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martes, 27 de febrero de 2018

353 ¿Su Fe es la Fe de la Iglesia? ¡Compruébelo!

Esta es nuestra Fe, la Fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro

mandamientos de la ley de dios


353. ¿Para qué adoramos a Dios?
Adoramos a Dios por su existencia y porque la reverencia y la adoración son la respuesta
apropiada a su aparición y a su presencia. «Al
Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto» (Mt 4,10). [2095-2105, 2135-2136]


Pero la adoración a Dios sirve también al hombre, pues le libera del servicio a los poderes de este mundo. Donde ya no se adora a Dios, donde él ya no es reconocido como el Señor de la vida y de la  muerte, otros usurpan su lugar y ponen en peligro la dignidad humana. 



adorar a dios


* El texto (pregunta y respuesta) proviene del Youcat = Catecismo para Jóvenes. Los números que aparecen después de la respuesta hacen referencia al pasaje correspondiente del Catecismo de la Iglesia Católica que desarrolla el tema aún más. Basta un clic en el número y será transferido.

LA IMPACTANTE CONVERSIÓN DE MARCELA

Tres años después de su conversión, Marcela Araya compartió su testimonio en la iglesia del Monasterio de Santa María Magdalena, de las Madres Agustinas, en Barcelona. Nazaret TV lo recogió en este vídeo





lunes, 26 de febrero de 2018

Lecciones de historia tras años de islamismo. por Majid Rafizadeh. Gatestone Institute


Lecciones de historia tras años de islamismo


En Irán, mi generación, la primera después que el islamismo 
llegó al poder, se llama Generación Quemada (persa: Nasl-e 
Sukhteh). Nuestra generación ganó este nombre por tener que 
soportar la brutalidad del régimen islamista y teocrático desde
 el momento en que nacimos, hasta la edad adulta. Esta brutalidad incluyó los implacables esfuerzos del régimen, como las ejecuciones masivas para establecer su poder, imponer sus
 reglas bárbaras y restrictivas, lavarle el cerebro a los niños y 
adoctrinar a la generación más joven con su ideología extremista 
a través de diversos métodos, incluyendo escuelas primarias,universidades, publicaciones de medios controlados 
por el estado, imanes y mezquitas locales, y la promoción de 
cantos como “Muerte a América” y “Muerte a Israel”.
MAJID RAFIZADEH
Las mujeres y los hombres fueron segregados. A los adolescentes se les 
impidió realizar actividades diarias consideradas inofensivas por la mayor parte
 del mundo. Cualquier tipo de actividades sociales agradables fueron prohibidas, incluyendo escuchar música, bailar, beber, salir, participar en un campeonato de ajedrez a menos que llevaras hijab o asistir a un partido de fútbol u otro evento deportivo si los jugaban hombres. Si te hacía sonreír, si te daba esperanzas, probablemente fuera contra la ley, como qué se podía usar, con quién se te 
permitía hablar, qué se podía escuchar y si rezas o ayunas durante el Ramadán. Incluso los temas más personales y privados se convirtieron en asunto de las 
fuerzas del régimen.
El objetivo principal de estas restricciones y el intenso control de la gente, especialmente los jóvenes, era que el régimen ampliara su agenda islamista
 tanto a nivel nacional como internacional. Estas leyes se aplicaron con castigos crueles y violentos, como la flagelación pública junto con la amenaza de consecuencias aún más graves, incluida la lapidación, la ejecución pública y
 las amputaciones. Mi generación creció en una atmósfera de terror. Mientras 
que el resto del mundo se volvía más moderno y desarrollado, nos dejaron lidiar
 con las siguientes leyes y restricciones islamistas que eran imposibles de obedecer.
Mi generación en Irán debería verse como una lección para Occidente. Casi todos 
los estados (y actores no estatales) subestimaron el poder que estos islamistas
podían ejercer. Las señales de advertencia fueron pasadas por alto. Nadie creía 
que un cambio tan enorme podría ocurrir y aplicarse. Muchos subestimaron los crímenes que estos islamistas estaban dispuestos a cometer para mantener su 
poder una vez que obtuvieron el control. Hasta el día de hoy, continúan 
demostrando que no hay límites a la crueldad y falta de humanidad que emprenderán, como llevar a cabo ejecuciones en masa,ejecutar a niños y 
mujeres embarazadas, lapidación, amputaciones, ahorcamiento público, 
flagelación, tortura y violación solo para mantener este poder.
Muchos subestimaron la estrategia de hablar suave que estos islamistas 
usaron durante décadas para tomar el poder. El grupo radical del ayatolá 
Jomeini engañó a muchos iraníes y a la comunidad internacional para que 
creyeran que eran personas pacíficas y divinas. Una vez que tuvieron poder, 
se reveló la verdad; para entonces ya era demasiado tarde para evitar el abuso 
que se desarrollaba.
La generación de mi padre en Irán vivía en un ambiente en el que el partido
 islamista del clero del país se representaba ingeniosamente como alguien que
 no pretendía causar daño, que apoyaba al pueblo y que no estaba interesado en 
el poder. Entonces, antes de la revolución, muchos iraníes no pensaban que el partido de Jomeini cometería las atrocidades que están cometiendo ahora o que tendrían un hambre tan implacable de poder.
En cambio, el país pensó que estaba en un sendero tranquilo hacia la 
democracia,sin la expectativa de regresar a una era bárbara. Incluso 
entonces, el presidente de EE.UU., Jimmy Carter, consideraba a Jomeini 
como un buen hombre religioso y sagrado. Según documentos recientemente desclasificados, la administración de Carter allanó el camino para que 
Jomeini regresara a Irán. Muchos eruditos internacionalmente conocidos 
como Michelle Foucault tuvieron una gran opinión de la revolución islámica. 
El entusiasmo de Foucault se puede ver en sus artículos 
en periódicos europeos, escritos justo antes y después de la revolución.
Se retrataron a sí mismos como líderes del pueblo, como espirituales y 
pacíficos. Sin embargo, una vez que los islamistas llegaron a la cima, se 
desató el infierno.  Tan pronto como tuvieron un dominio absoluto sobre 
el país, cambiaron de rumbo para convertirse en uno de los regímenes más despiadados de la historia. Una vez en el poder, se reveló su verdadero rostro; 
en ese punto, no había forma de volver atrás.
Miles y miles de personas fueron ejecutadas simplemente por expresar su 
opinión. Muchos también murieron por crímenes que probablemente no 
cometieron. La ley islámica (sharia) del partido gobernante chiita fue impuesta
 a todos. Las mujeres fueron obligadas a usar un hijab y se les privó de sus 
derechos. Ya no podían salir 
del país sin el permiso de sus maridos. Una mujer no puede trabajar en 
ninguna ocupación si su esposo no está de acuerdo. El testimonio de las 
mujeres en la corte, bajo la sharia, vale la mitad de un testimonio de un hombre.
 Las mujeres tienen prohibido seguir ciertos campos u ocupaciones educativas,
 como ser jueces. Las mujeres tienen prohibido ingresar a estadios deportivos o ver deportes masculinos. Las mujeres tienen derecho a recibir la mitad de la herencia que sus hermanos u otros parientes varones.
Muchos se sorprendieron de que este partido político, que habló sobre la religión 
de la paz, hiciera tales cosas. Los iraníes, sin embargo, no solo se sometieron a 
estas nuevas leyes; se levantaron en señal de protesta. Este levantamiento se encontró con la tortura, la violación y la muerte. Con el régimen ansioso por eliminar a cualquiera que se atreviera a resistir, la gente no tuvo más remedio que rendirse. Las actividades diarias de todos estaban ahora bajo el escrutinio de los islamistas.
En un período de cuatro meses, unos 30,000 prisioneros políticos fueron ahorcados simplemente por presuntas lealtades a grupos de resistencia antiteocrática, principalmente el PMOI, incidentes ignorados por los medios de comunicación.
Estos son solo algunos ejemplos de las atrocidades de los islamistas que se apoderaron de un país que alguna vez prosperó y se modernizó. La información
 sobre sus crímenes de lesa humanidad llenaría varios libros. Por mal que puedan pensar de todo esto, deben comprender que la realidad es mucho, mucho peor. La República Islámica de Irán, según Human Rights Watch, se convirtió en el líder mundial en ejecución de niños. La edad legal para que las niñas se casen se redujo a 9. Las mujeres necesitabanla aprobación de sus padres para casarse, y las niñas no podían objetar la decisión de su tutor de casarlas.
Puede ser difícil de creer que una fuerza tan asesina pueda llegar al poder tan fácil y rápido. Lo que es importante entender es que los islamistas y sus seguidores trabajan encubiertamente en una sociedad durante décadas para engañar a la gente y llegar a la cima. La de Irán fue una toma de poder meticulosamente planificada que nadie vio venir. La disposición de los islamistas a ser pacientes para completar su control de la sociedad no puede subestimarse.
A pesar de leer abiertamente sobre todo esto, muchos todavía pensarán que es imposible que algo así suceda en su país. Lo que no entienden es que Irán es un ejemplo de cuán exitoso puede ser este meticuloso arrebato del poder.
Al ver estas estrategias astutas y calculadoras, los islamistas de otros países, incluido Occidente, siguen las mismas técnicas en el camino hacia la toma del poder. Es un proceso silencioso y sutil, hasta el momento en que te despiertas sin derechos, una cultura de miedo y ninguna promesa de que vivirás en libertad o incluso verás el día siguiente.
Ahora, esos islamistas, a quienes casi todos despreciaron, no solo han estado en el poder durante casi cuatro décadas; han expandido su ideología expansionista a otras naciones y han obtenido el primer premio como principal patrocinador estatal del terrorismo y uno de sus principales verdugos.
Esta es una lección de historia que los países occidentales y no islamistas no pueden permitirse ignorar. No se trata solo de historia; se trata de lo que puede suceder en cualquier momento, en cualquier país. Se trata de lo que está sucediendo en este momento, debajo de nuestras narices: en el este de Asia, Canadá, América del Sur y Europa. La única defensa es reconocerlo y enfrentarlo desde sus raíces, antes de que tenga la oportunidad de cortejar a sus políticos. Una vez que se preocupan más por su popularidad entre los votantes que por el futuro del país donde los eliges, estás acabado. Una vez que hay control de las urnas, habrá más y más control sobre cada aspecto de su vida, destruyendo cualquier futuro que hayas planeado y dejando el país que una vez amaste en ruinas.
El Dr. Majid Rafizadeh es estratega y asesor comercial, estudioso de la ciencia de Harvard, politólogo, miembro de la junta de Harvard International Review y presidente del Consejo Americano Internacional para Oriente Medio. Es autor de varios libros sobre el Islam y la política exterior de EE. UU. Él puede ser contactado en Dr.Rafizadeh@Post.Harvard.Edu
Fuente: Gatestone Institute – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudíoMéxico

