
Cuando se acerca el mes de julio y el tiempo de unas merecidas vacaciones, se acerca también una buena oportunidad de proponer la fe a los más jóvenes.
La pastoral con los niños, adolescentes y jóvenes es exigente. La mentalidad materialista y secularizada que nos envuelve no ayuda a que los jóvenes se hagan las grandes preguntas por el sentido de la vida, ni a que descubran a Jesucristo, como camino, verdad y vida (cfr. Jn 14,6). Con la certeza de que no tener a Dios es una gran pobreza, durante el curso escolar tratamos de acercarnos a los jóvenes a través de la catequesis, la clase de religión y otras actividades de pastoral juvenil, pero son tantas las ofertas que se les proponen, desde diversos ámbitos, que no saben dónde acudir, y no encontramos el fruto esperado. Los jóvenes y sus familias viven con demasiadas prisas, sin tiempo para nada, y hemos de reconocer que Dios no siempre es la primera prioridad.
A pesar de estas dificultades, el corazón de los jóvenes está hecho para Dios. Como decía San Agustín: “Nos creaste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti” (Confesiones I, 1, 1). De manera más o menos consciente, muchos jóvenes querrían tener la ocasión de encontrarse con Cristo, pero necesitan ambientes adecuados. Es verdad que Dios puede hacer florecer el desierto (cfr. Is 35,1-10) y sacar hijos de Abraham de las piedras (cfr. Mt 3,9), pero lo normal es que la fe de los jóvenes madure en ambientes bien cuidados, en los que haya otros jóvenes y en los que la propuesta de fe se haga con un lenguaje y una metodología comprensible y adaptada.
Uno de los ambientes más favorables para el cultivo de la fe de los niños y jóvenes son los “campamentos de verano”. La desinstalación, el salir de casa, de nuestros ambientes habituales, de nuestras comodidades y de tantas “pantallas”, ya favorece el encuentro con Cristo. Aunque fue un momento de prueba, el pueblo de Israel se encontró con Dios en el desierto, donde había pocas seguridades, lejos de las ollas de carne y del pan que tenían asegurado en Egipto (cfr. Ex 16,3). También ayuda el encuentro con otros jóvenes, con los que se fraguan amistades sanas y perdurables, por tener su fundamento en Cristo. Cuando Jesús eligió a los Apóstoles, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar (cfr. Mc 3,14), quiso formar un grupo con ellos. Un grupo en el que todo se compartía: las enseñanzas de Jesús, la comida, las caminatas, el trabajo y el descanso. Los Apóstoles maduraron en su fe estando con Jesús, por supuesto, pero también estando “juntos”.
Los jóvenes saben distinguir las relaciones interesadas y mundanas de las verdaderas amistades, en las que pueden ser quienes son en realidad, sin tener que fingir lo que no son para ser aceptados. No tener que estar aparentando todo el tiempo da mucha libertad y los jóvenes lo necesitan. Cuando tienen la oportunidad de conocerlas, los jóvenes prefieren las amistades gratuitas, que enriquecen y hacen crecer, sin necesidad de recurrir al alcohol, las drogas o el sexo para durar en el tiempo. Si en el campamento se fomenta la ayuda y el servicio a los demás, en los juegos y en el deporte, surge una alegría mayor: la alegría de la entrega. “Hay más alegría en dar que en recibir”, dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 20,35). Y Jesús dijo: “El que pierda su vida por mí la hallará” (Mt 16,25). La alegría del placer y la fiesta es efímera, caduca y deja el corazón vacío. Sin embargo, la alegría del servicio y de la entrega a Cristo y a los demás, aun siendo exigente, es profunda y duradera.
El contacto con la naturaleza también favorece el encuentro con Dios: “Los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento pregona la obra de sus manos” (Sal 19,1). En este clima de naturaleza, desinstalación, amistad, servicio, deporte, juegos y catequesis, se dan unas condiciones muy propicias para la formación del joven cristiano.
Algunos jóvenes adquieren hábitos en los campamentos, como la oración, la confesión frecuente, el orden, la puntualidad, la laboriosidad, el valor del esfuerzo y la superación, la abnegación o la generosidad, que después mantienen durante todo el curso. Además, van asumiendo responsabilidades poco a poco. Muchos que comienzan en el campamento como niños, después continúan como monitores.
Los campamentos de verano son una gran oportunidad de evangelizar a los más jóvenes, por eso os animo a fomentarlos, cada uno desde sus posibilidades. Nuestra Delegación de Infancia y Juventud ya ha celebrado la experiencia Holy Complurrutum, para adolescentes, con buen resultado, y se prepara para el campamento diocesano de niños y para el Jubileo de los jóvenes en Roma, a finales de julio. Algunas parroquias y asociaciones también ultiman los preparativos para sus campamentos de verano. Agradezco encarecidamente tantos esfuerzos para organizar y realizar estas actividades. Vayamos por este camino. Los niños que hoy van a los campamentos de verano serán los cristianos del futuro.
- Tomado de la página web de la diócesis de Alcalá de Henares.
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