En la alfombra que conduce al avión, diversas autoridades civiles y religiosas. Entre ellas, un exultante cardenal Aveline, que consiguió lo que parecía imposible: que el Papa visitase Marsella sin visitar Francia
Macron le presenta a las autoridades francesas y a pie de escalerilla le da el último abrazo al Papa, siempre acompañado de su esposa
Tras una jornada inolvidable y una visita histórica a Marsella, la ciudad de la hospitalidad, el Papa Francisco regresa a Roma. Quizás cansado, aunque profundamente satisfecho. Se demuestra, una vez más, que la gente, incluso en la laica Francia, tiene sed de Dios y que Francisco sigue siendo un líder moral mundial al que siguen multitudes. Y que tiene cuerda para rato. ¡Aunque algunos rigoristas dicen que este Papa no interesa a la gente!
A su llegada al aeropuerto, el Papa es recibido delante del Pabellón de Honor por el Presidente de la República y su esposa, y juntos se dirigen a la Sala Hélène Boucher, donde tiene lugar un encuentro privado de unos minutos. Al final, el Papa y el Presidente de la República atraviesan la Guardia de Honor y se despiden.
En la alfombra que conduce al avión, diversas autoridades civiles y religiosas. Entre ellas, un exultante cardenal Aveline, que consiguió lo que parecía imposible: que el Papa visitase Marsella sin visitar Francia. Con una acogida multitudinaria, que proyecta al cardenal marsellés como un eventual papable.
Macron y su esposa acompañan al Papa hasta la escalerilla del avión, sonriente y encantado. Macron le presenta a las autoridades francesas y a pie de escalerilla le da el último abrazo al Papa, siempre acompañado de su esposa.
Tras despedir al Papa, el presidente francés departe largo rato con el cardenal Aveline.
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