https://www.gatestoneinstitute.org/11889/iran-history-lessons


Wiederholen, aleteia

352 ¿Su Fe es la Fe de la Iglesia? ¡Compruébelo!

Esta es nuestra Fe, la Fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro

 yo soy el señor tu dios


352. ¿Qué significa: «Yo soy el Señor, tu Dios» (Éx 20,2)?

Puesto que el Todopoderoso se nos ha mostrado como nuestro Dios y Señor, no debemos poner nada por encima de él, ni considerar nada más importante ni conceder a ninguna otra cosa o persona prioridad sobre él. Conocer a Dios, servirle, adorarlo es la prioridad absoluta en la vida. [2083-­2094, 2133-­2134


Dios espera que le prestemos toda nuestra fe; debemos orientar toda nuestra esperanza a él y dirigir todas las fuerzas de la caridad hacia él. El mandamiento del amor a Dios es el mandamiento más importante de todos y la clave para todos los demás. Por eso está al comienzo de los diez mandamientos.


yo soy el señor tu dios


* El texto (pregunta y respuesta) proviene del Youcat = Catecismo para Jóvenes. Los números que aparecen después de la respuesta hacen referencia al pasaje correspondiente del Catecismo de la Iglesia Católica que desarrolla el tema aún más. Basta un clic en el número y será transferido. 

Querer cambiar de sexo hace daño


Una de las presencias más esperadas en el I Congreso Internacional sobre Género, Sexo y Educación celebrado el viernes pasado en Madrid era la de Walt Heyer, quien se sometió a tratamientos hormonales y quirúrgicos para intentar vivir como una mujer y al cabo de unos años hubo de volver atrás, con algunos efectos irreversibles. Sus palabras son un testimonio clarificador sobre el daño que se le puede hacer a una persona abordando con prejuicios ideológicos, aunque bajo el paraguas de la intervención médica, un problema psicológico.







“Los niños, sanos o enfermos tienen una sabiduría innata, casi instintiva” |

Entrevista a Anne-Dauphine Julliand por ‘Ganar al viento’

La directora de cine parisina de 45 años, Anne-Dauphine Julliand, sabe de lo que habla. Hace un año perdió a segunda hija cuando la niña tenía once años; años atrás había perdido también a Thais, cuando ésta solo tenía tres.
Las dos padecían leucodistrofia metacromática (ELA). Recientemente ha estado en Madrid con motivo de la promoción del filme ‘Ganar al viento’, su debut en el largometraje que el 9 de febrero se estrena en cines, donde afronta, en un optimista documental, la vida de unos niños diagnosticados con patologías graves.
¿Cómo nace esta película?
A partir de una experiencia personal. Yo tenía una niña, Thais, que estaba muy enferma. Thais, abrió mi corazón y me enseñó a apreciar cada momento de la existencia.
Me di cuenta que una hermosa vida no se mide por el número de sus años. Ella volvió a conectarme con mi niño interior y re-aprender a preocuparme sólo con lo que está ocurriendo en el momento.
En este proceso conocí también muchas familias afectadas por la enfermedad de un niño, y vi el poder de la “despreocupación” de esos niños, de vivir el “ahora” y entendí hasta qué punto su visión de la vida podía alterar la nuestra.
Así que se me ocurrió que tenía que mostrar esto de una manera diferente. La idea de este documental vino a mí, como la única manera de darle voz a los niños.


¿Cómo trabajó el guión?
No hay un guión como tal, es compartir unos momentos de la vida de los niños, que juegan, hacen teatro, van al colegio y también al hospital. Es su voz y sus opiniones en todo momento.
Lo que sí tenía claro es que tenían que serniños de entre 5 y 9 años, porque la adolescencia ya sería otra película; y que fueran niños que ya conocen su enfermedad de hace tiempo, porque sé que el momento del diagnóstico es muy delicado y no quería poner la cámara en ese momento tan íntimo.
¿Por qué un documental sobre niños con enfermedades graves?
En realidad todos los niños, sanos o enfermos tienen una sabiduría innata, casi instintiva, viven con intensidad cada momento.
No proyectan en el futuro el dolor del momento, no tienen miedo, el impulso de vida y de ser feliz es más fuerte que todos los obstáculos.
Los adultos también hemos sido así, todos empezamos siendo niños, solo que lo hemos olvidado y debemos recordar y rescatar esa parte de nosotros.

Anne Dauphine Julliand Via Facebook

¿El filme podría ayudar a descubrir nuestra forma de ver la vida? 
Espero que así sea. Realmente los que nos enseñan son los propios niños. C
omo comentaba anteriormente, los niños viven el presente y no ponen su felicidad en manos de las circunstancias. Creo sinceramente que ser feliz es una decisión interior.


