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lunes, 29 de enero de 2018

¿Admirar para poder amar?

Porque primero amamos, luego nos es posible admirar, pero en todo caso siempre será un amor sin condición.

Mi madre tenía en un pedestal a mi padre que ciertamente demostró ser un hombre  exitoso, de mucho talento, y que fue como un faro que la tuvo siempre deslumbrada, que la hizo  sentirse muy feliz y protegida.
Fue lo que percibí en su relación hasta mi adolescencia, pues mi padre de pronto enfermo, murió, y de sus defectos y limitaciones, que debió tener como todo ser humano, nunca me enteré.
Crecí por ello con una idea muy romántica del matrimonio, esperando la aparición en mi vida de un príncipe azul, que debía ser lo más aproximado a la figura que conservaba de mi padre: alguien en condición de héroe, a quien admirar, amar, y tener en un pedestal. Por supuesto que yo creía estar preparada para desempeñar  el rol de dama virtuosa y subyugada por la  aureola de protección con la que seguramente me cubriría.
Y fue así como se incubó el problema que casi acabó con mi matrimonio, pues equivocadamenete había puesto la admiración como una condición para amar.
Me casé ciertamente con el elegido de mi corazón, un hombre muy prometedor y que me amaba plenamente. Lo hice  pensando  iniciar una novela rosa que no tardó en adquirir  tonos morados, pues, ¡oh sorpresa! aparecieron  defectos y limitaciones personales en mi héroe, mismos que  requerían el contrapeso de virtudes que en mí, brillaban por su ausencia; por la simple razón de que había esperado que todo fuera coser y cantar.
Llegué a pensar que quizá me había casado  con el hombre equivocado, pensando que no podría amar a quien no podía admirar, al menos en los términos en que había aprendido.
Con todo,  él comenzó a edificarme con su ejemplo cuando lo vi luchar, lo mismo por superar sus defectos, que  los altibajos de la existencia que más de una vez me pusieron los pelos de punta.
Mi príncipe azul, mi fiel e invencible caballero resultó que como cualquier mortal cometía errores, tenía sus defectos, se enfermaba, trastabillaba, se caía y levantaba. Sin embargo, cada día buscaba apoyo en mi amor y confianza, para subir a su cabalgadura y empuñar la espada, para  lanzarse al combate  con determinación y coraje, dirigiéndome una última e intensa mirada como diciendo: ¡va por ti!
Una mañana, después de haberse desvelado meciendo la cuna de nuestro niño recién nacido para que yo pudiera descansar, y después de haberle dado unos sorbetones apurados a un café que le ofrecí en el último momento,  lo vi correr hacia el coche, fajándose la camisa, un poco despeinado y recogiendo papeles que en el trance se la caían, pues se le hacía tarde.
Y  me descubrí amándolo  desde la perspectiva correcta.
Fue entonces que me decidí a adquirir virtudes para apoyarlo y merecerlo, que por otro camino jamás habría descubierto ni adquirido, y sin esperar ya que me hicieran feliz, ni a que solo me protegieran, comencé a ser feliz esforzándome por hacerlo feliz.
Luego  pude confirmar muchas cosas asistiendo a un curso sobre amor conyugal, con la enorme ilusión de hacer de nuestro matrimonio nuestro mejor proyecto; y compartí en el mi testimonio de vida.
Aquí lo aprendido en relación con mi experiencia:
Ciertamente existe una relación entre el amor y la admiración. Pero en el amor conyugal, que es un amor incondicional a la persona despojada de todo atributo, la admiración no es el principio del que brota dicho amor, sino al revés.
Es decir, porque primero amamos, luego nos es posible admirar, pero en todo caso siempre será un amor sin condición.
Es por eso que podemos amar en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, en la fortuna y en la desgracia, en lo admirable y en lo que tenemos como todo ser humano de limitados, frágiles y hasta miserables.
De esto se puede concluir lo siguiente:
  • Quien para poder amar necesita previamente que se le desencadene una admiración que le arrastre incontenible, puede poner en duda si realmente ama.
  • La codicia por lo admirable de quien se busca a sí mismo en el amor, y el anhelo amoroso por dar de sí lo mejor por parte de quien es admirado, puedan quizá parecerse en que ambos desencadenan un intenso impulso al principio de la relación. Pero ahí acaba su semejanza.
  • Como quien  codicia, porque  admira, no necesariamente  ama, amargamente lo descubren los “admirados” seducidos, cuando llega el momento de mostrar su lado frágil y limitado, cuando en esta u otra cosa como todo ser humano, ya no se es tan “admirable y perfecto” sino defectuoso.
Lo que al inicio de mi matrimonio pensé que sería un: “y comieron perdices siendo felices para siempre”,  se ha convertido en un comenzar y recomenzar corrigiendo y reescribiendo pasajes de nuestra historia, y, ciertamente mi esposo y yo nos admiramos, pero bien sabemos que tal  admiración fatigosamente labrada es un fruto del árbol del amor incondicional, y no su raíz.
Escríbenos a: consultorio@aleteia.org
Orfa Astorga, aleteia



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