Este spot ha sido difundido por diversos canales de televisión en Thailandia. El profesor Alfonso Méndiz nos cuenta que se trata de una historia muy edificante de superación personal, pero también de amor a la música y, sobre todo, de amistad delicada entre un anciano comprensivo y una muchacha soñadora.
Al principio, vemos a una niña que contempla a un violinista vagabundo. El relato se centra en el sonido: los primeros acordes del Canon de Pachelbel, en tono bajo y apagado; los ruidos de la calle; la voz gritona de su hermana que destruye todos sus sueños: "¿Un pato que puede volar? ¿Y un muerto que toca el violín?". Es lo que había escrito en una redacción… Entonces descubrimos que la chica es sordomuda, y que –abatida por la crudeza del entorno– ha dejado el más hermoso de todos sus sueños: aprender a tocar el violín. El viejo vagabundo, que por su edad avanzada debería estar de vuelta de todo, es quien enciende en ella la llama de la ilusión. "¿Ya no tocas el violín?", le pregunta por gestos; y ella baja la cabeza avergonzada. Más tarde, desahoga su pena con él: "¿¡Por qué soy diferente a los demás!?". Y él responde, también con gestos: "¿Y por qué tienes que ser tú como los demás?".
En el silencio de la conversación sin palabras, el viejo le confía su paradójico secreto: "La música… es algo visible. Cierra tus ojos, y lo verás". Empieza entonces el Canon de Pachelbel, ahora con más alegría y vitalidad. Es lo que él tocaba, lo que ella aprendió antaño del vagabundo. Y vemos cómo crece su espíritu, y la música, y el afán de aprender. Vemos su mejora, su crecimiento, su lucha...
Esta historia de una sordomuda que aprende a tocar el violín -contra todo pronóstico, contra la lógica de los sentidos- es una enseñanza vital. Nos habla de abrir nuestro corazón a la esperanza, de creer que los sueños son posibles, y de luchar por conseguirlos con todas nuestras fuerzas. El amor mueve montañas. Y la fe también. Por eso, esa hermosa solidaridad entre los desvalidos –una sordomuda y un viejo de la calle– es el mejor espejo donde podemos mirarnos para aprender a vivir.
Al principio, vemos a una niña que contempla a un violinista vagabundo. El relato se centra en el sonido: los primeros acordes del Canon de Pachelbel, en tono bajo y apagado; los ruidos de la calle; la voz gritona de su hermana que destruye todos sus sueños: "¿Un pato que puede volar? ¿Y un muerto que toca el violín?". Es lo que había escrito en una redacción… Entonces descubrimos que la chica es sordomuda, y que –abatida por la crudeza del entorno– ha dejado el más hermoso de todos sus sueños: aprender a tocar el violín. El viejo vagabundo, que por su edad avanzada debería estar de vuelta de todo, es quien enciende en ella la llama de la ilusión. "¿Ya no tocas el violín?", le pregunta por gestos; y ella baja la cabeza avergonzada. Más tarde, desahoga su pena con él: "¿¡Por qué soy diferente a los demás!?". Y él responde, también con gestos: "¿Y por qué tienes que ser tú como los demás?".
En el silencio de la conversación sin palabras, el viejo le confía su paradójico secreto: "La música… es algo visible. Cierra tus ojos, y lo verás". Empieza entonces el Canon de Pachelbel, ahora con más alegría y vitalidad. Es lo que él tocaba, lo que ella aprendió antaño del vagabundo. Y vemos cómo crece su espíritu, y la música, y el afán de aprender. Vemos su mejora, su crecimiento, su lucha...
Esta historia de una sordomuda que aprende a tocar el violín -contra todo pronóstico, contra la lógica de los sentidos- es una enseñanza vital. Nos habla de abrir nuestro corazón a la esperanza, de creer que los sueños son posibles, y de luchar por conseguirlos con todas nuestras fuerzas. El amor mueve montañas. Y la fe también. Por eso, esa hermosa solidaridad entre los desvalidos –una sordomuda y un viejo de la calle– es el mejor espejo donde podemos mirarnos para aprender a vivir.
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