En 1955 la hermana del padre Walter Ciszek recibió en Pensilvania una carta que la asombró: su hermano sacerdote, desaparecido quince años antes, en 1940, en Rusia, durante la Segunda Guerra Mundial, estaba vivo, prisionero del régimen soviético.
Pudo volver a Estados Unidos en 1963, cuando lo intercambiaron por dos espías rusos capturados. Había vivido 23 años en la Unión Soviética y había conocido bien sus prisiones y campos de trabajo.
"Espía del Vaticano"
Ciszek, que moriría en 1984, dejó escritas sus experiencias en el gulag en dos libros,“Espía del Vaticano” (a veces publicado como “En Rusia con Dios”) y “He leadeth me”, éste último recientemente publicado en español por Palabra con el título Caminando por valles oscuros, y el subtítulo "Memorias de un jesuita en el gulag”.
El primer libro cuenta su experiencia en un tono más periodístico y narrativo: dónde estuvo, cómo lo trataron, el frío, el hambre, las torturas, los traslados, la vida en el gulag…
El segundo es más espiritual. Lo escribió porque la gente le preguntaba cómo pudo sobrevivir tantas privaciones y maltratos y se sintió obligado a hablar de su proceso espiritual y psicológico de kenosis, es decir, su despojarse, su hacerse pequeño y pobre… para ponerse completamente en manos de Dios. Fue un proceso complejo porque él siempre había sido un hombre fuerte e independiente. Aprender a dejarse llevar por Dios fue su reto.
Un joven pendenciero y mal estudiante
Había sido un jovenzuelo pendenciero, tozudo y peleón que se saltaba las clases en el colegio. Hijo de inmigrante polaco en EEUU, asombró a todos al decidir hacerse sacerdote.
En el seminario presumía de “tipo duro”: nadar en un lago helado, ayunar muy austeramente… y cuando sus superiores le regañaban por sus excesos, él se molestaba.
Ese seminarista adolescente leyó una biografía sobre San Estanislao Kostka, un chaval polaco que caminó 500 millas para unirse a los jesuitas. Sonaba “muy duro”, y hacerse jesuita le pareció atractivo… pero los jesuitas se pondrían exigentes en el tema de la obediencia, temía él. “Finalmente decidí que, puesto que el reto de ser jesuita era tan duro, ¡yo lo haría!”
Ciszek, como joven seminarista en los años 30
Ya desde su noviciado jesuita se sintió llamado a ir de misionero a Rusia. Estudió en el colegio Russicum de Roma (que prepara a sacerdotes para trabajar en el mundo rusohablante) y fue ordenado como sacerdote de rito bizantino en 1937.
Tras diez años de deseo misionero, en marzo de 1940 se infiltró en Rusia, con un nombre falso y unos trabajadores polacos que iban a un campo de leñadores.
Cien mil cristianos asesinados en dos años
Al principio se dedicó a cortar madera como un leñador más, pero pensaba que aquello era “casi un no apostolado” porque nadie quería oír hablar de Dios, ni siquiera los católicos. Era muy peligroso, había terror a ser denunciado.
Hoy sabemos por estudios como el del historiador ruso Serguey Firsov que Ciszek llegó justo después de la mayor persecución antirreligiosa del país. El censo ruso de 1937, después de 20 años de comunismo, blasfemias y represiones estatales, aún mostraba que el 84% de ciudadanos soviéticos mayores de 16 años analfabetos aún se declaraban creyentes, e incluso entre los alfabetizados un 45% seguían creyendo en Dios.
Las autoridades, molestas por estas cifras, decidieron aplicar una persecución más sangrienta que todas las anteriores: entre 1937 y 1938, cuenta Firsov con datos actuales, fueron asesinados 100.000 cristianos ortodoxos, y deportados o represaliados otros 200.000. Entre 1939 y 1942, como ya no quedaban casi ortodoxos declarados para ejecutar se mató “sólo” a unos 4.000 más. De los católicos, presentados como espías extranjeros, papistas u occidentales, ya hacía tiempo que no se sabía. En ese ambiente llegó Ciszek.
En la prisión de Liubianka
Pronto le detuvieron y le encerraron en la famosa y temida prisión de Lubianka, en pleno centro de Moscú, donde pasó cinco años, la mayor parte del tiempo en aislamiento. Le acusaban de “espía norteamericano”. Una acusación absurda, que él pensó que pronto se desmontaría.
El padre Ciszek, fichado por la policía soviética
Estaba dispuesto a pasar hambre, resistir presiones, aislamiento… pero después de un año de interrogatorios brutales, de ser drogado y manipulado con trucos mentales, acabó firmando una declaración que daban a entender que había estado espiando para el Vaticano.
