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sábado, 18 de octubre de 2025

La oración que Juan Pablo I escribió temblando

 

Pope John Paul I - Luciani
Después de escribir cartas a varios personajes, algunos le reprocharon al Papa Juan Pablo I que no hubiera escrito a Jesús y, temblando, le hizo una oración

Puede ocurrir que al dirigirnos a una persona que percibimos muy superior a nosotros, nuestro cuerpo se ponga a temblar y nos cueste expresarnos. Es lo que el beato Juan Pablo I, conocido como el Papa de la sonrisa, pudo experimentar al escribir una carta a Jesús, que refleja su humildad y su fe.

“Escribo temblando… a Jesús”, encabeza el escrito. Algunos le habían reprochado que no hubiera escrito a Cristo un eclesiástico que había publicado un conjunto de cartas abiertas a varios personajes.

“Tú lo sabes, yo me esfuerzo por mantener contigo un diálogo continuo”, comienza el arzobispo Albino Luciani.

“Pero traducido en carta me resulta difícil: son cosas personales. ¡Y tan insignificantes! Además, ¿qué voy a escribirte a Ti, de Ti, después de tantos libros como se han escrito sobre Ti?”, plantea.

Sin embargo, obedeció a la llamada y escribió un escrito. Algunos fragmentos de su carta muestran un bello camino para dirigirse a Dios cuando alguien percibe su pequeñez pero a la vez el ilimitado amor divino:

Oración

“Temblando,
sintiéndome como un pobre sordomudo
que hace enormes esfuerzos para hacerse entender,
y con el mismo estado de ánimo que Jeremías,
cuando, enviado a predicar, te decía, lleno de repugnancia: 
“¡No soy nada más que un niño, Señor, y no sé hablar!”…

Tú te acercas a los pecadores y pecadoras, comes con ellos,
te invitas Tú mismo, si ellos no se atreven a invitarte.
Das la impresión – es la que yo tengo –
de preocuparte más de los sufrimientos que el pecado causa a los pecadores
que de la ofensa que hace a Dios.

Infundiéndoles la esperanza del perdón, parece que les dices: 
“¡Ni siquiera os imagináis la alegría que me produce vuestra conversión!”…
Hoy todo el mundo pide diálogo, diálogo.
He contado tus diálogos en el Evangelio.

Son 86: 37 con los discípulos, 22 con gentes del pueblo y 27 con tus adversarios.
No perdiste el tiempo en palabrerías.
Curaste milagrosamente a todos los enfermos presentes y dijiste a los enviados:
Id y decidle a Juan lo que habéis visto y oído…
El día en que enseñaste: bienaventurados los pobres, bienaventurados los
perseguidos, yo no estaba allí.

Si hubiera estado junto a Ti, te hubiera susurrado al oído: 
“Por favor, cambia, Señor, tu discurso, si quieres que alguien te siga.
¿No ves que todos aspiran a las riquezas y a las comodidades?
Catón prometió a sus soldados los higos de África,
y César las riquezas de la Galia y, bien o mal, encontraron seguidores.
Tú prometes pobreza, persecuciones. ¿Quién quieres que te siga?”. 

Impertérrito, continúas y te oigo decir:
Yo soy el grano de trigo que debe morir antes de fructificar.
Es preciso que yo sea levantado sobre una cruz;
desde ella atraeré a mí el mundo entero.

Ya se cumplió esta profecía: te levantaron sobre la cruz.
Tú la aprovechaste para extender los brazos y atraerte a la gente.
¿Quién podrá contar los hombres que han llegado hasta el pie de la cruz,
para arrojarse en tus brazos?…

Finalmente, cuando te prendieron y te llevaron ante el Sanedrín,
el sumo sacerdote te preguntó solemnemente: ¿eres o no eres el Hijo de Dios?
Tú respondiste: lo soy. Y me veréis sentado a la diestra del Padre.
Y aceptaste la muerte antes que retractar esta afirmación y negar tu esencia divina”.

Un Papa humilde

Las palabras con las que los santos se dirigían a Dios, además de ayudarnos a rezar “hablan” sobre ellos, sobre su riqueza espiritual. En este caso muestran la humildad y la fe de Juan Pablo I.

Su cercanía con Cristo también queda expresada en esta breve oración que el beato solía rezar:

“Señor, tómame como soy,
con mis defectos, con mis faltas,
pero hazme como Tú me deseas”.

Albino Luciani compartió esta breve oración en una de las cuatro audiencias generales que presidió en su breve papado el año 1978.

Aquel día también relató una entrañable anécdota de su infancia para explicar sencillamente lo que es la fe:

“Mi madre me solía decir cuando empecé a ser mayor: de pequeño estuviste muy enfermo; tuve que llevarte de médico en médico y pasarme en vela noches enteras, ¿me crees? ¿Cómo podía contestarle, mamá, no te creo? Claro que te creo, creo lo que me dices, y sobre todo te creo a ti. Así sucede con la fe. No se trata solo de creer las cosas que Dios ha revelado, sino creerle a Él, que merece nuestra fe, que nos ha amado tanto y ha hecho tanto por amor nuestro”.

Patricia Navas, Aleteia 

 Vea también    Etapas de la Fe




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