domingo, 17 de agosto de 2025

Evangelio del día - ¿Sería muchísimo mejor escucharlo con la familia proclamado en la Santa Misa Dominical presencial?


 

Libro de Jeremías 38,4-6.8-10.

Los jefes dijeron al rey: "Que este hombre sea condenado a muerte, porque con semejantes discursos desmoraliza a los hombres de guerra que aún quedan en esta ciudad, y a todo el pueblo. No, este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia".
El rey Sedecías respondió: "Ahí lo tienen en sus manos, porque el rey ya no puede nada contra ustedes".
Entonces ellos tomaron a Jeremías y lo arrojaron al aljibe de Malquías, hijo del rey, que estaba en el patio de la guardia, descolgándolo con cuerdas. En el aljibe no había agua sino sólo barro, y Jeremías se hundió en el barro.
Ebed Mélec salió de la casa del rey y le dijo:
"Rey, mi señor, esos hombres han obrado mal tratando así a Jeremías; lo han arrojado al aljibe, y allí abajo morirá de hambre, porque ya no hay pan en la ciudad".
El rey dio esta orden a Ebed Mélec, el cusita: "Toma de aquí a tres hombres contigo, y saca del aljibe a Jeremías, el profeta, antes de que muera".


Salmo 40(39),2.3.4.18.

Esperé confiadamente en el Señor:
él se inclinó hacia mí
y escuchó mi clamor.
Me sacó de la fosa infernal,

del barro cenagoso;
afianzó mis pies sobre la roca
y afirmó mis pasos.
Puso en mi boca un canto nuevo,

un himno a nuestro Dios.
Muchos, al ver esto, temerán
y confiarán en el Señor.
Yo soy pobre y miserable,

pero el Señor piensa en mí;
tú eres mi ayuda y mi libertador,
¡no tardes, Dios mío!


Carta a los Hebreos 12,1-4.

Hermanos:
Ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente al combate que se nos presenta.
Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.
Piensen en aquel que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento.
Después de todo, en la lucha contra el pecado, ustedes no han resistido todavía hasta derramar su sangre.


Evangelio según San Lucas 12,49-53.

Jesús dijo a sus discípulos:
"Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres:
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

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Bulle

Jean-Jacques Olier (1608-1657)
fundador de los Sulpicianos
Lectures spirituelles, 44 (in Lectures chrétiennes pour notre temps, fiche W58; trad. Orval; © 1973 Abbaye d'Orval), trad. sc©evangelizo.org


“¡Yo he venido a traer fuego sobre la tierra!” (Lc 12,49)

Nuestro Señor Jesucristo vive sobre la tierra en las almas y crece en ellas, según las operaciones de su gracia. Así lo hizo anteriormente en su infancia, conversando con su Madre, y continúa en nosotros su vida interior cuando somos únicamente suyos. Lo que ha comenzado en él mismo, lo continúa en su Iglesia, de forma que la vida divina que comunica y es gloria para Dios su Padre, no tendrá fin en la eternidad. Desea que toda la tierra esté ardiente con ese fuego que el envió a la tierra para que devore lo mundano (cf. Lc 12,49). (…)
Nada más suave, que otorgue mayor reposo y consuelo al alma, que el experimentar el arrobamiento por Jesucristo y su Espíritu divino. Para ello no tiene necesidad del carro ardiente de Elías (cf. 2 Re 2,11), sino que con su solo poder nos eleva de la tierra hacia el cielo y del fondo de nosotros mismos nos transporta al seno de Dios. Yo sería infiel a Jesús si no lo urgiera a usted, a su alma, para que ella no repose sólo sobre sí misma, ni un momento. (EDD)

Reflexión sobre el cuadro

El intenso calor del verano puede traer consigo a veces el horror de devastadores incendios forestales. Lo presenciamos todos los años: a principios de este año, los incendios forestales de Los Ángeles, los numerosos incendios de matorrales de las últimas semanas en Grecia, Turquía, Chipre, etc. Se necesitan grandes cantidades de agua y esfuerzo humano sólo para contener las llamas. El fuego se percibe a menudo como una fuerza de destrucción, capaz de cobrarse vidas, hogares e incluso lugares emblemáticos. Muchos de nosotros aún recordamos las inquietantes imágenes del incendio que arrasó la catedral de Notre-Dame de París. Aunque, afortunadamente, no hubo víctimas mortales, la sensación de pérdida fue profunda. Con todo esto en mente, es comprensible que nos sintamos inquietos cuando oímos a alguien decir: "He venido a traer fuego a la tierra". Sin embargo, eso es exactamente lo que Jesús declara en el Evangelio de hoy.

Pero, como ocurre con muchas de las palabras de Jesús, no hay que tomárselas al pie de la letra. El fuego del que habla no es de destrucción, sino de transformación: el fuego del Espíritu Santo. Es un fuego que no quema bosques ni edificios, sino más bien el desorden del orgullo, el egoísmo y el pecado que hay en nosotros, despejando el camino para que crezca una vida nueva. Jesús anhelaba ver el mundo arder con el amor de Dios, un amor que incendia los corazones con propósito y compasión. Su propio corazón ardía con ese mismo fuego por su Padre, y nos invita a arder con él también. A menudo rezamos: "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor". Quizá decimos esas palabras porque sabemos que la llama que hay en nosotros a veces parpadea poco... y anhelamos que se reavive. Por eso rezamos hoy, leyendo nuestro Evangelio.

Nuestro lienzo, pintado en 1881 por Jules Tavernier, representa con inquietante belleza un incendio forestal en Yosemite. Bañado por la inquietante luz de la luna, el paisaje de Yosemite se ve envuelto en llamas. Vemos las llamas arrasando el bosque, el humo enroscándose en el cielo nocturno y la tranquila majestuosidad del valle, luminosa y amenazadora a la vez. El cuadro capta la doble naturaleza del fuego: su belleza y su devastación. Tavernier, originario de Francia, llegó a América como corresponsal de guerra e ilustrador. Finalmente se dirigió al oeste, atraído por la promesa de la frontera y el puro espectáculo del paisaje americano. Fue durante sus viajes por California cuando conoció Yosemite, cuyo dramático terreno le inspiró profundamente. Este lienzo refleja no sólo la grandeza del parque nacional, sino también la fascinación de Tavernier por la luz y las fuerzas sublimes, aunque a veces devastadoras, de la naturaleza.

by Padre Patrick van der Vorst

Oración

Ven, Espíritu Santo,

Llena los corazones de tus fieles

y enciende en ellos

el fuego de tu amor.

Envía, Señor, tu Espíritu.

Que renueve la faz de la Tierra.

 

Oh Dios,

que llenaste los corazones de tus

fieles con la luz del Espíritu

Santo; concédenos que,

guiados por el mismo Espíritu,

sintamos con rectitud y

gocemos siempre de tu consuelo.

Por Jesucristo Nuestro Señor.

Amén.

 (corazones.org)


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