Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día
32º domingo del Tiempo Ordinario
Para empezar: Retírate… Recógete… Silénciate… Oh mi Dios, Trinidad a quien adora… Gloria al Padre y… Oh Tú que vives en Ti en lo más hondo de mí, que resuene tu voz en lo más hondo de mí… Oh tú, Espíritu Santo dentro de mí, oriéntame…, sé mi luz y guía… Hazme dócil…
Leer despacio el texto del Evangelio: Mateo 25,1-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A media noche se oyó una voz: ´¡Que llega el esposo, salid al encuentro!´ Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: ´Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: ¨Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os la compréis´. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: ´Señor, Señor, ábrenos´. Pero él respondió: ´en verdad os digo que no os conozco´. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora”.
Contemplar…, y Vivir…
[Es una escena evangélica narrada con detalles por el evangelista, cuyo fondo hace parte del ritual de las bodas judías en tiempo de Jesús. No pretende Jesús ni el evangelista después, describirnos mediante esta alegoría, una escena que puede ocurrir en unas bodas, sino transmitirnos un mensaje importante y decisivo que entre hasta por los ojos mediante la narración alegórica de ese cortejo nupcial. El mensaje importante y decisivo es el objeto de nuestra contemplación. Y es éste: el Señor vendrá un día, una vez más, por última y definitiva vez a nuestro encuentro personal y comunitario para llevarnos con Él; hay que estar en condiciones de acogerlo y recibirlo: supone estar atentos, preparados, vigilantes].
>El reino de los cielos se parece a todo esto que ahora contemplamos, serenamente sentados escuchando al Señor. Se dirige a ti… Te habla a ti…
-Este reino es una fiesta y en ella un banquete de bodas: es el encuentro de Dios mismo en Persona con cada uno y con todos; lo cual es una alegría y una fiesta únicas. Eso quiere el Padre Dios que sea el final de la historia personal y humana: felicidad suprema e inacabable, glorificación y deificación: lo llamamos cielo. ¿Estoy yo preparado para un encuentro semejante? ¡No lo podré eludir! Es lo mejor que me puede pasar.
-Hay una espera, que a veces es larga, y uno se cansa, se aburre y hasta se duerme. Si esa espera está llena de esperanza, eso no ocurrirá. Porque la esperanza dinamiza el espíritu, el corazón, lo mantiene siempre en forma y disponible porque uno vive consciente de que Dios no fallará. Es más, haciéndonos esperar purifica nuestros deseos y las impurezas del corazón y de la vida y aquilata así el Encuentro. Esperar contra toda esperanza hace crecer y madurar la fe y el amor: puede hacernos heroicos y mártires del amor. Porque nos hace vivir entregados a ayudar a los demás a preparar los caminos del Señor. ¿Cómo es mi espera? ¿Y mi esperanza?
-Se requiere una vida de corazón puro y ardiente como el fuego que no solo alumbra, como las lámparas encendidas, sino que ilumina, orienta, arde, calienta y sirve a los demás. Pero siempre que esté alimentado por el combustible necesario, si no, se apaga y nos perdemos, nos dormimos. No hay combustible mejor e inagotable que la fe, las obras de misericordia y el amor.
-A media noche se oyó una voz: ´¡Que llega el esposo, salid al encuentro!´ Y claro, como en todo y como siempre, en la espera hay gente prudente, sensata y previsora, y la hay imprudente y que no prevé las cosas, ¡y luego se sorprende porque en el momento oportuno se pierde lo mejor: el final, el encuentro con el Amigo y Amado! Para disfrutar de Él, se cierra la puerta y no se reconoce a los de fuera, porque la fiesta ya está marcha. Y todo esto, porque se han dormido, no han velado. Aquí también, en la espera, solo la esperanza y el amor nos hace velar. En la gestión de mi vida, ¿soy sensato, prudente y previsor, o lo contrario o más o menos, depende…? No es cuestión de último momento… O de veremos… No. Nunca. Ahora sí, ya.
