Este enorme clan familiar de Madrid ha tenido misioneros en medio mundo
La vida de Antonio Soler, sacerdote de la Diócesis de Getafe, está íntimamente unida a la misión, a la nueva evangelización, y a la familia como una parte esencial para llevar a cabo todo esto. Esto lo mamó al nacer y ahora sigue haciéndolo como misionero en Maputo, en Mozambique, al este del continente africano.
Antonio es el séptimo de nueve hermanos. Y el don de los hijos se ha ido transmitiendo en su familia, pues este sacerdote madrileño tiene 64 sobrinos, de los cuales 27 están ya casados. Ha celebrado la boda de todos ellos menos de una, y en este momento tiene ya 67 sobrinos-nietos, cifra que aumenta considerablemente cada año. Cada 1 de enero los cerca 200 miembros de esta familia se juntan en un local, en estos momentos un colegio entero, para hacer una fiesta de la familia. Y para ello vienen de todo el mundo.
Una familia llena de misioneros
Porque otro dato distintivo de la familia del padre Antonio Soler es su vinculación con la misión. Además de él como misionero en África, hay misioneros de la familia en otros países africanos, América y Europa.
Foto de familia que cada realizan el 1 de enero. En estos meses, el número de la familia ha aumentado en algunas unidades con respecto a la foto.
“Mis padres estuvieron doce años como misioneros en El Callao (Perú); mi hermana Ana María con su marido Mariano, enfermo de cáncer estuvieron seis años en Villa Alemana (Chile), hasta el fallecimiento de mi cuñado; otra hermana, María del Carmen estuvo con su esposo Ángel como familia itinerante en Levante, después en Caracas y en estos días parten a Ecuador; Miguel María estuvo 8 años en Ciudad de Guatemala, dos sobrinos míos están ahora como familias en misión en Francia y Bélgica, y ahora otra sobrina ha partido con su familia a Alejandría, en Egipto… Esto es inexplicable, son las cosas del Señor, de su gracia”, cuenta Antonio Soler a Religión en Libertad.
Una fe transmitida por sus padres
Precisamente, fueron sus padres los que transmitieron este amor a Dios y a la Iglesia a toda la familia. José María Soler y Carmenchu fueron de los primeros miembros del Camino Neocatecumenal, colaboraron con Kiko Argüello hace más de 50 años cuando esta realidad no era más que un germen que nacía en una de las zonas más pobres de Madrid, y durante décadas se volcaron en la evangelización y en la misión.
“Mis padres conocieron a Kiko Argüello, si no recuerdo mal, en 1964. Aquel encuentro marcó un antes y un después para ellos, y por tanto para nuestra familia, sobre todo en la vivencia de la fe. Es verdad que mis padres siempre han sido creyentes, sin embargo, la experiencia de la primera comunidad en las chabolas de Palomeras cambió radicalmente la vida en casa. Yo de esos primeros momentos recuerdo poco, pues nací en ese año 1964, pero sí recuerdo lo que ha supuesto para nuestra vida familiar: Dios es el primero”.
José María Soler, padre de Antonio, junto a un jovencísimo Kiko Argüello, cuya obra siguió desde su mismo nacimiento en las chabolas de Vallecas en Madrid
Una vocación que descubrió a los 15 años
En este ambiente fue en el que Antonio creció y descubrió su vocación, primero al sacerdocio, y casi a la vez a llevar el Evangelio hasta el último rincón del mundo. Supo que quería ser sacerdote a los 15 años. “Recuerdo el momento concreto. A los catorce empecé el Camino Neocatecumenal en la tercera comunidad de la parroquia de San Pedro Apóstol de Alcobendas. Un sábado, celebrando la Eucaristía, después de la consagración me vino con mucha fuerza la idea de que sería un gozo inmenso poder yo también consagrar. Salí de aquella celebración queriendo ser sacerdote. Era el otoño de 1979, recién cumplidos los 15. Seguí cursando mis estudios en el colegio de Nuestra Señora del Recuerdo de Chamartín y luego con los padres jesuitas y al acabar COU entré en el Seminario Conciliar de Madrid”, cuenta este sacerdote.
