La vocación es una flor tan delicada que mucho debe cuidarse. San Alfonso, preguntándose qué se requiere en el mundo para perder la vocación, responde: “Nada. Bastará un día de recreo, un dicho de un amigo, una pasión poco mortificada, una aficioncilla, un pensamiento de temor, un disgusto no reprimido. El que no abandona los pasatiempos debe estar convencido de que indudablemente perderá la vocación. Quedará con el remordimiento de no haberla seguido, pero seguramente no la seguirá...”.
¡Nada!...en el mundo o también en un seminario o convento donde no reina el espíritu de Cristo, sino el espíritu del mundo, no el Israel espiritual, sino el Israel carnal. Porque el mundo no puede recibir el Espíritu de la Verdad, porque no le ve ni le conoce.
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