Consejo para lidiar con tu suegra: nunca compitas con ella
Se habla mucho de interferencias de la suegra en la vida conyugal, pues no siempre las opiniones de ella caen bien o son aceptadas con naturalidad. Ya hemos oído, muchas veces, el dicho: “En pleito de marido y mujer nadie se debe meter”. Si esa advertencia es válida para los demás parientes, muy especialmente lo será para las suegras.
Una buena convivencia con la suegra
Hay suegras de todo tipo. Algunas actúan como conocedoras de todas las situaciones y no se contentan con sólo opinar, hacen mil y una recomendaciones al hijo, critican la educación de los nietos como si fueran sus hijos. Otras llegan a entrometerse en el gusto de la decoración de la casa o en otras cosas particulares de la pareja.
Son grandes las crisis establecidas entre la nuera y la suegra, especialmente cuando ésta insiste en querer actuar como madre no solamente del hijo, sino hacer a veces de madre también de la nuera. Muchas creen que la mejor actitud, frente a una situación particular de la pareja, es hacer lo que ellas mismas consideran.
Es evidente que la experiencia de vida de nuestra suegra es superior a la nuestra, pero, así como la vida nos ha ido capacitando para superar los obstáculos, también en la vida conyugal aprendemos a resolver otras cuestiones; ahora asumidas y resueltas entre marido y mujer.
El problema es mayor cuando la mamá del esposo pierde la noción de que “su niño” ha crecido, sin respetar el momento, o incluso el lugar, para dar su opinión, olvidando que la pareja ahora ya constituye una nueva familia; y que una nueva historia será contada.
El marido que sigue siendo niño de mamá
Mientras tanto, no siempre la suegra es la gran villana o la “piedra en el zapato” en la vida de la nuera. Así como puede suceder que las suegras pierdan la noción de que el hijo ha crecido, también hay hijos que no logran cortar el cordón umbilical que los une a sus mamás. En ese caso, sea por una dependencia económica, o por mimos o falta de madurez, el hijo recurre a los “brazos” de su madre frente a cualquier dificultad. Acostumbrado a los “amparos” de su mamá, eso a su vez abre precedentes para que la suegra también dé su opinión en la vida de la pareja.
La importancia de la presencia en la casa de los papás
El hecho de estar casados no significa que debamos dejar de visitar la casa de nuestros papás o desconsiderar las opiniones de ellos. No obstante, no podemos hacer de esas visitas un pretexto para presentar un informe de las experiencias y las dificultades de la vida a dos. De otra forma, las comidas y las fiestas, que deberían ser momentos fraternales, se aprovechan para que los parientes se “pinchen” o transformen el encuentro en ocasión para “lavar la ropa sucia”, en un territorio en que la nuera puede sentirse humillada frente al asunto en cuestión.
Es interesante que consideremos que cada familia establece sus propias reglas y normas, de común acuerdo, entre los cónyuges. Una vez detectado el posible problema, cabe a la pareja aprovechar esa oportunidad para exponer, entre sí, la situación que no le gusta, en el sentido de que juntos se adecúen al impasse. Si el hijo no logra aún separarse de la madre, incluso después de casado, tal vez sea un buen inicio equilibrar el tiempo de permanencia en la casa materna.
Por otro lado, la interferencia de la mamá del esposo en la relación conyugal del hijo, entre esas y otras situaciones citadas anteriormente, puede ser un indicador de que comentarios (los cuales deberían permanecer estrictamente entre las paredes de la vida de la pareja) estén siendo ventilados en conversaciones, más para tener de qué hablar que para ofrecer ayuda.
Para que las suegras puedan salir de los márgenes de las relaciones, basta que éstas recuerden que sus hijos ahora tienen vida propia y que sus consejos, cuando no son impuestos, pueden ser útiles cuando se les piden.
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