¿Qué pide al espectador cuando salga del cine?
Me gustaría recomendar al espectador que cuando entre en la sala vea la película, no con los ojos de un adulto, sino con los de un niño.
Sólo de este modo logrará disfrutar y captar la esencia de sus protagonistas. Espero que al salir del cine, sea capaz de quitarse capas y ser auténtico.
¿Por qué cree que el espectador necesita conocer este tipo de historia?
Quizás porque todos necesitamos un soplo de aire fresco, una bocanada de vida y comprender que tenemos que ser más sencillos, preocuparnos menos por las cosas accesorias y centrarnos más en lo que nos rodea… pero de cerca: lo que más queremos, lo que nos hace recuperar nuestra esencia.
¿Qué le falta al cine de nuestros días y qué le sobra? 
Me gustaría que tuviera más verdad.
José Luis Panero, aleteia

domingo, 25 de febrero de 2018

8 síntomas del alcohólico

Tomar en nuestras manos la propia vida e impedir al alcohol que nos gobierne es el primer paso para empezar a pensar en un nuevo estilo de vida. 

El abuso del alcohol no nos lleva a nada bueno. Saber beber en compañía de los demás, con moderación y disfrutando un momento de sana amistad es algo bien distinto que el consumo excesivo del alcohol y de la dependencia de bebidas alcohólicas.
Estar bien informado es el primer paso para evitar malas costumbres que pueden llevarnos al alcoholismo. La dependencia del alcohol se refleja en la necesidad de beber de forma habitual cantidades excesivas de alcohol durante un período prolongado de tiempo hasta transformarse en adicción.
La dependencia puede asociarse con problemas de salud psicológicos y físicos que tienden a afectar gravemente las relaciones con los demás en todos los contextos: familiares, amigos, trabajo. 
Algunos síntomas de la dependencia del alcohol son:
  1.  La necesidad de beber controla la propia vida: La dependencia del alcohol generalmente se caracteriza por la necesidad imperiosa de beber alcohol y la incapacidad para limitar la cantidad o dejar de beber.
  2. Tolerancia alcohólica: Cuando se bebe habitualmente, el cuerpo se acostumbra a tener mucha cantidad de alcohol experimentando la necesitad de beber cada vez más para sentir sus efectos.
  3. Desinterés: Negar otros intereses en favor de actividades que implican beber alcohol
  4. Ocupado: Aumentar constantemente el tiempo que se dedica a beber y a recuperarse de los efectos del alcohol
  5. También por la mañana:Empezar a beber antes del mediodía
  6. Ansiedad o irritabilidad
  7. No poder dejarlo: Sentir que no se puede dejar de beber a pesar de experimentar los síntomas negativos físicos y psicológicos.
  8. Experimentar los síntomas físicos de la abstinencia: temblores, sudoración excesiva, dificultad para dormir, ansiedad, sensación de mal estar desde las primeras horas de la mañana.

Graves consecuencias para la salud

La dependencia del alcohol afecta gravemente a la salud. La intoxicación alcohólica tiene implicaciones de todo tipo:
  • Cognitivas: disminución de la percepción de riesgo, alteración de la percepción viso-espacial
  • Comportamentales: agresividad, deterioro actividad laboral y social
  • Lenguaje farfullante
  • Descoordinación motora, marcha inestable
  • Deterioro de la atención o memoria
  • Estupor
  • Coma:
  • Enfermedad hepática (hígado graso alcohólico, hepatitis alcohólica o cirrosis alcohólica)
  • Presión arterial alta y problemas cardiacos
  • Pérdida gradual de la memoria hasta la demencia alcohólica
  • Depresión
  • Pancreatitis
  • Delirium por intoxicación por alcohol
  • Delirium por abstinencia de alcohol
  • Trastorno psicótico inducido por alcohol, con ideas delirantes
  • Trastorno psicótico inducido por alcohol, con alucinaciones
  • Trastorno del estado de ánimo inducido por el alcohol
  • Trastorno de ansiedad inducido por el alcohol
  • Disfunción sexual inducido por el alcohol
  • Trastornos del sueño inducido por el alcohol

¿Por qué beber?

Las personas que consumen alcohol de manera excesiva lo hacen por diversas razones encontrando cada una sus propias motivaciones o aparente justificaciones.
Con frecuencia se cae en el engaño de pensar que sea un modo eficaz para tratar la ansiedad y la depresión.
Aunque puede ayudar a disminuir sus problemas a corto plazo, el alcohol, por lo general, empeora la ansiedad y la depresión.
Lo hace al interactuar con sustancias químicas llamadas neurotransmisores que están en el cerebro, que inicialmente ayudan naturalmente a combatir la depresión y la ansiedad.
Entre otras causas incluyen mucho también los factores sociales como la presión del grupo, el estilo de vida de las amistades, la disponibilidad de alcohol etc. Son elementos que pueden condicionar sobre todo las personas con menos personalidad y base de valores.
 Por todo ello, tomar en nuestras manos la propia vida es crucial. para impedir al alcohol que tome las riendas de nuestra vida. 
  Javier Fiz Pérez, aleteia



7 sugerencias para salvar tu relación

Siempre hay esperanza si realmente quieres ser feliz en tu matrimonio.

“¿Cómo hago para salvar mi relación? Lo amo, bueno, no tanto… La verdad ya no sé ni que siento por él. Discutimos de todo y por nada. Ya me tiene harta. Creo en el matrimonio, quiero salvarlo, pero… ¿cómo?” 
¿Te suena esta escena? Sí, es verdad, cuando traemos problemas en el matrimonio recibimos cantidad de consejos como que le echemos ganas, que aguantemos, que no tiremos la toalla, que el matrimonio puede mejorar, pero ¡¿cómo le hacemos?!
La única realidad es que el matrimonio está lleno de problemas y no sabemos ni por dónde comenzar a salvarlo porque, siendo honestos, muchas veces es tan profundo el abismo en el que ambos hemos sumergido a la relación que el tirar la toalla se vislumbra como el camino más sencillo.
Si esta es tu realidad hoy es el momento de cambiar algunas actitudes y conductas en tu vida. Solo tomando acción de una forma valiente podrás transformar este presente al que poco futuro le ves en un verdadero camino al cielo. Es importante que no pierdas la esperanza.
Pero ¿cómo? Te comparto unas sencillas sugerencias. Tómalas en cuenta. Te servirán como un buen comienzo.
  1. Voluntad: Disposición de trabajar en pro de la relación. El pretexto es no puedo, la razón es no quiero. Puedes sentirte muy cansado, muy agobiado, pero si tienes la convicción de salvarla encontrarás el cómo. Recuerda que aquel que tiene un “para qué” siempre encontrará el “cómo”.
  2. Todo cambio comienza en primera persona. Yo quiero, yo decido y yo lo hago. Como decía San Agustín: “Procura adquirir las virtudes que crees que faltan en tus hermanos y ya no verás los defectos, porque no los tendrás tú.” No esperes a que el otro haga algo, hazlo tú. Comienza por hacer cambios tú. Lee buenos libros para enriquecerte  y ser una mejor persona y, por ende, un mejor cónyuge. No digo perfecto, simplemente cada día mejor.
  3. No te enfoques solo en las debilidades de tu pareja. Reconoce que tú tampoco eres perfecto, así que no es justo ver lo malo únicamente en el otro. Trata de recordar todas las cosas que en un principio admirabas de él/ ella y también los buenos momentos que pasaron juntos.
  4. Las diferencias entre ustedes no deben ser una amenaza, sino oportunidades para transformarse y enriquecerse mutuamente; son complementarios.
  5. Piensa positivamente. No tienes el poder de cambiar a tu pareja, pero si tienes el poder de cambiar tú. Y con esto de los cambios personales sucede algo maravilloso: cambio yo y como por arte de magia ¡cambia todo! La realidad que antes me chocaba se transforma.
  6. ¡Sé paciente! Roma no se hizo en un año. Quizá en tu matrimonio vivirás una etapa en que hay que ir cuesta arriba, trabajar contra corriente y contra todo pronóstico. Simplemente hazlo sin mirar atrás y sin dejarte llevar por el miedo pensando que es una labor titánica imposible de lograr. No te desesperes si no ves cambios en la forma y el tiempo que tú lo esperas. Todo llegará a su tiempo. Estas crisis se viven día a día.
  7. Oración. Un matrimonio se salva de rodillas, pero a Dios rogando y con el mazo dando. La Gracia de Dios llega a aquellos lugares donde la fuerza humana ya no nos alcanza.
No se puede hacer nada para cambiar lo que ya pasó, pero sí se puede hacer mucho para cambiar lo que viene. Si realmente quieres ser feliz, si estás dispuesto a tomar el timón de tu relación, si de verdad estás decidido a salvarla siempre habrá una salida.
Si hoy tu matrimonio no está bien y no haces un parón para rectificar en pocos años estará aún peor. Desanda el camino o bien, corrige. Busca y encuentra ayuda, sobre todo la de Dios.
Luz Ivonne Ream, aleteia