Por primera vez en su vida, Ciszek, el “tipo duro”, orgulloso de ser fuerte, de resistirlo todo, de ser distinto a los demás, se sintió débil. Y al seguir las torturas e interrogatorios,llegó a sentir desesperación.
Solo entonces se entregó plenamente a Dios. Y solo entonces entendió que todo lo que había tenido hasta entonces en su vida (salud, fuerza, confianza…) eran gracias de Dios.
“Supe que debía abandonarme en la voluntad del Padre y vivir en un espíritu de abandono a Dios. Y lo hice. Solo puedo describir la experiencia como un dejarme llevar, entregando cada esfuerzo o incluso cualquier deseo de llevar las riendas de mi vida. Lo llamo una conversión. Fue a la vez una muerte y una resurrección”, explica.
Por eso, cuando le preguntaron cómo sobrevivió a años de gulag, necesitó escribir Caminando por valles oscuros, un libro de vivencias espirituales: no fue por su resistencia humana o psicológica, sino por su entrega a Dios.
Dado por muerto... pero estaba evangelizando
Mientras tanto, sin saberlo él, en 1947, la Compañía de Jesús en Estados Unidos explicaba a su familia que había que dar por muerto al valiente misionero.
Con todo, en los campos de trabajo de Siberia empezó una nueva vida. Allí el prisionero Ciszek pudo bautizar, confesar, impartir enseñanzas y confortar a moribundos, siempre en secreto, siempre a escondidas.
Cada vez que le descubrían en alguna de estas actividades (no faltaban los delatores, a los que él trataba con especial paciencia y perdón) le asignaban tareas de castigo: cavar fosos para estiércol a temperaturas bajo cero con un pico, arrastrarse por túneles subterráneos que amenazaban con hundirse, pasar 15 horas cargando y descargando carbón con una pala, sacar troncos de un río helado…
En cierta ocasión lo arrojaron en un vagón con 20 crueles criminales comunes, que le quitaron la ropa y le amenazaron con matarle. “Esta es la gente que conforma la voluntad de Dios para mí hoy”, se dijo él, adaptándose a su nuevo yo, dócil con Dios.
Escribiría también sobre sus misas del gulag: "Yo decía la Misa en chozas de almacenamiento con corrientes de aire, o acurrucados en el barro y el fango en la esquina de una obra de construcción de un subterráneo. . . . Sin embargo, en estas condiciones primitivas, la misa me acercó a Dios más de lo que nadie posiblemente podría imaginar".
En Siberia, de ciudad en ciudad
A partir de 1955 Ciszek fue liberado de los campos de trabajo pero no se le permitía salir de Siberia. Atendía con los sacramentos a los cristianos dispersos, a escondidas, huyendo de ciudad en ciudad porque la policía volvía a perseguirle. En cierta ocasión, en un campo de trabajadores alemanes en Siberia, en Yenisei, organizó una misa para 800 personas. A veces pasaba 3 días sgeuidos sin dormir, de misión a misión.
Su devolución a Estados Unidos en 1963, intercambiado por dos espías rusos, le ahorró otro periodo de gulag al que sin duda le habrían sometido.
Muchos en Estados Unidos, incluyendo esforzados jesuitas, querían ponerlo como ejemplo de hombre “duro”, “resistente”… Él una y otra vez tuvo que predicar su mensaje de entrega, pequeñez y confianza en la Divina Misericordia: en el gulag no servía ser “duro”, sólo servía “dejarse hacer” por Dios… igual que en la vida cotidiana.
Hoy, la Liga de Oración del Padre Walter Ciszek (www.ciszek.org) trabaja por su beatificación. Cada año se celebra una misa en San Casimiro, la que fuera su parroquia en Shenandoah (EEUU), recordando su figura y pidiendo por su proceso canónico. Allí, este pasado domingo 25 de octubre, ante 200 personas, el joven sacerdote Michael Paris explicó como también él había vivido una juventud pendenciera y como leer a Ciszek le había ayudado en el seminario.
El padre Ciszek en misa en EEUU en los años 60
La Liga entrega cada año 5.000 dólares a la diócesis para potenciar el proceso canónico. Sus miembros se comprometen a orar cada día un Padrenuestro y un Avemaría por el proceso, a dar testimonio cotidiano de aceptación de la voluntad de Dios, a difundir la vida y mensaje del misionero jesuita y a pagar una cuota de diez dólares al mes. Su libro Caminando por valles oscuros es para muchos un clásico de la espiritualidad del abandono y la confianza.
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