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domingo, 14 de octubre de 2018

5 santos hablan sobre la grandeza de la paciencia

No existe barrera espiritual que no caiga por la fuerza de la paciencia, que es fruto de la fe, la humildad y el abandono de la vida en Dios

Los santos decían que hay dos tipos de martirio: el de la muerte por la espada; y el de la muerte por la paciencia. La paciencia es una forma de martirio que vence todo sufrimiento.
No existe barrera espiritual que no caiga por la fuerza de la paciencia, la cual es fruto de la fe, la humildad y el abandono de la vida en Dios.
Fue por la paciencia que la Iglesia venció a todos sus enemigos hasta hoy: el Imperio Romano, las herejías, las persecuciones, el comunismo, el ateísmo, los pecados de sus hijos, entre otros.
Cuando nuestros pecados y debilidades nos asustan y nos desaniman es necesario tener paciencia también con nosotros mismos y aceptar nuestra dura realidad.
Cuando es difícil caminar de prisa, entonces, es necesario tener paciencia y aceptar caminar despacio. José y María salvaron al niño Jesús de las manos de Herodes yendo paso a paso hasta Egipto a través de un largo desierto de 500 km.
La paciencia del cristiano no es vacía ni significa inmovilidad o resignación blanda; tampoco pérdida de tiempo. No. Es la certeza de que todo está en las manos de Aquel que todo lo puede.
“Terminar una obra vale más que comenzarla: lo que cuenta es la perseverancia, y no la pretensión. No dejes que tu espíritu ceda a la cólera: la cólera se siente a gusto en el tonto”. (Ec 7, 8-9)
Lo que no podemos cambiar en nosotros o los demás, debemos aceptar con paciencia, hasta que Dios disponga las cosas de otra manera. ¡Nadie pierde por esperar!
María, nuestra Madre, es la mujer de la paciencia. Siempre supo esperar a que el designio de Dios se cumpliera, sin agobiarse, sin gritar, sin reclamar… La paciencia es amiga del silencio y de la fe. ¡Es la paciencia la que nos llevará al cielo!
“Si te has decidido a servir al Señor (…) Conserva recto tu corazón y sé decidido, no te pongas nervioso cuando vengan las dificultades. Apégate al Señor, no te apartes de él (…) arribarás a buen puerto al final de tus días” (Ecl 2, 1-3).
Acepta todo lo que te pase y sé paciente cuando te halles botado en el suelo. Porque así como el oro se purifica en el fuego, así también los que agradan a Dios pasan por el crisol de la humillación. Confía en él y te cuidará; sigue el camino recto y espera en él” (idem 4-6).
Muchas veces, la voluntad de Dios permite que las cruces nos alcancen; inclinemos la cabeza con humildad y paciencia.
Muchos están listos para hacer la voluntad de Dios en el “Tabor de la transfiguración”, pero pocos en el “Calvario de la crucifixión”.
Seamos como Nuestra Señora, que dijo “sí” en el momento de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo, pero lo mantuvo en su presentación, en la fuga a Egipto, en el pretorio, en la persecución al Señor, en el camino al Calvario y también al pie de la cruz.
Besar, agradecidos, esta mano invisible que, muchas veces, permite que seamos heridos, agrada a Dios y nos trae las bendiciones del cielo.

Para meditar: enseñanzas de los Santos Doctores

San Alfonso: “En este valle de lágrimas no puede tener paz interior sino quien recibe y abraza con amor los sufrimientos, teniendo en cuenta agradar a Dios”. Según él, “esa es la condición a la que estamos reducidos como consecuencia de la corrupción del pecado”.
San Juan Crisóstomo: “Es mejor sufrir que hacer milagros, ya que aquel que hace milagros se vuelve deudor de Dios, pero en el sufrimiento Dios se vuelve deudor del hombre”.
San Agustín: “Cuando se ama no se sufre, y si se sufre, se ama el sufrimiento”. “El martirio no depende de la pena, sino de la cauda o fin por el cual se muere. Podemos tener la gloria del martirio sin derramar nuestra sangre, con la simple aceptación heroica de la voluntad de Dios”.
San Francisco de Sales: “Las cruces que nos encontramos por la calle son excelentes, pero aún son mejores las de nuestra casa”.
Santa Teresa de Ávila enseña: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: Sólo Dios basta”.
Por Canção Nova, Aleteia





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