísimo- que denuncia entonces Pío XII es el irenismo: una especie de “pacifismo ecumenista”, conciliador a cualquier precio. Quienes adhieren a esta corriente, “movidos por un celo imprudente”, “pasando por alto las cuestiones que dividen a los hombres, se proponen no sólo combatir en unión de fuerzas al arrollador ateísmo, sino también reconciliar las opiniones contrarias aun en el campo dogmático”. En nombre del ecumenismo, algunos estarían dispuestos a “reformar completamente, la teología y su método a fin de que con mayor eficacia se propague el reino de Cristo en todo el mundo, entre los hombres todos, cualquiera que sea su civilización o su opinión religiosa”. Este tipo de errores ya entonces se enseñaba entre el clero joven y los seglares que se dedican a la enseñanza de la juventud.
En el capítulo titulado Doctrinas erróneas, Pío XII dice que hay quienes procuran rebajar el dogma, despojando a la Iglesia de su tradicional forma de hablar y de los conceptos filosóficos usados por los doctores católicos, con el objetivo de “reconciliar posiciones contrarias aun en el campo dogmático”.
Obviamente -remarca el Papa- “estas tendencias no sólo conducen al llamado relativismo dogmático, sino que ya de hecho lo contienen, pues el desprecio de la doctrina tradicional y de su terminología favorecen demasiado a ese relativismo y lo fomentan”. Pío XII admite, naturalmente, que los términos empleados tradicionalmente por la Iglesia en la teología y el Magisterio pueden ser perfectibles. Pero las nociones y los términos utilizados para definir los dogmas “se fundan, realmente, en principios y nociones deducidas del verdadero conocimiento de las cosas creadas; deducción realizada a la luz de la verdad revelada, que, por medio de la Iglesia, iluminaba, como una estrella, la mente humana”.
Por eso entiende que “es de suma imprudencia el abandonar o rechazar o privar de su valor tantas y tan importantes nociones y expresiones que hombres de ingenio y santidad no comunes, bajo la vigilancia del sagrado Magisterio y con la luz y guía del Espíritu Santo, han concebido, expresado y perfeccionado -con un trabajo de siglos- para expresar las verdades de la fe, cada vez con mayor exactitud” para sustituirlas “con nociones hipotéticas o expresiones fluctuantes y vagas de la nueva filosofía (…); ello convertiría el mismo dogma en una caña agitada por el viento”.
El Papa se lamenta de que “estos amigos de novedades desprecien el Magisterio de la Iglesia al punto de presentarlo como un impedimento al progreso”, “un obstáculo a de la ciencia”, y un freno para la renovación de la teología. Y afirma que, si bien es cierto que “los teólogos deben siempre volver a las fuentes de la Revelación divina”, una especulación que deje de abrevar en el depósito de la fe “se hace estéril”. El Magisterio está ahí precisamente para “ilustrar también y declarar lo que en el depósito de la fe no se contiene sino oscura y como implícitamente”.
Pío XII sostiene que estas novedades han producido “frutos venenosos en casi todos los tratados de teología” al poner en duda cuestiones como la posibilidad de conocer la existencia de Dios por la razón; que el mundo haya tenido principio; la realidad del pecado original; la presencia real de Cristo en la Eucaristía; la doctrina de la transubstanciación y otras importantes cuestiones doctrinales.
En el capítulo II de su encíclica, Pío XII defiende la capacidad de la razón bien formada para comprobar la divina revelación. Refiriéndose a la filosofía perenne, dice Pío XII que ésta ha sido “confirmada y comúnmente aceptada por la Iglesia”, pues “defiende el verdadero y genuino valor del conocimiento humano, los inconcusos principios metafísicos -a saber: los de razón suficiente, causalidad y finalidad- y, finalmente sostiene que se puede llegar a la verdad cierta e inmutable”.
“La verdad y sus expresiones filosóficas", precisa el Papa, "no pueden estar sujetas a cambios continuos, principalmente cuando se trata de los principios que la mente humana conoce por sí misma o de aquellos juicios que se apoyan tanto en la sabiduría de los siglos como en el consentimiento y fundamento aun de la misma revelación divina. Ninguna verdad que la mente humana hubiese descubierto mediante una sincera investigación puede estar en contradicción con otra verdad ya alcanzada, porque Dios, la suma Verdad, creó y rige la humana inteligencia no para que cada día oponga nuevas verdades a las ya realmente adquiridas, sino para que, apartados los errores que tal vez se hayan introducido, vaya añadiendo verdades a verdades de un modo tan ordenado y orgánico como el que aparece en la constitución misma de la naturaleza de las cosas, de donde se extrae la verdad. Por ello, el cristiano, tanto filósofo como teólogo, no abraza apresurada y ligeramente las novedades que se ofrecen todos los días, sino que ha de examinarlas con la máxima diligencia y ha de someterlas a justo examen, no sea que pierda la verdad ya adquirida o la corrompa, ciertamente con grave peligro y daño aun para la fe misma”.
Estos conceptos son por demás interesantes, sobre todo para quienes en filosofía andan a la búsqueda -como hemos escuchado más de una vez- de “algo más nuevito”, como si la metafísica fuera un lavarropas o una heladera.
De ahí deduce Pío XII la necesidad de que la Iglesia siga brindando a sus sacerdotes una excelente formación tomista: “Su doctrina, además, está en armonía con la divina revelación y es muy eficaz para salvaguardar los fundamentos de la fe como para recoger útil y seguramente los frutos de un sano progreso”.
Esta filosofía, obviamente, es despreciada por los defensores de la “nouvelle théologie”, al tiempo que ensalzan cualquier otro sistema filosófico, antiguo o moderno, oriental u occidental, pensando que con algunas leves correcciones pueden conciliarse con el dogma católico. Barbaridades por el estilo se siguen creyendo hoy…
En el capítulo final, denominado Las ciencias, Pío XII distingue aquellos hechos probados fehacientemente por la ciencia de las meras hipótesis. Y aclara que la Iglesia no prohíbe el estudio de las doctrinas evolucionistas -que a nivel físico podrían ser acertadas-, sino que sólo “manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios”.
Sin embargo, cuando se trata de la hipótesis del poligenismo, la cosa es distinta, “porque los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural generación, o bien de que Adán significa el conjunto de muchos primeros padres”. Los científicos actuales apoyan en su inmensa mayoría la teoría monogenista.
En esta encíclica, Pío XII ordenó a todos los católicos prohibir la difusión de los errores mencionados, acatar “con devoción” y cumplir “con toda exactitud” las normas establecidas y evitar “traspasar los límites por Nos establecidos para la defensa de la fe y de la doctrina católica”.
“No crean", culmina, "que cediendo a un falso irenismo pueda lograrse una feliz vuelta -a la Iglesia- de los disidentes y los que están en el error, si la verdad íntegra que rige en la Iglesia no es enseñada a todos sinceramente, sin ninguna corrupción y sin disminución alguna”.
Hasta aquí el resumen de Humani generis. Que el Señor guíe a León XIV por el único camino que puede llevar a la auténtica unidad de la Iglesia: el de la “verdad íntegra”, enseñada “sin ninguna corrupción y sin disminución alguna””.
Álvaro Fernández Texeira Nunes, ReL
Vea también: La Creación - San Juan Pablo II
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