La triste historia de uno de tantos tantos adictos
El darme cuenta en un principio de su penosa conducta no me dio la capacidad de entender que era como un cáncer que lo invadía, que lo enfermaba corporal y espiritualmente a tal grado que cambio toda su personalidad. Cuando alguna vez pedí consejo a un familiar, se me dijo que era una exagerada, que eran cosas de un hombre adulto de treinta y ocho años y que no pasaba nada. La realidad era que se estaba autodestruyendo.
Su angustioso mundo se me fue revelando.
Se descuidaba y no cerraba sus sesiones en internet, lo que me llevó a adentrarme en ese oscuro mundo de aberraciones tratando de entender lo que pasaba, así supe que lo mismo (igual) veía pornografía libre que contratada, en diferentes modalidades; con cargo a su tarjeta de crédito, teniendo a la familia con tantas limitaciones económicas. Su problema empezó a hacerse muy evidente en cosas que me avergüenza describir. Cosas que me fueron convenciendo que había una gran anormalidad en su conducta y que debía enfrentarlo, descubriéndolo.
Lo amo y queriendo ayudarlo. Hable con él, le sugerí que aceptara ayuda de un profesional, pero negándolo todo, me dijo que no me preocupara, que todo cambiaría para bien. Quise creerle.
Pero no fue así, se trataba de un problema del que ya no podía salir por sí mismo, y siguió de abismo en abismo. Empezaron a aparecer metástasis de su maligna enfermedad.
Al principio se desvelaba hasta altas horas de la madrugada encerrado en una habitación de la casa, ante la computadora. Llego un momento en que habiéndolo vencido el cansancio, se acostaba pero no conciliaba el sueño, y se volvía a levantar a lo mismo, mientras que yo permanecía en angustiosa vigilia. Amanecía cansado, dejo de hacer ejercicio y de convivir con la familia, ya no nos acompañaba a los paseos y la suya era una actitud de un profundo aislamiento que reflejaba indiferencia a todo y a todos.
El cáncer se siguió extendiendo hasta abarcar horas de trabajo en la empresa que laboraba, tuvo serios problemas de desempeño por la falta de concentración en sus actividades profesionales, hasta que fue despedido volviéndose depresivo e iracundo. Luego vino un trabajo tras otro, buscando siempre aquel que le permitiera hacerlo desde la casa o viajar para poder hospedarse en hoteles.
Actualmente tiene un sub empleo, ya no puede sostener a la familia.
Mi esposo es un ser triste y sin esperanza, su autoestima, su alegría, su espontaneidad, su seguridad para tomar decisiones y relacionarse… tantas cualidades de carácter que llego a tener, están sepultadas.
Mi matrimonio está desecho.
Quienes protagonizan, producen o consumen pornografía haciendo mal uso de medios impresos y audiovisuales; están violando el derecho a la privacidad del cuerpo humano en su naturaleza masculina o femenina, reduciéndolo a un objeto anónimo destinado a la perversión.
Lo que está en juego, es la oferta para obtener una gratificación concupiscente que excite los instintos humanos fundamentales, que llevan a cometer actos contrarios a la naturaleza y dignidad del ser persona.
Una de las consecuencias es una grave baja de autoestima por asumir actitudes patológicas, que, no reconociéndolas, induce a los involucrados a justificarse con “razonadas sin razones”.
Para el adicto a la pornografía, esta es una droga que requiere cada vez más, de dosis mayores, que interfiere directamente en su desarrollo psicológico y moral, haciéndolo perder el sentido de la bondad o maldad de sus actos. Se encuentra gravemente impedido para adquirir vínculos profundos de verdadera entrega y compromiso en el auténtico amor humano, es un ser desintegrado.
La pornografía desprecia el valor humano de la sexualidad ordenada al matrimonio, pervierte las relaciones entre las personas, explota a los individuos, especialmente a las mujeres y niños. Es un cáncer que daña la fibra de la sociedad al debilitar las conciencias que la van aceptando gradualmente.
La gran proliferación de este cáncer obedece a un mercantilismo, en donde el fin justifica los medios, un fin y unos medios pervertidos que usan a las personas sin importar el daño que les hacen.
Aquí está el negocio de las mafias de este mal: lograr una despersonalización y producir una masa de consumo, de decisiones de baja calidad. Una masa cautiva de poderes económicos que en su egoísmo materialista son incapaces de medir el alcancedel daño.
Por Orfa Astorga de Lira.
Orientadora familiar.
Máster en matrimonio y familia.
Universidad de Navarra.
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