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jueves, 2 de junio de 2016

El gran viaje del discípulo incrédulo

Fortalecer la fe recorriendo el trabajo interior del apóstol Tomás, el "incrédulo" del Evangelio

joven


Silvia Lucchetti, aleteia
“La Settima perla, il grande viaggio del discepolo incredulo” Alessandro Saporetti (San Paolo Edizioni) – “La Séptima perla, el gran viaje del discípulo incrédulo” – es un recorrido en la vida de fe del apóstol Tomás, el incrédulo por excelencia. El autor imagina que lee en el corazón del apóstol, dando voz a los pensamientos, perturbaciones, fatigas y alegrías que él sintió tras la muerte de Jesús, pero que humanamente pertenecen a todos nosotros. El corazón de Tomás es imagen del corazón del hombre, del creyente y de su recorrido de fe.

La obra compuesta por siete capítulos recorre el itinerario espiritual del apóstol desde el domingo de Pascua hasta el domingo in Albis, día en que finalmente encuentra a Jesús resucitado. El autor, al narrar esta semana de sufrimiento y búsqueda, subraya algunos pasajes de los textos evangélicos, y utiliza imágenes para explicar las etapas de este camino espiritual.

“El desierto o noche oscura” como momento de acercamiento del discípulo a la cruz, “las capas de terreno en el corazón del discípulo” que representan los obstáculos de la vida espiritual, “las perlas escondidas” que representan los momentos cruciales para reencontrar con la oración los instrumentos para continuar en el camino de fe.

Monseñor Giancarlo M. Bregantini escribe en la introducción al texto, a propósito de la incredulidad de Tomás que, a diferencia del resto de los apóstoles, no había todavía visto al resucitado:
“(…) Cierto, debe ser tremendo oír decir, casi como desafío fraterno, pero punzante: “nosotros…. nosotros hemos visto al Señor”. 

Ciertamente, en su tono no había desdén ni ironía. Ciertamente no. Y, sin embargo, creemos que en su corazón, en el de un discípulo fiel, siempre vigilante y atento, esa no presencia, ese no haber estado, debe haber significado una herida muy amarga. Dura de aceptar”.

  1. La mirada del Señor
Tomás vio morir a Jesús, asistió a sus sufrimientos. Sus ojos y su corazón están aún llenos de la pena por la muerte. Cuando los apóstoles y María de Magdala le anuncian que el Maestro ha resucitado y está vivo, Tomás no lo puede creer.

“¿Cómo pueden sonreír tan pronto basándose en una noticia que no tiene ningún fundamento? Para un hombre práctico como yo no hay lugar para estos cuentos de fantasía. Si los hechos han verdaderamente cambiado quiero pruebas certeras… sin embargo, advierto aún las palabras de Jesús dentro de mí: Resucitaré al tercer día…. me atraviesan de lado a lado”.

El apóstol vence la tentación de dejar perder todo recorriendo el camino junto a su Maestro y descubriendo la perla escondida en su corazón: la mirada de Jesús que se posa en él.

  1. Reconocerse pequeños
Tomás instintivamente quisiera vengar al Señor, pero al mismo tiempo siente el deseo de perdonar a los enemigos que lo han condenado a muerte. Aunque afligido, logra encontrar su segunda perla escondida: la humildad.

“(…) Intuye que, si quiere encontrar al Mesías, debe reconocerse pequeño, permanecer humildemente de rodillas hasta las lágrimas y besarle sus santos pies que fueron traspasados por los clavos de la cruz. (…) Dentro de sí percibe que el Espíritu lo empuja, provocándole un gran deseo de pedir humildemente perdón, especialmente por sus pecados de incredulidad”.

  1. La fe crece cuando es puesta a prueba
La fe incluso cuando es aparentemente madura es débil frente a las tentaciones, y para madurar y no ceder a las seducciones del mal necesita de la prueba.

“Esa perla escondida nos buscará, como dice san Pablo, esa que es definida “la armadura de Dios”, simbolizada por el “escudo de la fe” y el “yelmo de la salvación”, para rechazar los dardos de fuego del maligno”.

  1. La Eucaristía
Entre las muchas tentaciones que el apóstol Dídimo vive tras la muerte de Jesús, una de las más fuertes es la de usar otros alimentos para nutrirse excluyendo la cruz. En los periodos de dificultad cada uno de nosotros corre el riesgo de crear, dice el autor, un Dios a su imagen y semejanza, mientras que “la vía de Cristo es mejor, porque fuera de ella no existen otras auténticas”.

Nunca es conveniente esquivar las cruces, incluso las más pesadas que el Señor nos pide para madurar nuestra fe. Jesús quiere que le llevemos con él (…) la Eucaristía es el único alimento que nos confirma en las situaciones de prueba ayudándonos a permanecer en la recta vía. Eso es posible incluso cuando no hay motivación y existe la impresión que el mundo cae alrededor, como le sucedió a Tomás.

  1. El agua viva
El apóstol está viviendo la experiencia del “desierto”, la terrible aridez de los momentos de crisis espiritual en que, sólo perseverando en la fe, es posible recibir el Espíritu Santo que es agua viva.
“(…) Cuando el peso de la cruz aumenta, se tiene la tentación de buscar fuentes que están más cerca de la mano y, sobretodo, que puedan quitar la sed inmediatamente. Se trata de fuentes ficticias, porque asemejan a esos caminos de fácil acceso que buscan el éxito o la gratificación en poco tiempo, obtenidos sin esfuerzo. Si confiamos, en cambio, en esa pequeña reserva que tenemos, cuando el periodo de prueba ha terminado, el Señor mismo proveerá a encender nuestra llama. Es el esfuerzo de permanecer en la vía estrecha, es decir, no abandonar la oración perseverante, incluso cuando no es tan agradable, incluso cuando se llega a creer que no sirve para nada o que es sólo una pérdida de tiempo. De hecho quien deja de rezar, deja de buscar a Dios”.

  1. La luz
Tomás, el sexto día después de la muerte del Maestro busca la luz, una ayuda eficaz para sostener el peso “oscuro e insidioso” de la incertidumbre.

“(…) En el evento de la Transfiguración, la excesiva incomprensión frente a la Pasión, el extremo cierre frente al misterio, habían ofuscado el corazón de Pedro, Santiago y Juan, a tal punto que terminaron por dormirse. Pero la magnificencia de la teofanía logró sacudirlos y despertarlos, para que pudieran contemplar la luz de la gloria que brillaba en el rostro de Cristo. En los momentos de gran crisis, sin embargo, puede suceder que intervenga el mismo Señor, por iniciativa propia, para reavivar la llama de la vigilancia”.

  1. “Felicidad en Cristo”
Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.» (Jn 20, 26-29).


Finalmente, después de una larga búsqueda, Tomas encuentra a Jesús resucitado y lo reconoce como “su Señor y su Dios”.

“(…) En esta proclamación está el sabor de una experiencia nueva que le ha hecho degustar una unión íntima con el Esposo y el toque extraordinario de su gloria revelada”.

Lo que sintió Tomás en ese momento, y cada uno de nosotros cuando vive intensamente la experiencia del encuentro con Cristo, puede traducirse, como sugiere el autor, con las palabras del profeta Isaías:
“Con gozo me gozaré en el Señor, exulta mi alma en mi Dios, porque me ha revestido de ropas de salvación, en manto de justicia me ha envuelto como el esposo se pone una diadema, como la novia se adorna con aderezos” (Is 61,10)

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