El que no perdona, en realidad, sigue siendo esclavo del que le hizo daño
No sé muy bien si en esta vida hay cosas imperdonables. Hay pecados terribles. ¡Cuántos asesinatos! ¡Cuánta corrupción! A veces pienso que hay cosas que pueden parecerme imperdonables. ¿Cómo se puede llegar a perdonar al asesino de un ser querido? ¿O la infidelidad de alguien a quien amo? Me parece imposible.
Para el hombre es imposible, es verdad. Pero para Dios no lo es. Soy yo el que cargo a veces con ofensas que no he podido perdonar. Me parecen imperdonables. En ocasiones creo que lo son por la magnitud de la ofensa, por el daño realizado.
Otras veces por la actitud del que me ha ofendido una y mil veces y siente que lo ha hecho bien. Nunca se arrepiente, nunca pide perdón. Es imperdonable esa actitud del que no se humilla.
Pero creo que el problema es mío más que del que me ha ofendido. Guardo rencores en el alma por ofensas que quizás el que me ofendió ya ha olvidado. O nunca supo. No es consciente de lo que yo sí recuerdo. Me mantengo en mi postura. No perdono. No es justo.
Cuando recuerdo la ofensa me indigno de nuevo. Casi como si estuviera sucediendo ahora mismo otra vez. El mismo sentimiento de rabia, de ira. La cólera me ciega. Pero yo no perdono. Porque no me parece justo perdonarlo todo.Hay cosas imperdonables, me digo. Hay personas que no merecen el perdón.
Comenta Miriam Subirana: Si estamos resentidos, la vía de salida pasa por aceptar y perdonar. Perdonar muestra que nos hacemos dueños de nuestro bienestar y dejamos de ser víctimas del otro. Sin ese dominio, nuestra mente irá una y otra vez hacia ese lugar de sufrimiento, repetirá el ¿por qué a mí? ¿Cómo se atrevió? Los pensamientos serán como un martilleo constante, y no controlará los sentimientos de rabia, frustración y tristeza. Como la carcoma, sus propios pensamientos agujerearán las entrañas de su ser y se quedará agotado, sin energía.
No quiero que esto suceda en mi alma. Pero ocurre cuando no estoy dispuesto a perdonar. No es que no pueda hacerlo. Es que no quiero. No me parece educativo para el que ofende. No ha recibido el pago proporcional al mal causado. No ha habido justicia. No puede ser.
Y sigo sufriendo porque el odio y la rabia carcomen mi alma. Me voy hundiendo en mi propio fango. Me lleno de veneno y de amargura. No quiero perdonar para salir de esa encrucijada. Me empeño en seguir ofendido. Que no vaya a pensar que ya lo he olvidado. Sigo siendo esclavo del que me ha hecho daño. Sigue teniendo dominio sobre mí. Sin él saberlo.
Creo que no es el camino. Muchas personas me dicen que no están dispuestas a perdonar a quien les ofendió. No quieren hacerlo. Me sorprende. Están llenas de odio. Guardan la rabia al recordar la ofensa. Se hacen daño. No perdonan.
Ojalá hoy el evangelio me motivara a querer perdonar. Es un primer paso para salir de la prisión de mi propia rabia. Es sólo el comienzo de un camino difícil pero que siempre comienza con un deseo, el deseo de perdonar de corazón.
Hoy miro las ofensas que guardo y me pregunto si las he perdonado todas. Tal vez en mi interior guardo ofensas no olvidadas, no perdonadas. Quiero que Dios me regale el deseo de perdonar a otros. De perdonar a los que me han ofendido. Siete veces. Setenta veces siete.
Carlos Padilla Esteban, aleteia
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