10 consejos para enamorarte de la Eucaristía y conocer las gracias de las que hablaban los santos

«La Eucaristía es la manera más corta y más rápida para llegar al cielo»
10 consejos para enamorarte de la Eucaristía y conocer las gracias de las que hablaban los santos
Los grandes santos han hablado públicamente de la gran importancia de la Eucaristía en sus vidas
Los santos comparten entre sí, entre otras cosas, un amor intenso a la Eucaristía, donde Cristo se hace presente. Y muchos de ellos han 
dejado escritos bellísimos sobre la comunión y la gran importancia que tenía
 para sus vidas.

“La Sagrada Eucaristía es la manera más corta y más rápida para
 llegar al cielo”, afirmaba San Pío X. O San Maximiliano Kolbe, que 
aseguraba que “si los Ángeles pudieran envidiar al hombre, lo harían por 
una sola razón: la Sagrada Eucaristía”. También Santa Teresa de Calcuta 
decía que “cuando observas el Crucifijo, puedes entender lo mucho que te
 amó Jesús en ese momento. Cuando miras la Sagrada Hostia, entiendes 
cuanto te ama Jesús en este momento".

Las gracias de la Eucaristía son enormes y numerosas. ¿Realmente 
las sabemos valorar? ¿Las aprovechamos? ¿Somos conscientes de ellas?

En un reportaje en Catholic Exchange, adaptado al español por Píldoras de Fe
el sacerdote Ed Broom, da diez claves para ayudar a obtener estas joyas presentes
 en la Eucaristía, llenas de gracias y bendiciones:

1.- La Santa Misa y la Santa Comunión de su Cuerpo, Sangre, Alma 
y Divinidad.
Implora al Señor una gran fe en el sublime misterio de la Santa Eucaristía. Que podamos decir como el Apóstol Santo Tomas: "Señor mío y Dios mío". También podemos orar como el hombre del evangelio: "Señor, creo, pero aumenta mi fe".



2.- Visita al Santísimo
Haz un hábito de ir a visitar al Santísimo Sacramento tan frecuentemente como te sea posible. Cada vez que veo un templo, trato de entrar a visitarlo para que cuando yo muera y vaya a su Presencia, el Señor no me mire y diga: "¿Quién eres? No te conozco".

En una amistad verdadera, los amigos charlan frecuentemente y disfrutan de su compañía. De esa manera debemos hacerlo también con nuestro Amigo, cuando lo visitamos y le hablamos en el Santísimo.

3.- Comunión Espiritual
Alfonso María de Ligorio y posteriormente el Papa Benedicto XVI en su documento de exhortación apostólica sobre la Eucaristía Sacramentum Caritatis; recomendaron la práctica frecuente de la Comunión Espiritual.

Puede hacerse de una manera muy simple y tan frecuentemente como tu corazón lo desee. Puedes hacerlo con una oración muy sencilla como esta:

"Mi Señor Jesús, creo que estás real y verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento dentro del Tabernáculo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. En este momento no puedo recibirte sacramentalmente, pero ven por lo menos espiritualmente a mi corazón".

Entonces recíbelo en tu corazón y agradece, adora y ama a tu Señor que ha llegado espiritualmente a tu alma. Esto puede enardecer tu amor por Jesús Sacramentado.

4.- Meditar el Capítulo 6 del Evangelio de San Juan
El Evangelio de Juan capítulo 6 contiene tres partes: Jesús multiplica los panes, camina sobre las aguas y ofrece un discurso sublime relacionado a la Eucaristía; que en realidad se trata de una profecía a cerca de la Eucaristía.

Se conoce mejor como el discurso del "Pan de Vida" que Jesús nos promete. Aquí mismo es en donde Jesús declara en términos nada confusos, que nuestra salvación inmortal depende de que comamos Su Cuerpo y bebamos Su Sangre; lo que obviamente se refiere a la Sagrada Comunión. Recomiendo que leas y medites este poderoso capítulo evangélico.

5.- Los Quince Minutos
Hace algunos años se hizo la publicación de un pequeño folleto llamado "Los quince minutos en compañía de Jesús Sacramentado". Es una pequeña joya que nos anima a iniciar un pequeño pero profundo diálogo con Él.

Básicamente, Jesús quiere ser nuestro mejor Amigo y nos reta a que le abramos nuestro corazón y le contemos nuestros secretos, ya que solo Él puede comprendernos y sanarnos. Lee y ora este escrito si es posible, frente al Santísimo Sacramento.



6.- La Hora Santa
Puedes hacer el hábito de pasar una hora diaria frente al Santísimo Sacramento, 
ello transformará tu vida si perseveras en esta práctica.

El gran siervo de Dios, el Arzobispo Fulton J. Sheen que practicó diariamente 
la Hora Santa por quince años,  la llamaba LA HORA PODEROSA.

7.- Adornar y embellecer los Templos y la Eucaristía
Una mujer derramó su costoso perfume de nardo en los pies de Jesús
ella lloró y sus lágrimas rodaron en los pies de Jesús; al final, ella secó las lágrimas con su cabello (Lucas 7,36-50).

El Arzobispo Fulton J. Sheen hacía hincapié de que este gesto simbólico de amor y atención debemos manifestarlo también en la manera en que adornamos, embellecemos y procuramos la belleza en las Iglesias, Templos y Tabernáculos donde mora Jesús.

Conocido por su espíritu de penitencia, ayuno y sacrificio, el Cura de Ars 
viajaba largas distancias y gastaba grandes sumas de dinero en
 comprar solo lo mejor para su pequeña Iglesia. ¿Por qué? Por la simple razón de que Jesús es el Rey de Reyes y Señor de Señores, y aun así se digna morar en el Tabernáculo y descender de los Cielos en las manos del sacerdote en cada Hostia consagrada. "¡Venid y Adoremos!"

8.- La Santa Misa y la Santa Eucaristía
Por supuesto que la mejor acción en todo el universo es la celebración del Santo Sacrificio de la Misa. El mejor gesto que cualquier ser humano puede hacer es asistir a Misa y recibir la Santa Comunión con fe, devoción, veneración y especialmente con gran amor.

Cuando te sea posible, asiste a Misa diario. Llega a tiempo para prepararte. Ofrece tus intenciones privadas. Participa activa y conscientemente en la Santa Misa. Y recibe la Sagrada Comunión como si fuera la primera vez, la última vez y la única vez. Muéstrate muy agradecido por tu fe en este sublime y majestuoso misterio.



No corras para irte al terminar la Misa; a su vez, dedica un tiempo para dar abundantes gracias a Jesús por tan hermoso regalo. De hecho, la palabra proviene del griego εὐχαριστία, eucharistía, que significa "acción de gracias"
¡Que inconmensurable regalo, que se recibe gratis, sin costo alguno! La única condición para su provecho es tener una gran fe y el corazón lleno de amor para recibir a Jesús, el Amor de los Amores.

9.- Los A.C.T.OS
Recuerda que los cuatro principales motivos para celebrar el Santo Sacrificio de la misa son los A.C.T.OS que se mencionan a continuación:

A - Adoración.
El principal propósito de la Santa Misa es ofrecer una adoración a Dios Padre, ofreciendo a Jesús como Víctima, con el poder el Espíritu Santo.

