¡Estas obras generosas, hechas de forma anónima por prójimos y desconocidos, son muy inspiradoras!
Todos conocemos el mandamiento de amar al prójimo. Es uno que casi todo el mundo aprende desde la escuela elemental. Y es bastante sencillo de entender como concepto general, en el sentido de que debemos ser buenos con los demás y tratar a los que no son familia con el mismo amor, cuidado y respeto. Pero, ¿qué significa realmente este mandamiento a una escala cotidiana y local? ¿Debería ofrecer a mi vecino un abrazo todas las mañanas de la misma forma que lo hago con mis hijos antes de ir al colegio? No creo. Pero sí hay formas prácticas y sutiles de ser amable y atento. Solamente tenemos que buscar la oportunidad adecuada.
Por fortuna, hay personas en el mundo que ya lideran con su ejemplo. Por supuesto, habréis leído historias de noticas locales sobre personas que pagan el café de otro cliente, pero eso es solamente una pincelada de las muchas historias anónimas de bondad que se desarrollan diariamente y que deberían ser celebradas. Así que aquí tenéis unas cuantas historias inspiradoras más, todas actos de amor y bondad de las que no has oído hablar…
El regalo de cumpleaños inverso
“Iba a estar sola el día de mi cumpleaños, así que reuní algunos billetes de 10 dólares y me fui al centro de la ciudad con la intención de repartirlo entre personas sin hogar. Era un día lluvioso, así que no tuve mucha suerte. Decepcionada, empecé a volver hacia mi coche cuando vi a una joven llorando en la parada de autobús. Le estaba diciendo a alguien por teléfono que no sabía cómo iba a comprar comida para su familia. Eché mano a mi bolsillo y le di todo el fajo de dinero. Mi bendición fue ver su rostro iluminarse con alivio y alegría. Me marché sabiendo que había ayudado a alguien en el momento apropiado y el lugar apropiado, de forma similar a como me habían ayudado a mí misma muchos años atrás”. – Angie Nuttle
Compartir música
“Mientras tocaba en la estación de metro de Times Square, un señor ciego se unió a un grupo de viandantes reunidos en torno a mí. El rostro del hombre ciego se iluminó con el sonido de mi música. Una señora del público, sin relación con el ciego, se percató de su alegría. Se acercó a mí, me compró uno de mis CD, lo puso en la mano del señor ciego y le dijo: ‘Esta es la música que está escuchando. Es para usted. Y pensar que, de alguna pequeña manera, mi música fue el impulso para un acto tan increíble, generoso y bello de bondad entre dos desconocidos… ¡no tiene precio!”. – Natalia “Saw Lady” Paruz
Una buena obra por otra buena obra
“Hace años, durante mi segundo periodo de dos años de inactividad (soy madre soltera), me dirigí a mi grupo de estudio de la Biblia y pedí ayuda para otra madre soltera que sufría un debilitante dolor crónico a causa de una esclerosis múltiple y, además, tenía dificultades financieras. Pregunté si alguien podía hacer un donativo para ayudarle, y me alegra decir que recaudamos mucho dinero. Para mi sorpresa, a la semana siguiente recibí un cheque en el correo por valor de 1.500 dólares de una pareja que nunca había conocido, con una nota que decía que les conmovió mi defensa de las necesidades de esta mujer, a pesar de mis propias dificultades. Poco sabían cuánto me hacía falta ese dinero”. – Mary Kaarto
Gracias a una banquera
“Durante muchos años, fui madre soltera con un presupuesto muy ajustado. Como no conduzco, subía a mis pequeños en una carretilla roja y recorría a pie el kilómetro y medio de ida y vuelta al supermercado, con la compra compartiendo el espacio de la carretilla con mis chiquillos a la vuelta a casa. Uno de esos días, encontré en mi patio delantero una caja repleta de alimentos y productos básicos (detergente para ropa, para platos, etc.). Pregunté a mis amigos y todos se encogieron de hombros y negaron con la cabeza. Años más tarde descubrí que había sido una banquera de la sucursal que había entre mi casa y el supermercado. Su ayuda supuso una maravillosa cena de Acción de gracias y un par de semanas de comida, y nunca pidió un ‘gracias’ o reconocimientos. Fue una humilde donante a quien siempre estaré agradecida”. – Debora Dyess
Manos libres para ayudar
“La tienda donde hago la compra tiene un aparcamiento en pendiente y una fila de carritos poco práctica, además de una clientela de edad avanzada. Intento pararme cuando estoy en el aparcamiento antes de entrar en la tienda para ayudar a alguien a devolver el carrito a su fila. También, cuando devuelvo mi carrito, miro a ver si alguien necesita ayuda. En esta etapa de mi vida, sin niños en casa, dispongo literalmente de mis dos manos para ayudar a los demás. Así que intento estar pendiente de los que me rodean en vez de apresurarme para terminar mis recados. Intento recordar que de aquí a 20 años ¡quizás sea yo quien necesite ayuda!”. – Carla Foote
Comida para dos
“Justo el mes pasado, mientras conducía a San Luis, de camino a comer en un restaurante de carretera, pasé junto a un mendigo. Así que compré dos raciones de lo que yo iba a pedir —un sándwich de queso, una manzana, patatas fritas, una galleta y agua— y paré de vuelta a casa para dárselo a él. Antes de volver siquiera la esquina, vi que ya se había llevado la comida que le ofrecí para comérsela sentado bajo un árbol. Estaba claro que le hacía falta una buena comida. La experiencia me hizo sentir que había hecho una obra de misericordia”. – Leah Gleason
Servicio de cenas
“Una vez que mi marido y yo salimos a cenar, me puse a charlar con un señor mayor. Había venido a la ciudad para visitar a su anciana madre, que estaba en un asilo. Contó que estaba preocupado por ella porque vive fuera del Estado. Sentí de verdad que Dios presionaba mi corazón para que ofreciera mi ayuda si alguna vez la necesitaba. Luego, mi lado práctico me dijo que no lo hiciera, que probablemente no era de mi incumbencia. Pero el lado de Dios venció; así que le pasé un trozo de papel con mi número de teléfono. Le dije que si alguna vez necesitaba a alguien que se acercara al asilo y echarle un ojo a su madre, yo lo haría. El hombre empezó a llorar. Yo no sentía que fuera para tanto, pero para él significó mucho. Y me alegra haber escuchado la indicación de Dios aquel día”. – Jamie Janosz
Alimentando a compañeros
“Uno de mis compañeros de trabajo estaba arruinado y le escuché hablar de que no tiene ni para comer en casa. Así que usé mi pausa para el almuerzo para correr a llenar un par de bolsas de comida en el supermercado y luego las puse en su coche. Nunca admití que fui yo quien lo hizo, pero me sentí estupendamente. Yo misma he estado en una situación similar, así que quise ayudar. Hoy, sigo teniendo una política de despensa abierta para los amigos”. – Bonnie Muehleman
Caryn Rivadeneira, aleteia
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