-Por tanto, hay que estar en vela siempre. ¿Se puede? ¿Es posible? Aclaremos: velar no es vivir con miedo y atemorizado, porque viene el Señor, y… (¿?). Ni mucho menos vivir torturados por la angustia de que viene. No. Un cristiano no deja de gozar de la vida como Dios quiere, ni deja de incorporarse seriamente a las tareas de la sociedad, ni de encarar serenamente las mil y una circunstancia de la vida, la familia, el trabajo…, y al compromiso apostólico en la Iglesia. Lo que ocurre es que lo hace con responsabilidad, con esmero en el servicio fraterno, con prudencia audaz por el amor. Es decir, con la atención puesta en la verdadera sabiduría que viene de la luz del Espíritu de Jesús. ¡Esta es el santo temor de Dios! Y consciente, muy consciente de que si viene el Señor, por eso lo está esperando, es para “estar siempre con el Señor” y gozar de su Presencia y Amistad, sin dejarse atrapar por la pereza ni por las drogas varias de este mundo, que llevan al desorden, el caos y el sueño. ¡Y ahí se pierde todo! ¡La persona misma incluso! ¿Entiendo mejor lo que es velar?
No puedo dejar de hacerlo. Es demasiado importante para mí y para los demás! ¡Así se vive la vida: velando! Es la manera de vivir la vida a tope. ¡Es muchísimo! No lo puedo dejar para mañana, para después…
-Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora”. Aquí surge algo de mucho valor, apuntado en estas últimas palabras de Jesús. Indica, sí, la importancia y la seriedad de la vida. No es esta un juguete de capricho y de placer. Es mucho, mucho más. Es el aprendizaje del esperar, del velar, del estar dispuestos y disponibles para el encuentro porque no sabemos el día ni la hora. ¡Así! ¿Y cómo se hace ese aprendizaje en la escuela de la vida? Viviendo el “momento presente”, el “ahora mismo”. Ahí me lo estoy jugando todo, porque, de hecho, -¡mucha experiencia cristiana tenemos de ello-!, el Señor viene muchas veces a nuestra vida, todos los días diría, y así aprendemos a recibirle y encontrarle, a acogerle o rechazarle, a abrazarle o darle la espalda.
¿Qué como viene? En cada hombre y en cada acontecimiento y circunstancia; eso por lo pronto. Lo cual nos enseña a vivir siempre despiertos y preparados. Pero además, el Señor llega por la Palabra de Dios que leemos, escuchamos, meditamos, celebramos; llega por los sacramentos que recibimos y vivimos; llega por la participación infaltable y plena de la Eucaristía dominical, al menos; llega por el buen ejemplo de otras personas; llega por la salud y por la enfermedad, por la tristeza y por la alegría…
Llega, y esto es muy importante y hemos de practicarlo mucho, por las inspiraciones y sugerencias interiores que sentimos en nosotros. Menudo aprendizaje. Buen ensayo. Importante experiencia cristiana auténtica, (de profesional), de espera, de vela, de Encuentro con el Esposo, o sea, el Amigo y Hermano, mi Cristo y Señor. Es empezar a vivir el cielo en la tierra. ¿Quiero más? ¿Por qué no lo intento? Un día un aspecto, otro día otro… Así voy viviendo la vida en la tierra como en el cielo. ¿Por qué lo pido si no en el Padrenuestro?
Para terminar: ¿Qué ha resonado más fuertemente dentro de ti? Cae bien en la cuenta y agradécelo al Señor. Al mismo tiempo, conserva lo que te parezca más significativo o urgente para tu reflexión, meditación y aplicación a la vida. Todo ello, claro, con la gracia del Señor. La semana es una buena palestra para poder hacerlo. Concluye con el Padrenuestro…
Dentro, muy dentro de ti, ReL
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