C - Contrición.
Nuestros corazones deben estar contritos y humildes para arrepentirse de todos los pecados cometidos.
Es una gran práctica el ofrecer la Misa y Comunión en reparación por nuestros pecados, los pecados de nuestra familia y los del mundo entero
"Por su dolorosa Pasión, ten Misericordia de nosotros y del mundo entero".

T - Tiempo para dar gracias.
Todo lo que tenemos en nuestra vida, con excepción de nuestros pecados, es gracia y regalo de Dios.
Por lo tanto, debemos estar agradecidos y expresar con abundancia el agradecimiento del corazón. Con el Salmo oremos:
"Da gracias a Dios porque Él es bueno; su amor perdura para siempre"

OS - Oración y Súplica.
Debemos ofrecer nuestra oración y súplica para interceder incesantemente por todas las necesidades del mundo, la Iglesia, la conversión de los pecadores, los enfermos, los moribundos, las necesidades personales y familiares, las almas del Purgatorio y tantas cosas más.

10.- Ser misionero eucarístico
Una vez que María recibió a Jesús en la Anunciación, se dispuso rápidamente a ir y llevarlo con su prima Isabel. De la misma manera, debemos llevar a Jesús con otros y otros a Jesús.

Esto lo podemos lograr en una manera muy concreta, al alentar a las ovejas pérdidas a regresar al rebaño. Desafortunadamente son tantas, que el segundo grupo religioso más grande de Estados Unidos está integrado por Católicos no practicantes.

Encuentra el tiempo, la forma y la iniciativa para invitar a las almas de regreso a la Iglesia. Ojalá, él o ella realice una buena confesión y regrese a recibir el Santo Sacramento en unión amorosa con Dios Padre, a semejanza del hijo pródigo. Todo se puede lograr si tienes fe en que Dios tendrá el control mientras que tú tengas la iniciativa para recibirlos de nuevo.

viernes, 23 de febrero de 2018

Heridas emocionales que gestamos en la infancia

¿Cómo reconocerlas y cómo sanarlas cuando somos adultos?

Las heridas emocionales son experiencias dolorosas de la niñez que construyen nuestra personalidad adulta, quienes somos y de qué forma enfrentaremos la vida con todo lo que venga. Es decir, son un factor determinante de nuestro actuar en la edad madura.
Todos tenemos algún tipo de herida emocional profunda que gestamos en la niñez, que nos dejó huella y que nos encaminará hacia el tipo de adulto que seremos: miedosos, inseguros, punitivo, controlador, etc. La buenísima noticia es que también tienen sanación y podemos mejorar. De aquí la importancia de reconocerlas lo antes posible y hacer un trabajo personal profundo para enfrentar de forma valiente -porque el trabajarlas duele y mucho- todas las consecuencias que estas heridas nos hayan dejado.
Se hablan de 5 -o más- heridas emocionales -o del alma- de la infancia que persisten cuando somos adultos. Son las que Lisa Bourbeau menciona en su libro “Las cinco heridas que impiden ser uno mismo”.


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1. Herida – La humillación

Nace cuando sentimos que los demás no están conformes con quienes somos. Hay una sensación de desaprobación y de crítica hacia nuestra persona. Cuando de niños de continuo escuchábamos frases como: “Eres un tonto”, esas palabras impactaron nuestra autoestima y esta se lastimó.
Por lo tanto, al día de hoy -adultos- se nos dificulta labrar un amor propio de forma sana porque quizá, como mecanismo de defensa, aprendimos a ser egoístas y algo tiranos, hasta a ser los primeros en humillar para así evitar ser humillados. También se genera una personalidad emocionalmente dependiente.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar hacia una independencia y libertad sana.


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2. El miedo al abandono

La soledad, el desamparo, aislamiento son algunas de las consecuencias de quien experimentó el abandono en su infancia. Puedo imaginar la sensación tan terrible que debe experimentar un niño al sentirse solo contra el mundo y desprotegido por las personas que se supone le deben cuidar y amar de manera incondicional.
Las consecuencias de estas heridas son terribles en la edad adulta. Son personas que difícilmente tienen relaciones estables y de tiempo porque ellas abandonarán antes por miedo a revivir aquel dolor y a volver a ser abandonados.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar el miedo a estar solos, el temor a volver a ser abandonados y aceptar, aunque cueste trabajo, el contacto físico (abrazos, caricias, besos…) Aprender a estar con uno mismo y pasarla bien en soledad.


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3. La traición o el miedo a confiar

Esta herida es muy delicada y tiene todo que ver con el creer. Cuando niños, si nuestros padres o personas cercanas no cumplieron las promesas que nos hicieron se nos abrió una herida porque nos sentimos engañados, traicionados, perdimos la confianza.
Esta desconfianza, al no habernos sentido merecedores de que alguien nos cumpliera su palabra, se puede transformar en celos, envidia u otros sentimientos negativos hasta volvernos perfeccionistas, controladoras y personas que no sabemos delegar.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar en la confianza, comenzando por la personal, en la paciencia, la tolerancia y la flexibilidad.


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4. La injusticia

Son heridas que se gestan cuando en el hogar tuvimos un ambiente punitivo, autoritario y nada cariñoso, lo que nos generan sentimientos de inutilidad e incapacidad hasta convertirnos en adultos rígidos y perfeccionistas.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar la flexibilidad y confianza en los demás.


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5. El miedo al rechazo

Esta herida se gesta cuando en la niñez sentimos rechazo, ya sea de los padres, de la familia o de los iguales evitando que tengamos un sano desarrollo del amor propio y de la autoestima lo que nos llevará -al no sentirnos merecedores de comprensión o afecto- a aislarnos.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar nuestros fantasmas internos, nuestra capacidad de tomar decisiones sin miedo a ser juzgados y no tomar personal cuando la gente se aleje.
Recuerda que tú eres mucho más que tus heridas. No permitas que ninguna te defina de forma negativa o que te controle, antes bien, contrólales tú y haz de ellas un medio de fortaleza, la catapulta hacia tu sanación.
 Luz Ivonne Ream, aleteia



Cuaresma en el Vaticano: Segunda predicación cuaresmal


Cantalamessa: más que «recriminaciones amargas» a un mundo hostil, «amarlos y sufrir por ellos»


Raniero Cantalamessa, ofm cap.
«La caridad no tenga ficciones»
El amor cristiano

1. En las fuentes de la santidad cristiana 
Junto con la llamada universal a la santidad, el Concilio Vaticano II ha dado 
también indicaciones precisas sobre qué se entiende por santidad, en qué 
consiste. En la Lumen gentium se lee: «El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, 
cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que Él es iniciador
 y consumador: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Envió a todos el Espíritu Santo para que los mueva interiormente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda
 la mente y con todas las fuerzas (cf. Mt 12,30) y a amarse mutuamente como
 Cristo les amó (cf. Jn 13,34; 15,12). Los seguidores de Cristo, llamados por Dios 
no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados 
en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen 
en su vida la santificación que recibieron» (LG 40).
 
Todo esto se resume en la fórmula: «La santidad es la perfecta unión con Cristo»
 (LG 50). Esta visión refleja la preocupación general del Concilio de volver a las fuentes bíblicas y patrísticas, superando, también en este campo, el planteamiento escolástico dominante durante siglos. Ahora se trata de tomar conciencia de esta visión renovada de la santidad y hacerla pasar a la práctica de la Iglesia, es decir, 
a la predicación, a la catequesis, a la formación espiritual de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa y —¿por qué no?— también a la visión teológica 
en la que se inspira la praxis de la Congregación de los Santos[1].
 
