Kiko Argüello presenta al Papa las Familias que van a la Misión |
Audiencia del Papa Francisco al Camino Neocatecumenal 6 de marzo de 2015
Queridos hermanos y hermanas, buenos días a todos, y gracias, muchas gracias
los saludo a todos cordialmente y ante todo quiero decirles gracias por haber venido a encontrarse con el Papa. La tarea de Pedro es la de confirmar a los hermanos en la fe. Así también ustedes con este gesto han querido pedirle al Sucesor de Pedro confirmar su llamada, sostener su misión, bendecir su carisma. Y yo hoy confirmo vuestra llamada, sostengo vuestra misión y bendigo vuestro carisma.
¡Y lo quiero hacer! Lo hago, no porque él me ha pagado: ¡no! Lo hago porque quiero hacerlo.
Irán en nombre de Cristo a todo el mundo a llevar su Evangelio: ¡Que Cristo los preceda, los acompañe y haga cumplir esa salvación de la cual son portadores!
Juntos a ustedes saludo a los Cardenales y a los Obispos que los acompañan hoy y que en sus diócesis apoyan su misión. En particular, saludo a los iniciadores del Camino Neocatecumenal, Kiko Argüello y Carmen Hernández, junto con el Padre Mario Pezzi: también a ellos les expreso mi aprecio y mi aliento por todo lo que, a través del Camino, están haciendo en beneficio de la Iglesia. Yo digo siempre que el Camino Neocatecumenal hace un gran bien a la Iglesia.
Nuestro encuentro de hoy es un envío misionero, en obediencia a lo que Cristo nos ha pedido: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará» (Mc 16, 15-16). Y estoy muy contento de que esta misión suya se desarrolle gracias a familias cristianas que, reunidas en comunidad, tienen la misión de dar los signos de la fe que atraen a los hombres hacia la belleza del Evangelio, según las palabras de Cristo: «Ámense como yo les he amado; en esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos», (cfr. Jn 13,34), y «Que todos sean uno… para que el mundo crea» (cfr. Jn 17,21).
Estas comunidades, llamadas por los obispos, están formadas por un presbítero y por cuatro o cinco familias, con hijos también grandes, y constituyen una “missio ad gentes”, con un mandato a evangelizar a los no cristianos. Los no cristianos que nunca han escuchado hablar de Jesucristo y los muchos no cristianos que han olvidado quien era Jesucristo, quién era Jesucristo: “no cristianos bautizados” a quienes la secularización, la mundanidad y tantas otras cosas han hecho que olviden la fe. ¡Despertad aquella fe!
Pues, aún antes que con la palabra, es con su testimonio de vida que manifiestan el corazón de la revelación de Cristo: que Dios ama al hombre hasta entregarse a la muerte por él y que ha sido resucitado por el Padre para darnos la gracia de dar nuestra vida a los demás. De este gran mensaje el mundo de hoy tiene una extrema necesidad. ¡Cuánta soledad, cuánto sufrimiento, cuánto alejamiento de Dios en tantas periferias de Europa y de América y en tantas ciudades de Asia! ¡Cuánta necesidad tiene el hombre de hoy, en toda latitud, de sentir que Dios lo ama y que el amor es posible! Estas comunidades cristianas, gracias a ustedes, familias misioneras, tienen la tarea esencial de hacer visible este mensaje. ¿Y cuál es el mensaje? Cristo está resucitado, Cristo vive, Cristo está entre nosotros.
Ustedes han recibido la fuerza de dejar todo y de partir hacia tierras lejanas gracias a un camino de iniciación cristiana, vivido en pequeñas comunidades, en las que han vuelto a descubrir las inmensas riquezas de su Bautismo. Este es el Camino Neocatecumenal, un verdadero don de la Providencia a la Iglesia de nuestro tiempo, como ya lo han afirmado mis Predecesores; especialmente San Juan Pablo II cuando dijo: “Reconozco el Camino Neocatecumenal como un itinerario de formación católica, válida para la sociedad y para los tiempos de hoy” (Epist Siempre 30 de agosto de 1990: AAS 82 [1990], 1515). El Camino se basa en aquellas tres dimensiones de la Iglesia que son la Palabra, la Liturgia y la Comunidad. Por eso la escucha obediente y constante de la Palabra de Dios; la celebración eucarística en pequeñas comunidades después de las primeras Vísperas del domingo, la celebración de los laudes en familia en la jornada del domingo con todos los hijos, y el compartir la propia fe con otros hermanos, originan los muchos dones que el Señor les ha prodigado, así como las numerosas vocaciones al presbiterio y a la vida consagrada. Ver todo esto es un consuelo, porque confirma que el Espíritu de Dios está vivo y operante en su Iglesia, también hoy, y que responde a las necesidades del hombre moderno.
En varias ocasiones he insistido en la necesidad que tiene la Iglesia de pasar de una pastoral de simple conservación a una pastoral decididamente misionera (cf. ibíd., N. Evangelii gaudium, 15). Es lo más importante que debemos hacer si no queremos que las aguas se estanquen en la Iglesia. Cuántas veces, en la Iglesia, tenemos a Jesús dentro y no lo dejamos salir… ¡Cuántas veces! Esta es la cosa más importante por hacer si no queremos que las aguas se estanquen en la Iglesia.
El Camino desde hace años está realizando estas missio ad gentes entre los no cristianos, para una implantatio Ecclesiae, una nueva presencia de Iglesia, allí donde la Iglesia no existe o ya no es capaz de llegar a la gente. “¡Cuánta alegría nos dan con su presencia y actividad!” - les dijo el beato Papa Pablo VI en la primera audiencia con ustedes (8 de mayo 1974: Enseñanzas del Papa Pablo VI, XII [1974], 407). También yo hago mías estas palabras y los animo a seguir adelante, confiándolos a la Santísima Virgen María, que inspiró el Camino Neocatecumenal. Ella intercede por ustedes delante de su Hijo divino.
Queridos, que el Señor los acompañe. Vayan, con mi Bendición Apostólica.
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