En su catequesis de hoy, el Papa León XIV nos invita a descubrir que la Resurrección de Cristo no se manifiesta en gestos espectaculares, sino en la sencillez del amor cotidiano. El Señor resucitado camina junto a nosotros en el silencio de lo ordinario, transformando el dolor en esperanza y la vida diaria en lugar de encuentro con Dios.
En su reciente catequesis,
el Papa León XIV invitó a los fieles a contemplar un aspecto profundamente
conmovedor del misterio pascual: la humildad de la Resurrección de Cristo.
Lejos de los gestos espectaculares o de las manifestaciones de poder, el Señor
resucitado se presenta ante sus discípulos con la sencillez del amor cotidiano.
“El Señor resucitado no
hace nada espectacular para imponerse a la fe de sus discípulos. No aparece
rodeado de huestes de ángeles, no hace gestos sensacionales, no pronuncia
discursos solemnes para revelar los secretos del universo. Al contrario, se
acerca discretamente, como un viandante cualquiera, como un hombre hambriento
que pide compartir un poco de pan.”
Una
religiosa le hizo al Papa el gesto a forma de corazón
El poder de
lo ordinario
Los evangelios muestran a
un Cristo que se deja reconocer en los gestos más comunes: María Magdalena lo
confunde con un jardinero; los discípulos de Emaús lo toman por un forastero;
los pescadores lo ven como un simple transeúnte. En cada escena, el Resucitado
elige la normalidad como lenguaje de cercanía.
El Papa León XIV subraya
que esta discreción no es un detalle menor, sino una clave de la fe cristiana.
“La Resurrección no es un giro teatral”, afirma, “sino una transformación
silenciosa que llena de sentido cada gesto humano”. Incluso cuando Jesús come
un trozo de pescado ante los suyos, nos recuerda que nuestro cuerpo, nuestra
historia y nuestras relaciones están llamados a la plenitud, no a ser
descartados.
El
Papa saludando a los fieles en la Plaza de San Pedro
La gracia
escondida en lo cotidiano
El Pontífice invita a
descubrir que, en la Pascua de Cristo, todo puede convertirse en gracia:
trabajar, cuidar del hogar, esperar, servir, acompañar. Nada de lo que forma
parte de nuestra vida escapa a la mirada amorosa de Dios.
“La Resurrección no resta
vida al tiempo y al esfuerzo, sino que cambia su sentido y su
"sabor". Cada gesto realizado en gratitud y comunión anticipa el
Reino de Dios.”
Sin embargo, León XIV
advierte de un obstáculo frecuente: la creencia de que la alegría cristiana
debe ser una alegría sin heridas. Como los discípulos de Emaús, a menudo
caminamos tristes porque esperamos un Mesías sin cruz. Pero el Papa nos
recuerda que el dolor no niega la promesa, sino que revela la medida del amor
de Dios.
Un
momento del Papa en la Plaza de San Pedro (@Vatican Media)
Un fuego que
arde bajo las cenizas
Cuando los discípulos
reconocen al Señor al partir el pan, descubren que su corazón ya ardía sin
saberlo. Esa es, para el Papa, “la gran sorpresa de la fe”: encontrar en medio
del desencanto un rescoldo vivo, esperando ser reavivado por la esperanza.
La resurrección de Cristo,
explica, proclama que ninguna caída es definitiva, ninguna herida está
condenada a permanecer abierta para siempre. Incluso en la distancia o el
desánimo, el amor de Dios sigue siendo una fuerza invencible que busca al ser
humano allí donde esté.
“Ninguna caída es
definitiva, ninguna noche es eterna, ninguna herida está destinada a permanecer
abierta para siempre. Por distantes, perdidos o indignos que nos sintamos, no
hay distancia que pueda apagar la fuerza infalible del amor de Dios.”
Un
momento del Papa en su catequesis (ANSA)
El Señor que
camina con nosotros
“Jesús resucitado no se
impone con clamores”, recuerda León XIV. “Se acerca a nuestros caminos —los del
trabajo, el sufrimiento o la soledad— y con infinita delicadeza calienta
nuestro corazón.” Así, la fe se convierte en una experiencia de acompañamiento:
Dios no elimina nuestras pruebas, sino que las habita con su presencia.
“El Resucitado se acerca en
los lugares más oscuros: en nuestros fracasos, en las relaciones desgastadas,
en los trabajos cotidianos que pesan sobre nuestros hombros, en las dudas que
nos desaniman. Nada de lo que somos, ningún fragmento de nuestra existencia le
es ajeno.”
El Papa concluye su
catequesis con una invitación a la confianza: a reconocer la presencia humilde
del Resucitado, a aceptar la vida con sus heridas, y a dejar que cada dolor se
transforme en lugar de comunión. Solo así —dice— podremos volver a nuestras casas
“con un corazón que arde de alegría”: una alegría sencilla, serena, que no
borra las cicatrices, sino que las ilumina con la certeza de que Cristo está
vivo y camina con nosotros.
“El Resucitado sólo desea
manifestar su presencia, hacerse nuestro compañero de camino y encender en
nosotros la certeza de que su vida es más fuerte que cualquier muerte. Pidamos,
pues, la gracia de reconocer su presencia humilde y discreta, de no esperar una
vida sin pruebas, de descubrir que todo dolor, si es habitado por el amor,
puede convertirse en lugar de comunión.”
Un
cariñoso abrazo (@Vatican Media)
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