Esta última se basa aún en la síntesis hecha por el cardenal Próspero Lambertini, futuro papa Benedicto XIV, en el libro Sobre la beatificación de los siervos de 
Dios y canonización de los beatos[2]. Esta síntesis se remitía sustancialmente a
 la doctrina de Santo Tomás de Aquino, el cual, en este campo más que en otros lugares, había seguido —naturalmente, no sin profundas adaptaciones cristianas— 
la doctrina de Aristóteles. Esto explica la centralidad que ocupan, en este campo,
los conceptos de virtud y de heroicidad de las virtudes, desconocidos en la 
Escritura.
 
Como siempre, la genuina fidelidad a Santo Tomás de Aquino, como por lo demás 
a los Padres de la Iglesia incluido San Agustín, no consiste en decir siempre lo que ellos han dicho, sino en hacer lo que ellos han hecho, es decir, en expresar la fe en 
el modo y con las categorías con las que ella es comprensible en un determinado contexto cultural. Consiste en imitarlas en el método, más que en los contenidos individuales. ¿Quién hoy, fuera de los manuales de teología, pensaría explicar al pueblo el misterio de la Eucaristía usando los conceptos de sustancia y accidentes, 
en lugar de los bíblicos de «memorial» y de «signo eficaz»?
 
«La Escritura crece a medida que se lee» (Scriptura cum legentibus crescit), 
decía San Gregorio Magno[3] . La Iglesia ha alcanzado hoy una comprensión 
de la palabra de Dios y le ha devuelto una centralidad que no tenía en la 
Escolástica, donde —por usar una expresión matemática— era casi siempre 
«el exponente», no «la base», es decir, no el punto de partida, sino una pieza 
de apoyo, una confirmación de la tesis formulada anteriormente a modo de silogismo.
 
Una de las diferencias mayores entre la visión bíblica de la santidad y la de la escolástica está en el hecho de que las virtudes no se basan tanto en la 
«recta razón» (la recta ratio aristotélica), cuanto en el kerigma; ser santo 
no significa seguir la razón (¡a menudo implica al contrario!), sino seguir a 
Cristo. La santidad cristiana es esencialmente cristológica: consiste en la 
imitación de Cristo y, en su cumbre —como dice el Concilio— en la «perfecta 
unión con Cristo». Si en el Antiguo Testamento ser santos significaba tendencialmente «estar separados», en el Nuevo Testamento significa más 

bien «estar unidos», unidos a Cristo.
 
2. La síntesis paulina sobre la santidad
La síntesis bíblica más completa y más compacta de una santidad basada en el kerigma es la trazada por San Pablo en la parte parenética de la Carta a los Romanos (cap. 12-15). Al comienzo de ella, el Apóstol da una visión recopilatoria 
del camino de santificación del creyente, de su contenido esencial y de su objetivo: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que 
presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este 
es vuestro culto espiritual. Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos 
por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de 
Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rom 12,1-2).
 
Hemos meditado la vez pasada en estos versículos. En las próximas meditaciones, partiendo de lo que sigue en el texto paulino y completándolo con lo que el 
Apóstol dice en otros lugares sobre el mismo tema, intentaremos poner de 
relieve los rasgos más destacados de la santidad, lo que hoy se llaman 
las «virtudes cristianas» y que el Nuevo Testamento define como los «frutos del Espíritu», las «obras de la luz», o también «los sentimientos 
que hubo en Cristo Jesús» (Flp 2,5).
 
Hay un motivo más para dedicar una atención especial a la segunda parte de la
 Carta a los Romanos: nos ayuda a llevar adelante, también en el plano doctrinal, 
el entendimiento ecuménico entre católicos y luteranos. El error mayor cometido respecto de la Carta a los Romanos no fue, como se ha repetido con frecuencia, 
el de separarla del resto del Nuevo Testamento y convertirla en un canon dentro 
del Canon; no, el error mayor fue el de separar la primera parte de la Carta a los Romanos de la segunda, la parte parenética de la kerigmática. Si se hubiera 
dedicado igual atención a las dos partes, los reformadores habrían reconocido 
que, incluso para Pablo, hay lugar para las obras junto a la fe; los católicos, por 
su parte, habrían tomado nota del orden justo entre las dos cosas: no primero las obras y luego la gracia, como si esta fuera la recompensa para las primeras; sino 
más bien primero la fe y el don gratuito de Dios y después las obras como la única manera para mantener la fe viva. San Gregorio Magno había dicho muchos siglos antes: «No se llega a la fe partiendo de las virtudes, sino a las virtudes partiendo 
de la fe»[4].
 
A partir del capítulo 12 de la Carta a los Romanos se enumeran todas las principales virtudes cristianas, o frutos del Espíritu: el servicio, la caridad, la humildad, la obediencia, la pureza. No como virtudes que hay 
que cultivar por sí mismas, sino como necesarias consecuencias de la obra de Cristo
 y del bautismo. La sección comienza con una conjunción que, por sí sola, es un tratado: «Os exhorto, pues…». Ese «pues» significa que todo lo que el Apóstol diga desde este momento en adelante no es más que la consecuencia de lo que ha escrito en capítulos anteriores sobre la fe en Cristo y sobre la obra del Espíritu. Reflexionaremos sobre cuatro de estas virtudes: caridad, humildad, obediencia y pureza.
 
3. Un amor sincero
El ágape, o caridad cristiana, no es una de las virtudes, aunque fuera la primera; es la forma de todas las virtudes, aquella de la que, según decía Jesús, «dependen toda la ley y los profetas» (Mt 22,34) y que el Apóstol define 
«la plenitud de la ley» (Rom 13,10). Entre los frutos del Espíritu que el Apóstol enumera en Gál 5,22, encontramos en primer lugar el amor: «El fruto del Espíritu 
es amor, alegría, paz…». Y con él, coherentemente, comienza también la parénesis sobre las virtudes en la Carta a los Romanos. Todo el capítulo duodécimo es una sucesión de exhortaciones a la caridad: «Que vuestro amor no sea fingido [...]; 
amaos cordialmente unos a otros, cada cual estime a los otros más que a sí 
mismo...» (Rm 12,9ss).

Para captar el alma que unifica todas estas recomendaciones, la idea de fondo, o, mejor dicho, el «sentimiento» que Pablo tiene de la caridad hay que partir de esa palabra inicial: «¡Que vuestro amor no sea fingido!». No es una de tantas exhortaciones, sino la matriz de la que derivan todas las demás. Contiene el 
secreto de la caridad. 
 
El término original usado por san Pablo y que se traduce «sin fingimiento», es anhypòkritos, es decir, sin hipocresía. Este vocablo es una especie de 
luz-espía; es, efectivamente, un término raro que encontramos empleado, en el Nuevo Testamento, casi exclusivamente para definir el amor cristiano. La
 expresión «amor sincero» (anhypòkritos) vuelve de nuevo en 2 Cor 6, 6 y 
en 1 Pe 1, 22. Este último texto permite captar, con toda certeza, el significado 
del término en cuestión, porque lo explica con una perífrasis; el amor sincero
 —dice— consiste en amarse intensamente «de corazón».
 
San Pablo, pues, con esa simple afirmación: «¡Que vuestro amor no sea fingido!», lleva el discurso a la raíz misma de la caridad, al corazón. Lo que se requiere 
del amor es que sea verdadero, auténtico, no fingido. Como el vino, para
 ser «sincero», debe ser exprimido de la uva, así el amor del corazón. También en esto el Apóstol es el eco fiel del pensamiento de Jesús; en efecto, él había indicado, repetidamente y con fuerza, el corazón, como el «lugar» donde se decide el valor 
de lo que el hombre hace, lo que es puro o impuro, en la vida de una persona: «Del corazón provienen los malos propósitos...» (Mt 15,19).
 
