Hoy recoordamos la vida de
Santa Teresa de Ávila (1515-1582), uno de los grandes gigantes de la
Iglesia. Para entender su lugar en la historia, es útil recordar el mundo
en el que nació: sólo dos décadas después de que Colón abriera el
hemisferio occidental a Europa, y sólo dos años antes de que Martín
Lutero pusiera en marcha la Reforma protestante. Vivió un siglo de
agitación y renovación, incluido el Concilio de Trento, que concluyó
menos de veinte años antes de su muerte. En este turbulento contexto, Teresa
destacó como un faro espiritual cuya influencia se ha extendido mucho más
allá de su tiempo.
En un mundo moldeado en
gran medida por los hombres, Teresa trazó su propio camino. Desafió la
oposición de su padre para entrar en la Orden Carmelita y se convirtió en
una mujer de extraordinarios contrastes: sabia pero práctica, intelectual
pero con los pies en la tierra, mística pero llena de energía para la
reforma. Fue una contemplativa que también se arremangó para renovar su
Orden. Sus escritos, especialmente Camino de perfección y El castillo
interior, siguen siendo tesoros de la espiritualidad cristiana. En 1970
fue declarada Doctora de la Iglesia -la primera mujer en recibir ese
título-, aunque en realidad ya había sido reconocida desde hacía tiempo
como maestra que guiaba los corazones y las mentes de los fieles.
El Castillo interior de
Santa Teresa (escrito en 1577) es quizá su mayor obra maestra espiritual.
En ella describe el alma como un magnífico castillo de cristal, dentro
del cual hay siete mansiones o moradas. Cada mansión representa una etapa
en el viaje del alma hacia Dios, comenzando con las habitaciones
exteriores de la conversión y la oración, moviéndose gradualmente hacia
el interior a través de la purificación, el desapego y una intimidad más
profunda, hasta llegar a la cámara más interior donde el alma disfruta de
la unión mística con Cristo. Teresa subraya que el camino no está
reservado sólo a los místicos: todo cristiano está llamado a entrar en
este "castillo interior", mediante la oración, la humildad y la
perseverancia. En el fondo, el Castillo interior es una invitación a
descubrir que Dios no está lejos, sino que habita ya en el centro de
nuestro ser, esperando que nos acerquemos a Él cada día más.
Nuestro grabado es
de Representaciones de la Verdad Vestida de Fray Juan de
Roxas (1677). La visión de Teresa del Castillo Interior está representada
de forma simbólica. Vemos el castillo ascendiendo en siete niveles, cada
uno de los cuales representa una de las "mansiones" del alma.
Las fachadas se inclinan suavemente, sugiriendo tanto el ascenso como el
estrechamiento de un camino más enfocado hacia Dios. En la base, la
propia Santa Teresa aparece con un libro en la mano, enseñando y guiando
al espectador a través del viaje. El alma está representada como una paloma,
que entra por la puerta del castillo y avanza con paso firme hacia el
radiante Sol divino situado en su centro, imagen de Dios que habita en su
interior. Fuera de los muros, las criaturas salvajes y las alimañas
simbolizan los vicios y las tentaciones que acosan al alma desde el
exterior, pero que no pueden penetrar en el propio castillo. Las
inscripciones colocadas junto a cada puerta indican las virtudes
necesarias para pasar de una morada a la siguiente. Es una imagen a la
vez teológica y práctica: toda la vida espiritual mostrada como una
peregrinación hacia el interior, guiada por la enseñanza de Teresa, desde
los muros exteriores de la conversión hasta la unión más íntima con Dios.
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