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jueves, 12 de enero de 2023

Evangelio del día

 

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Evangelio según San Marcos 1,40-45.

Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".
Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".
En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:
"No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.

Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.


Bulle

Rabano Mauro (c. 784-856)
abad benedictino, obispo
Rabano Mauro (h. 784-856), abad benedictino y obispo Tres libros a Bonose, libro 3,4; PL 112,1306


Puedes purificarme

No debes carecer de confianza en Dios ni perder la esperanza de su misericordia. No quiero que dudes o que te desesperes de poder ser mejor. Pues, si el demonio consiguió precipitarte desde la altura de la virtud hasta el abismo del mal, con mayor motivo Dios podrá llamarte a elevarte hacia la cima del bien y no sólo reponerte en el estado en el que te encontrabas antes de tu caída, sino hacerte más feliz de lo que parecías antes. No te desanimes, te lo ruego, y no eludas la esperanza del bien por miedo a que sea de ti lo que les ocurre a quienes no aman a Dios; porque no es la multitud de los pecados la que lleva el alma a la desesperanza, sino el desprecio que se siente por Dios.
Cualquier pensamiento que nos quita la esperanza de la conversión procede de la falta de fe: como una piedra pesada atada del cuello nos lleva a mirar hacia abajo, hacia el suelo, sin poder levantar la mirada hacia el Señor. Pero el que se arma de valor y que tiene el espíritu iluminado, logra liberarse de tan aborrecible peso. "Como los ojos de los siervos miran la mano de sus señores, y como los de la sierva la mano de su señora, así nuestros ojos miran al Señor, nuestro Dios, hasta que tenga misericordia de nosotros. (Sal 123,3). (EDD)


Oración

Padre celestial lleno de gracia:

Yo vengo a ti como un pecador necesitado y contrito,
sin poder propio para hacer morir las acciones del cuerpo.

Necesito de ti diariamente, que vengas en mi ayuda para hacer de mi obligación
el mortificar el poder del pecado que vive en mi vida.

Que nunca intente mortificarlo en mis propias fuerzas,
olvidando que sin tu Espíritu mis esfuerzos serán en vano.

Señor, a través de tu Espíritu ayúdame a hacer morir
la sutil y astuta fuerza del enemigo.

Al despertarme cada día, dame la fuerza para recordar mi tarea de hacer morir el pecado,
y recordar que el pecado me matará a mí si yo no lo hago morir a él.

Protégeme de nunca claudicar en mi batalla con el pecado,
sabiendo constantemente que el pecado tomará ventaja.

Ayuda a mi corazón a abundar en gracia que fluya de tu Espíritu,
y destruye en mi corazón la incontenible lujuria por pecar.

Dame una vida caracterizada por la mortificación del pecado,
y dame vida, vigor y consuelo para mi vida y para esta batalla.

Señor, recuérdame cada día a esforzarme por tener total obediencia,
y así debilita el poder del pecado en mi vida.

Ayúdame a conocer los métodos y las ocasiones del éxito del pecado,
y a luchar y a esforzarme constantemente por la santidad.

Que yo pueda constantemente estar consciente de la culpa, el peligro, y lo malo del pecado,
sabiendo que sin ti, caigo en una consciencia cauterizada, en dureza de corazón, y engaño mi alma.

Señor permite que tu santa ley esté siempre en mi mente,
para que me pueda guiar y producir temor por ti.

Por la gracia de tu Espíritu,
implanta humildad que debilite el orgullo,
pureza de mente para limpiar lo sucio,
mentalidad celestial para contrarrestar el amor a este mundo.

Que tu Espíritu produzca que mi corazón abunde en gracia,
y en los frutos que son contrarios a la carne,
consume y exhibe la raíz de mi pecado,
trae la cruz de Cristo a mi corazón a través de la fe.

Porque es solo al contemplar la gracia desplegada en la cruz de Cristo
que seré capaz de experimentar su poder aniquilador del pecado.

Oro esto en el poderoso nombre de Jesucristo, el que está sobre todo nombre,
AMÉN.






















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