La familia es tan importante que Jesús quiso entrar en nuestra historia por ella
El Papa Juan Pablo II llamaba a la familia “Santuario de la vida” (Carta a las familias, 11), “lugar sagrado de la vida”. Al desear que la humanidad existiera, Dios estableció su base: la familia, la unión de un hombre con una mujer, creciendo mutuamente en su amor y generando hijos para esta vida y la eterna.
Es en la familia que la vida humana surge como una fuente sagrada, y es cultivada y formada. La misión sagrada de la familia es cuidar, revelar y comunicar al mundo el amor y la vida. El Concilio Vaticano II ya la había llamado “la Iglesia doméstica” (Lumen Gentium, 11) donde Dios reside, es reconocido, amado, adorado y servido; y enseñó que: “El bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar (Gaudium et Spes, 47). La Iglesia enseña que “La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad” (CIC, 2207).
Juan Pablo II dijo que la familia hoy está amenazada por la plaga del divorcio; por las uniones libres, por el sexo libre, por el aborto y la eutanasia, por las uniones de personas del mismo sexo, por las “familias alternativas” que no están de acuerdo con el modelo único de Dios, etc…
La familia es tan importante que Jesús quiso entrar en nuestra historia por ella; Él no necesitaba hacerlo, pero quiso tener un padre (adoptivo), una madre, y un hogar en Nazaret. Ahí él vivió hasta los 30 años, cultivando el amor a sus padres, trabajando en la carpintería de José, aprendiendo a amar y a servir a Dios, sabiéndose Hijo de Dios.
La familia de Nazaret se volvió así el modelo de las familias: la pareja se ama con todo amor y fidelidad y vive para hacer la voluntad de Dios; y el Hijo, incluso siendo el creador de ellos, obedece y honra a sus padres. Ahí no hay lugar para la soberbia, el orgullo, la vanidad, la arrogancia, la prepotencia, la lujuria, la gula, la ira, la envidia, los celos, las murmuraciones, los atracones, las borracheras y cosas semejantes.
Cada familia hoy necesita centrarse en la Sagrada Familia y aprender con ella los valores fundamentales de la vida. En este mundo actual donde el consumismo nos seduce, donde todo es desechable, hasta la dignidad de un bebé aún en el vientre de su madre, donde la rivalidad y la competencia prevalecen generando cansancio, miedo, stress, depresión y muchos otros males, es necesario aprender de Nazaret una vida de sencillez, de silencio, de trabajo tranquilo, de oración profunda, de amor y fidelidad al cónyuge y a los hijos.
La familia moderna necesita aprender con la familia de Nazaret que la verdadera felicidad esta dentro de la misma y no en la calle; que ser rico no es tener mucho, sino necesitar poco, que ser feliz no es llenarse de cosas, sino hacer al otro feliz, que la humildad es la fortaleza del hombre, que la pureza es la condición para ver a Dios, que el desprendimiento es lo que nos hace ricos, que la templanza es el camino a la felicidad, que el perdón genera paz, que la verdad es la salvación, que el trabajo dignifica a la persona, que la bondad nos hace semejantes a Dios y que la santidad es nuestra alegría.
Como dijo el padre Zezinho en una de sus viejas canciones: que bueno sería si las madres fueran como María, los padres como José y la gente se pareciera a Jesús de Nazaret. Ciertamente el mundo sería otro. Las miserias del mundo, en el fondo, son las miserias de las familias, si no se reconstruye la familia conforme al corazón y el designio de Dios, no habrá felicidad en la tierra.
Editora Cléofas
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