Podemos hablar de una intuición paulina, respecto a la caridad; ésta consiste en revelar, detrás del universo visible y exterior de la caridad, hecho de obras y de palabras, otro universo interior, que es, respecto del primero, lo que es el alma para el cuerpo. Encontramos esta intuición en el otro gran texto sobre la caridad, que es 1 Cor 13. Lo que San Pablo dice allí, mirándolo bien, se refiere todo a esta caridad interior, a las disposiciones y a los sentimientos de caridad: la caridad es paciente, es benigna, no es envidiosa, no se irrita, todo lo cubre, todo lo cree, todo lo espera... Nada que se refiera, en sí y directamente, al hacer el bien, o las obras de caridad, pero todo se reconduce a la raíz del querer bien. La benevolencia viene antes de la beneficencia. 
 
Es el Apóstol mismo quien explicita la diferencia entre las dos esferas de la caridad, diciendo que el mayor acto de caridad exterior (el distribuir a los pobres todas las propias riquezas) no valdría para nada, sin la caridad interior. Sería lo opuesto de la caridad «sincera». La caridad hipócrita, en efecto, es precisamente la que hace el bien, sin quererlo, que muestra al exterior algo que no se corresponde con el corazón. En este caso, se tiene una apariencia de caridad, que puede, en última instancia, ocultar egoísmo, búsqueda de sí, instrumentalización del hermano, o incluso simple remordimiento de conciencia.
 
Sería un error fatal contraponer entre sí caridad del corazón y caridad de los hechos, o refugiarse en la caridad interior, para encontrar en ella una especie de coartada a la falta de caridad activa. Sabemos con cuanto vigor la palabra de Jesús (Mt 25), de Santiago (2,16 s) y de San Juan (1 Jn 3,18) impulsan a la caridad de los hechos. Sabemos de la importancia que San Pablo mismo daba a las colectas en favor de los pobres de Jerusalén. 
 
Por lo demás, decir que, sin la caridad, «de nada me sirve» incluso el dar todo a los pobres, no significa decir que esto no sirve a nadie y que es inútil; significa, más bien, decir que no me sirve «a mí», mientras que puede beneficiar al pobre que lo recibe. No se trata, pues, de atenuar la importancia de las obras de caridad, sino de asegurarles un fundamento seguro contra el egoísmo y sus infinitas astucias. San Pablo quiere que los cristianos estén «arraigados y fundados en la caridad» (Ef 3,17), es decir, que la caridad sea la raíz y el fundamento de todo. 
 
Cuando amamos «desde el corazón», es el amor mismo de Dios «derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo» (Rom 5,5) el que pasa a través de nosotros. El actuar humano es verdaderamente deificado. Llegar a ser «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1,4) significa, en efecto, ser partícipes de la acción divina, la acción divina de amar, ¡desde el momento en que Dios es amor! 
 
Nosotros amamos a los hombres no sólo porque Dios les ama, o porque él quiere que nosotros les amemos, sino porque, al darnos su Espíritu, él ha puesto en nuestros corazones su mismo amor hacia ellos. Así se explica por qué el Apóstol afirma inmediatamente después: «No tengáis ninguna deuda con nadie, si no la de un amor recíproco, porque quien ama al prójimo ha cumplido la ley» (Rom 13,8). 
 
¿Por qué, nos preguntamos, una «deuda»? Porque hemos recibido una medida infinita de amor a distribuir a su tiempo entre los consiervos (cf. Lc 12,42; Mt 24,45 ss.). Si no lo hacemos, defraudamos al hermano de algo que le es debido. El hermano que se presenta a tu puerta quizás te pide algo que no eres capaz de darle; pero si no puedes darle lo que te pide ten cuidado de no despedirlo sin lo que le debes, es decir, el amor
 
4. Caridad con los de fuera
Después de habernos explicado en qué consiste la verdadera caridad cristiana, el Apóstol, a continuación de su parénesis, muestra cómo este «amor sincero» debe traducirse en acto en las situaciones de vida de la comunidad. Dos son las situaciones en las que el Apóstol se detiene: la primera, se refiere a las relaciones ad extra de la comunidad, es decir, con los de fuera; la segunda, las relaciones ad intra, entre los miembros de la misma comunidad. Lo que él dice a este respecto es de tal actualidad que vale la pena reflexionar sobre su enseñanza en este sentido.
 
Escuchemos algunas recomendaciones que se refieren a la primera relación, con el mundo externo: «Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis [...].Procurad lo bueno ante toda la gente; En la medida de lo posible y en lo que dependa de vosotros, manteneos en paz con todo el mundo. No os toméis la venganza por vuestra cuenta, queridos; dejad más bien lugar a la justicia [...]. Por el contrario, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber [...]. No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rom 12,14- 21).
 
Nunca, como en este punto, la moral del Evangelio parece original y diferente de cualquier otro modelo ético, y nunca la parénesis apostólica parece más fiel y en continuidad con la del Evangelio. La exhortación: «Bendecid, no maldigáis», hace pensar inmediatamente en Jesús que desde lo alto de la cruz bendice al mundo que lo maldice
 
Lo que hace todo esto particularmente actual para nosotros es la situación y el contexto en el que esta exhortación se dirige a los creyentes. La comunidad cristiana de Roma es un cuerpo extraño en un organismo que —en la medida en que se da cuenta de su presencia— lo rechaza. Es una isla minúscula en el mar hostil de la sociedad pagana. En circunstancias como ésta sabemos lo fuerte que es la tentación de encerrarse en sí mismos, desarrollando el sentimiento elitista e irritable de una minoría de salvados en un mundo de perdidos. Con este sentimiento vivía, en aquel mismo momento histórico, la comunidad esenia de Qumrán. 
 
La situación de la comunidad de Roma descrita por Pablo representa, en miniatura, la situación actual de toda la Iglesia. No hablo de las persecuciones y del martirio al que están expuestos nuestros hermanos de fe en tantas partes del mundo; hablo de la hostilidad, del rechazo y a menudo del profundo desprecio con que no sólo los cristianos, sino todos los creyentes en Dios son vistos en amplias capas de la sociedad, en general los más influyentes y que determinan el sentir común. Ellos son considerados, precisamente, cuerpos extraños en una sociedad evolucionada y emancipada.
 
La exhortación de Pablo no nos permite perdernos un solo instante en recriminaciones amargas y polémicas estériles. No se excluye naturalmente el dar razón de la esperanza que hay en nosotros «con dulzura y respeto», como recomendaba San Pedro (1 Pe 3,15-16). Se trata de entender cuál es la actitud del corazón que hay que cultivar en relación a una humanidad que, en su conjunto, rechaza a Cristo y vive en las tinieblas en lugar de la luz (cf. Jn 3,19). Dicha actitud es la de una profunda compasión y tristeza espiritual, la de amarlos y sufrir por ellos; hacerse cargo de ellos delante de Dios, como Jesús se hizo cargo de todos nosotros ante el Padre, y no dejar de llorar y rezar por el mundo.
 
Este es uno de los rasgos más bellos de la santidad de algunos monjes ortodoxos. Pienso en San Silvano del Monte Athos. Él decía: «Hay hombres que auguran a sus enemigos y a los enemigos de la Iglesia la ruina y los tormentos del fuego de la condenación. Piensan de este modo, porque no fueron instruidos por el Espíritu Santo en el amor de Dios. En cambio, quien verdaderamente lo ha aprendido derrama lágrimas por el mundo entero. Tú dices: “Es malvado y que se queme en el fuego del infierno”. Pero yo te pregunto: “Si Dios te diera un buen lugar en el Paraíso y vieras arrojado en las llamas a quien tú se lo augurabas, quizás ni siquiera entonces te dolerías por él, quienquiera que fuera, aunque fuera enemigo de la Iglesia»[5].

En la época de este santo monje, los enemigos eran sobre todo los bolcheviques que perseguían a la Iglesia de su amada patria, Rusia. Hoy el frente se ha ampliado y no existe «telón de acero» al respecto. En la medida en que un cristiano descubre la belleza infinita, el amor y la humildad de Cristo, no puede prescindir de sentir una profunda compasión y sufrimiento por quien voluntariamente se priva del bien más grande de la vida. El amor se hace en él más fuerte que cualquier resentimiento. En una situación similar, Pablo llega a decir que está dispuesto a ser él mismo «anatema, separado de Cristo», si esto podía servir para que le aceptaran por los de su pueblo que permanecieron fuera (cf. Rom 9,3).
 
