Armin T. Wegner fotografió la matanza
Marinella Bandini, ReL
Armin T. Wegner gritó en el sueño hasta el último día “soñando y re soñando la tragedia vista y sufrida”. Las imágenes de la matanza de armenios estaban impresas en su mente como en sus fotos, que han inmortalizado el primer genocidio del siglo XX.
Armin T. Wegner gritó en el sueño hasta el último día “soñando y re soñando la tragedia vista y sufrida”. Las imágenes de la matanza de armenios estaban impresas en su mente como en sus fotos, que han inmortalizado el primer genocidio del siglo XX.
Y gritaba su pena como exiliado de Alemania, él alemán, que había tratado de advertir a su pueblo de repetir los mismos horrores, y por eso fue primero internado en un campo de concentración y posteriormente exiliado, despojado de su dignidad.
Un dolor que nunca superó.
Hoy ese grito finalmente puede encontrar la paz después de que Alemania “no sólo reconoció el genocidio de los armenios, sino también admitió su propia responsabilidad, un mea culpa increíble”, subraya Mischa Wegner, el hijo que Armin tuvo con su segunda esposa.
A través de sus ojos recorremos la historia de un hombre que fue testigo de dos genocidios, y que trató de dar a conocer la verdad. Aunque no fue escuchado, fue censurado, y sus publicaciones quemadas, hereje novato de la Alemania nazi.
Mischa Wegner nace en 1941 en Nápoles, y crece en las calles de Positano. En los años ´60 se traslada a Roma con los padres.
No conoce un padre distinto de aquel que a 55 ya está marcado por el genocidio y el exilio, un padre que grita en sueños: “El grito era parte de su vida y, por tanto, era parte de la carga de la familia. No se vivía como una tragedia, sino como algo natural”.
Un padre al que no le gusta hablar de lo que ha visto y del dolor que lleva en el corazón.
Un padre silencioso y lejano con sus pensamientos: “de esta prisión no lograba salir, y por lo tanto no podía comunicarse”.
Mischa conoce la historia de su padre, el compromiso primero en el frente polaco y luego en aquel oriental como sanitario acompañante de las tropas alemanas, su compromiso con la paz y los derechos humanos.
Conoce sus batallas -escritos, apelaciones y conferencias- para despertar la conciencia de un Occidente (Europa, Alemania y los EE.UU.) que no quiere ver, él “no era uno que miraba para otro lado.”
Los mundos de Armin y Mischa eran distantes cronológicamente y en realidad, además de los datos biográficos, Mischa nunca se interesó mucho en la historia de un padre.
Hasta el 95, cuando Pedro Kuciukian recurre a él para tener material fotográfico de la exposición Refugio precario sobre los intelectuales alemanes obligados a abandonar Alemania porque no eran agradables a Hitler.
“No podía imaginar que me habría transportado en un vuelo al fondo de mi existencia, al descubrimiento de mi padre y al mismo tiempo de mi pasado” dirá años más tarde Mischa Wegner.
“Heredamos mucho de la experiencia de la vida de nuestros padres. Hasta el 95, cuando me pidieron las fotos de mi padre, nunca me había ocupado de los armenios, mi padre nunca había hablado y yo nunca le había preguntado. Apenas comencé a hablar en aquella conferencia empecé a llorar. Hubo como un cajón dentro de mí que nunca había abierto y ocultaba cosas que yo no sabía”.
En ese cajón, Mischa encontró las heridas con las que su padre nunca lo cargó: “la traición de sí mismo para sobrevivir, la ignominia de la sumisión a los guardias de la prisión (en los campos de concentración), la sumisión de la dignidad humana bajo la bota de la grosería y la estupidez. Oí a mi padre como si estuviera dentro y he sufrido enormemente su humillación como mía”.
Y otra vez: “Mi padre murió muchas veces, primero en los desiertos de Anatolia , después en los campos de concentración. Murió cada vez que la dignidad humana fue pisada”.
“¿Alguna vez has pensado en lo que significa ver al hombre morir una, diez, cien, mil, diez mil, cien mil, un millón de veces? Verlos con tus propios ojos, allí, delante tuyo, morir con ellos y no morir, no morir sino ser destinado a llevarlos en la memoria dentro de ti por el resto de tus días”.
Sobre la tumba de Armin Wegner en Positano está la misma inscripción que el papa Gregorio VII tomó como suya: “He amado la justicia y odiado la injusticia: por eso muero en el exilio”.
Hoy aquel exilio ha terminado, no ha terminado sin embargo su tarea. Armin Wegner tomó fotografías de armenios en zonas de difícil acceso y en modo rocambolesco las llevó a Alemania.
Escribió en una carta: “Lo sé que cometo de esta manera un acto de alta traición, y sin embargo, la conciencia de haber aportado un granito de arena para ayudar a estas pobres personas, me llena de alegría más que cualquier otra cosa que haya hecho”.
En el poema Der alte Mann (El viejo), escribe: “Mi conciencia me llama a ser testigo. Yo soy la voz de los exiliados que clama en el desierto”.
Esta conciencia lo acompañará a lo largo de su vida. En Stromboli, sobre el techo de su cuarto de trabajo tiene grabadas estas palabras: “Nos dieron la tarea de trabajar en una obra, pero no de completarla”.
No se completó ni siquiera con honores: el título de Justo de las Naciones del Yad Vashem (1967) y la Orden de San Gregorio los armenios (1968).
Hoy le toca a Mischa llevar a cabo esa tarea, lo sabe muy bien. “Hoy grito yo también. En silencio pero grito yo también. Prácticamente soy un hombre herido yo también”.
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