Debemos confesarles que hacer este post ha sido difícil (ha requerido varias cabezas pensando minuciosamente durante varios días). Y es que El Espíritu Santo nos resulta un desconocido y más aún sus siete dones. Por lo menos para mí ha sido todo un camino de comprensión y aprendizaje sobre quien es Él y como actúa en mi vida. ¡Y sigue siéndolo! pues creo que, todavía logro vislumbrar muy poco de lo que Él hace.
1. Don de ciencia:
2. Don de sabiduría:
Es la capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios. Iluminados por este don, podremos ver desde el interior las realidades del mundo. ¡Imagínate como sería si vemos las cosas como Dios las ve! El problema está en que la mayoría de las veces vemos y juzgamos las cosas desde nuestra perspectiva humana y esta, muchas veces, ¡es tan corta! y se deja llevar tanto por emociones y criterios pasajeros que terminan empequeñeciendo nuestra vida.
3. Don del consejo:
El don de consejo actúa como un soplo nuevo en la conciencia, ayudándonos a ver lo que es bueno, lo que nos hace felices, lo que nos conviene más. Nos pasa que frente a decisiones importantes en nuestra vida y cuando los demás se acercan a nosotros para pedirnos ayuda, no sabemos qué pensar, qué decir y menos como actuar… ¡Nos vendría tan bien abrirnos, estar en presencia de nuestro interior, de ese Espíritu que habita dentro! para ver, para apoyar, para aconsejar y saber actuar.
4. Don de la fortaleza:
La fortaleza nos hace obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las dificultades de la vida, para resistir las tentaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente. Creo que ninguno puede decir que siempre es fuerte, que siempre resiste ante la tentación. Una de las realidades mas evidentes que nos hace toparnos con nuestra humanidad, es que somos frágiles, allí es donde nos encontramos con Dios, cuando nos experimentamos necesitados de su fuerza. Por eso, nunca dudemos en pedirla ¡pero a tiempo! antes de que sea demasiado tarde…
5. Don de la piedad:
6. Don del temor de Dios:
Temor de Dios no es tenerle miedo porque es un Dios justiciero y castigador. Significa tener un espíritu maduro, consciente de la culpa y del peso de nuestro pecado, pero confiado en Su Misericordia. Es el temor de hijos, que proviene del amor. Como cuando éramos pequeños que no queríamos que nuestros papás se molestaran con nosotros, no por miedo, sino porque nos daba pena defraudarlos, hacerlos sufrir. El temor de Dios implica en nuestra vida darle lo que es debido a Dios, que Él ocupe el lugar de Dios en nuestra vida y no otro. Darle el peso a nuestras acciones sobre todo a las que nos hacen alejarnos de Él.
7. Don de inteligencia:
Es una gracia que nos ayuda a comprender la Palabra de Dios y a profundizar las verdades que Él nos enseña. Cuantas veces nos pasa que nos quejamos o nos quedamos cómodamente pensando: el cura habla mal, es enredado y aburrido, no le entiendo nada o, yo no hablo de mi fe porque nunca sé que decir, tengo muchas dudas… ¡y hacemos tan poco para solucionarlo! Por experiencia propia les digo que la fe se fortalece cuando la entendemos, cuando profundizamos en ella y no nos quedamos conformes con lo que aprendimos cuando éramos chicos.
¡Para poder tener estos dones en nuestra vida, debemos pedirlos! La Iglesia celebra la Fiesta de Pentecostés, pidámosle al Espíritu Santo que derrame sobre nosotros sus dones y nos haga participes de su infinito amor.
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Luisa Restrepo, catholic-link.com
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