5. La caridad ad intra
El segundo gran campo de ejercicio de la caridad se refiere, se decía, a las relaciones dentro de la comunidad, en concreto, cómo gestionar los conflictos de opiniones que surgen entre sus diversos componentes. A este tema el Apóstol dedica todo el capítulo 14 de la Carta.
 
El conflicto entonces en curso en la comunidad romana estaba entre los que el Apóstol llama «los débiles» y los que llama «los fuertes», entre los cuales se pone a sí mismo («Nosotros que somos los fuertes…») (Rom 15,1). Los primeros eran aquellos que se sentían moralmente obligados a observar algunas prescripciones heredadas de la ley o por anteriores creencias paganas, como el no comer carne (en cuanto que existía la sospecha de que hubiera sido sacrificado a los ídolos) y el distinguir los días en prósperos y perniciosos, es decir, aquellos en que se podían hacer ciertas cosas y aquellos en que se debían evitar. Los segundos, los fuertes, eran los que, en nombre de la libertad cristiana, habían superado esos tabúes y no distinguían un alimento de otro, o un día de otro. La conclusión del discurso (cf. Rom 15,7-12) nos hace comprender que en el trasfondo está el habitual problema de la relación entre creyentes provenientes del judaísmo y creyentes procedentes de los gentiles.
 
Las exigencias de la caridad que el Apóstol inculca en este caso nos interesan en grado sumo, porque son las mismas que se imponen en cualquier tipo de conflicto intraeclesial, incluidos los que vivimos hoy, tanto a nivel de la Iglesia universal como de la comunidad en que cada uno vive. 
 
Los criterios que el Apóstol sugiere son tres

El primero es seguir la propia conciencia. Si uno está convencido en conciencia de cometer un pecado haciendo una cierta cosa, no debe hacerla. «De hecho, todo lo que no viene de la conciencia —escribe el Apóstol— es pecado» (Rom 14,23).

El segundo criterio es respetar la conciencia ajena y abstenerse de juzgar al hermano: «Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú, ¿por qué desprecias a tu hermano? […] Dejemos, pues, de juzgarnos unos a otros; cuidad más bien de no poner tropiezo o escándalo al hermano» (Rom 14,10.13). 
 
El tercer criterio afecta principalmente a los «fuertes» y es evitar dar escándalo: «Sé, y estoy convencido en el Señor Jesús —continúa el Apóstol—, que nada es impuro por sí mismo; lo es para aquel que considera que es impuro. Pero si un hermano sufre por causa de un alimento, tú no actúas ya conforme al amor: no destruyas con tu alimento a alguien por quien murió Cristo [...] procuremos lo que favorece la paz y lo que contribuye a la edificación mutua» (Rom 14,14-19). 

Sin embargo, todos estos criterios son particulares y relativos, respecto a otro que, en cambio, es universal y absoluto, el del señorío de Cristo. Escuchemos cómo lo formula el Apóstol: «El que se preocupa de observar un día, se preocupa por causa del Señor; el que come, come por el Señor, pues da gracias a Dios; y el que no come, no come por el Señor y da gracias a Dios. Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos ya muramos, somos del Señor. Pues para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos» (Rom 14, 6-9).
 
Cada uno es invitado a examinarse a sí mismo para ver qué hay en el fondo de su elección: si existe el señorío de Cristo, su gloria, su interés, o en cambio no, más o menos larvadamente, su afirmación, el propio «yo» y su poder; si su elección es de naturaleza verdaderamente espiritual y evangélica, o si depende en cambio de la propia inclinación psicológica, o, peor aún, de la propia opción política. Esto vale en uno y otro sentido, es decir, tanto para los llamados fuertes como para los llamados débiles; hoy diríamos que tanto para quien está de parte de la libertad y la novedad del Espíritu, como para quien está de parte de la continuidad y la tradición. Más aún, por el contexto, la advertencia aparece dirigida más a los primeros que a los segundos.
 
Hay una cosa que se debe tener en cuenta para no ver, en la actitud de Pablo sobre este tema, una cierta incoherencia respecto a su enseñanza anterior. En la Carta a los Gálatas él parece bastante menos disponible al compromiso y en ocasiones incluso enfadado. (Si hubiera tenido que sufrir el proceso de canonización hoy, Pablo difícilmente habría llegado a ser santo: ¡habría sido difícil demostrar la «heroicidad» de su paciencia! Él, a veces «estalla», pero podía decir: «Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí», y ésta, se ha visto, es la esencia de la santidad cristiana).
 
En la Carta a los Gálatas Pablo reprocha a Pedro lo que aquí parece recomendar a todos, es decir, que se abstengan de mostrar la propia convicción para no dar escándalo a los simples. Pedro en efecto, en Antioquía, estaba convencido de que comer con los gentiles no contaminaba a un judío (¡ya había estado en casa de Cornelio!), pero se abstiene de hacerlo para no dar escándalo a los judíos presentes (cf. Gál 2,11-14). Pablo mismo, en otras circunstancias, actuará del mismo modo (cf. Hch 16,3; 1 Cor 8,13). 
 
La explicación no está, por supuesto, sólo en el temperamento de Pablo. Sobre todo, el juicio en Antioquía esta mucho más claramente vinculado a lo esencial de la fe y la libertad del Evangelio de lo que parece que se tratara en Roma. En segundo lugar —y es el principal motivo—Pablo habla a los gálatas como fundador de la Iglesia, con la autoridad y la responsabilidad del pastor; a los romanos les habla sólo a título de maestro y hermano en la fe: para contribuir, dice, a la común edificación (cf. Rom 1,11-12). Hay diferencia entre el papel del pastor al que se debe obediencia y el del maestro al que sólo se le deben respeto y escucha.
 
Esto nos hace comprender que a los criterios de discernimiento mencionados se debe añadir otro, del que no se tardará en tomar conciencia con el desarrollo de la comunidad cristiana, es decir, el criterio de la autoridad. A quien ejerce el servicio de la autoridad corresponde indicar la vía de salida de los conflictos que inevitablemente surgen en una comunidad.
 
Un cierto conocimiento que tengo de la historia de la Iglesia antigua me permite decir una palabra tranquilizadora, a propósito del conflicto que la Iglesia vive hoy, tras la publicación de la Amoris laetitiae. La Iglesia romana vivió una fuerte tensión al final de la persecución de Decio, en la segunda mitad del siglo III. Una gran masa de cristianos, los lapsi, había apostatato por debilidad, pero cuando cesó la persecución pidió ser readmitida en la Iglesia. Novaciano, teólogo y presbítero romano, escogió el camino del rigor que no dejaba ninguna posibilidad de reconciliación. Distinto fue el discernimiento del papa Cornelio, que propuso una praxis penitencial, orientada a la reinserción de los excluidos en la comunidad. Fue la línea que, no sin resistencia, se afirmó en la Iglesia. La lección que se puede sacar de ello es que, ayer como hoy, no se trata de un cambio de la doctrina, sino de la adaptación de la praxis penitencial de la Iglesia a una nueva situación.
 
Entretanto escuchemos como dirigida a la Iglesia de Roma de hoy la exhortación final que el Apóstol dirigió a la comunidad de entonces: «Acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios» (Rom 15,7). 
 
©Traducción del original italiano: Pablo Cervera Barranco
 
[1] Cf. Le cause dei santi. Sussidio per lo Studium (Ed. Congregación de las Causas de los Santos) (Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 32014) 13-81.
[2] De servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione, 7 Vols. (Prato 1839-1842; primer volumen publicado en italiano, Ciudad del Vaticano 2010-2011).
[3] San Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, I,7, 8.
[4] San Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, II, 7.
[5] Archimandrita Sofronio, Silvano del Monte Athos. La vita, la dottrina, gli scritti (Turín 1978) 255s.