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martes, 24 de enero de 2023

Evangelio del día


Evangelio según San Marcos 3,31-35.

Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar.
La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera".
El les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?".
Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos.
Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.


Bulle

San Juan Pablo II (1920-2005)
papa
Encíclica Ecclesia de Eucharistia,VI, 55 - Copyright © Libreria Editrice Vaticana


La fe de su madre; la fe de sus hermanos

    En la escuela de María, la mujer “eucarística”: En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.
    Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió « por obra del Espíritu Santo » era el « Hijo de Dios » (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino. « Feliz la que ha creído. » (Lc 1,45)

Oración

Oh Dios misericordioso concédeme poder hacer siempre tu santa voluntad en todas las cosas; que sea mi ambición trabajar solamente por tu honor y tu gloria.

No permitas que me regocije en aquello que no me acerque a tí, ni que me aflija por aquello que me separe de tí.

Que todas las cosas temporales sean como la nada ante mis ojos, y que todo lo que es tuyo sea valioso para mí, y tú, mi Señor, valioso sobre todo ello.

Que toda alegría sin tí sea insignificante, y que no desee nada más que a tí.

Que todo trabajo y fatiga sea mi deleite cuando sea para tí.

Hazme, Señor, obediente sin contradicción, pobre sin lamentación, paciente sin murmuración, humilde sin presunción, alegre sin frivolidad y honesto sin engaño.

Dame, oh Señor, un corazón atento, al que nada pueda seducir lejos de tí. Un corazón noble, al que ninguna afición indigna pueda abatir. Un corazón firme, al que ningún mal pueda doblegar. Un corazón inconquistable, al que ninguna tribulación pueda aplastar. Un corazón libre, al que ninguna afición pervertida pueda reclamar como suyo.

Concédeme, oh Señor, entendimiento para conocerte, diligencia para buscarte, y sabiduría para encontrarte.

Una vida que sea agradable a tí y una esperanza que te pueda abrazar al final.

Santo Tomás de Aquino


















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