En su caso, la llamada al sacerdocio estaba muy vinculada a la misión, por lo que Antonio asegura que “surgió casi a la par que la vocación sacerdotal. Intuía que debía poner mi vida a disposición de la Iglesia para que ella pudiera enviarme a donde hiciera falta. Sin tenerlo muy claro racionalmente, sí tenía la intuición de que la ordenación me abría a la Iglesia universal, entendiendo siempre que la voluntad de Dios para mí pasaba por la voluntad de mi obispo. Por eso es ahora que puedo estar en un país de misión”.
De hecho, explica este sacerdote madrileño, “en este momento no soy yo quien lo ha buscado, sino que me ha venido a través de la petición del arzobispo de Maputo y de la generosidad de mi obispo, don Ginés García Beltrán”.
“Tengo la certeza moral, y así lo vivo, de que no estoy solo aquí en la misión. Sé que mi diócesis, el obispo y el auxiliar, mis hermanos sacerdotes, comunidades religiosas, y tantos seglares de las parroquias en las que he ejercido el ministerio, y sobre todo, mi comunidad neocatecumenal me sostienen con su oración. No estoy solo, y aquí también me he encontrado a la Iglesia, que como madre que es, me cuida”.
Una experiencia misionera y cómo párroco
La misión tampoco es nueva para él pues ya había hecho experiencias durante los veranos en Perú, Nicaragua, Honduras, Costa Rica y Argentina. Además, entre 2006 y 2009 formó parte de un equipo misionero itinerante del Camino Neocatecumenal en el norte de Portugal.
Pero también su experiencia como sacerdote, donde muchos años ha sido párroco en localidades pequeñas, le será muy útil en la misión. Sevilla la Nueva, Villanueva de Perales y hasta ahora Ciempozuelos son pueblos en los que ha sido párroco, al igual que en otras parroquias de localidades más grandes como Alcorcón y Getafe.
Durante los veranos de 2015, 2016 y 2017 estuvo en Mozambique predicando los ejercicios espirituales a las clarisas de Namaacha, fundación que depende de las clarisas de Soria. En el último viaje conoció al arzobispo de Maputo, y éste le preguntó si estaría dispuesto a ser misionero allí. “Mi respuesta fue que si era la voluntad del Señor, yo estaba dispuesto, pero no dependía de mí, sino de mi obispo, que ha visto que es del Señor, y aquí estoy”.
En una humilde caseta como esta es donde ha celebrado misa don Antonio en sus anteriores visitas a Mozambique, antes de establecerse definitivamente como misionero allí
La necesidad que el mundo tiene del amor de Dios
Antonio Soler llegó el pasado 25 de septiembre a Maputo. En los pocos días que lleva como misionero asegura que “aunque hay diferencias notables, sin embargo, estoy convencido de que el problema del corazón humano es el mismo en todas partes, la necesidad de ser amados de verdad para poder después amar. Mi deseo es poder hacer entender a estos hermanos míos que Dios les ama”.
Este religioso confiesa que “durante mis años de vida sacerdotal he descubierto que esta experiencia, vivida con radicalidad, es lo que de verdad convierte el corazón. He sido testigo de cómo la Gracia del Señor ha transformado tantos corazones y los sigue transformando, esto es lo que he visto en mi diócesis de Getafe y espero verlo aquí también”.
Para acabar, el padre Soler asegura que a lo largo de su vida ha podido visitar países de diferentes culturas, muy diferentes entre sí, pero “he constatado que el problema del hombres el mismo en todas partes. Todos tenemos una vocación a vivir en el amor, vocación que no se realiza. Acoger a Jesucristo, Amor del Padre para todos los hombres de cualquier raza, clase, condición o cultura es lo que nos capacita para realizar esa vocación inscrita en todas nuestras células. Esta es mi única pretensión, que a través de mi pobre vida, haya personas que se sepan amadas por Dios. Esto es lo que necesita el mundo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario