Ricardo Reyes Castillo
Uno de los momentos de la Misa más difíciles de comprender y vivir es cuando el cura, después del signo de la Cruz, dice: “Reconozcamos nuestros pecados”. Esto se debe, quizás, a que muchas veces llegamos a Misa corriendo, con mil preocupaciones, con un hijo que llora y, aunque milagrosamente ese domingo no llevemos retraso, es muy probable que el inicio de la Misa se nos pase sin que nos enteremos de nada.
Todo esto se nos dificulta aún más si no conocemos el valioso significado del Acto Penitencial. Alguno al leer esto, pensará que es un momento donde simplemente reconocemos que, siendo pecadores, no somos dignos de estar ante la presencia de Dios.
Pero más aún, este momento de la celebración es fundamental para poder vivir toda la Misa. Tomando un ejemplo sencillo para ilustrarlo, es como si llegásemos con 10 minutos de retraso a una película; quizás nos enteraremos igual del argumento, pero sería mucho más fácil si la viéramos entera.
Será entonces de provecho descubrir juntos la profundidad del Acto Penitencial. Por el momento trataremos de entender lo esencial. Pecado significa estar divididos dentro de nosotros mismos y con los demás… debido a que hemos roto en algún grado la comunión con Dios. La Santa Misa, en cambio, es un evento que lleva a la persona a experimentar el Amor de Dios y por tanto, a reconciliarse consigo mismo y con los otros. Por esto, lo primero que hacemos es reconocer aquello que tenemos todos en común: nuestros pecados, para poder así experimentar a Aquél que en medio de nuestras divisiones, nos lleva a vivir en Unidad y Paz.
Pero reconocer nuestros pecados no es nada fácil. Hay una novela que me lo recuerda, se llama El poder y la gloria de Graham Greene. En ella se cuenta la historia de un cura que vivió durante la persecución de los Católicos en la guerra Cristera en México en el siglo XX. Describe un episodio emblemático: a este sacerdote fugitivo, que constantemente trata de esconder su verdadera identidad, lo encarcelan por otro motivo. En un cierto punto el protagonista se da cuenta de que se encuentra verdaderamente entre los últimos de la tierra; recluido en una prisión oscura y nauseabunda, circundado por delincuentes, criminales, ladrones y prostitutas. Es curioso que precisamente en esta situación, este hombre se sienta libre de confesar, no solo el hecho de ser sacerdote, sino también los pecados cometidos en su ministerio.
Este sacerdote reconoce su pobreza viendo la pobreza de los demás, y así experimenta aquella libertad que va más allá de sus miedos. El punto entonces, es reconocer lo que somos para poder maravillarnos del amor grande y misericordioso de Dios. Este sacerdote, antes de reconocer sus pecados, toma conciencia de la situación real que está viviendo. ¡El Acto Penitencial de la Misa también! Se nos propone para ayudarnos a ver dónde estamos, quienes somos, cuáles son nuestros sufrimientos, dolores, fracasos, desilusiones, tristezas, amarguras, rencores… para poder verdaderamente tomar conciencia de la necesidad que tenemos de encontrarnos con el Señor.
Podríamos decir que este es el primer momento en el cual se unen todos los fieles en un solo espíritu y se comienza a experimentar la Unidad en Dios que se nos regala en el sacrificio eucarístico, que es perdón, encuentro, entre nuestras fragilidades y Su misericordia, entre la tierra y el cielo, que nos hace capaces de amar.
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