"Como te ves, me vi. Como me ves, te verás"
Tuve el privilegio de cuidar a mi mamá, de acompañarla hasta que me casé y me mudé a otra ciudad. Entonces ella tenía 82 años.
Después iba visitarla al menos 4 veces al año. Con ella pasaba largas temporadas.
Mi juventud me pedía salir a tomar el café con las amigas, pero mi corazón se resistía y solo quería estar con ella. Y así lo hacía. Y así pasaron los años hasta que murió a los 91.
Bañarla, cuidarla cuando se enfermaba y cambiarle el pañal; escucharla durante horas repitiendo el mismo tema; consolarla cuando lloraba; darle de comer; dejarle ganar a las cartas porque si no se enojaba; rezar con ella y hablar del cielo; disfrutar cuando les leía cuentos a mis hijos (”Lele contos abita”, le decía mi hijo de uno año)… Esos momentos no los cambio por nada.
Sí, eran días de mucho cansancio porque a veces también había que atenderla de noche. Sin embargo, para mí siempre fue una bendición de Dios.
Los papeles se intercambiaron. Ella me había dado su vida. Y ahora era el tiempo de cosechar lo que había sembrado en mí.
Ella me enseñó a amar y a valorar a las personas mayores. Cuando era niña por las tardes íbamos a visitar a sus familiares ancianos. Y así crecí, sabiendo que estas personas con cabecita de algodón son seres que merecen todo mi amor, respeto y comprensión.
Hacer feliz a un adulto mayor es sencillo. Parecen muy demandantes, pero lo único que necesitan es nuestro tiempo, paciencia y amor.
- Llévale a visitar a sus amigos y familiares. Si tú no puedes, organiza que alguien lo haga. Las amistades son necesarias siempre, a cualquier edad.
- Deja de discutir con él. Que sienta que tiene la razón. Eso le da seguridad.
- Permítele que viva entre sus recuerdos. Muchas veces es lo único que le queda. Le puede dar por coleccionar. Son sus memorias y vivencias importantes para él.
- Permítele que hable, aunque repita la historia cien veces. Escucha y atesora sus palabras que son sabiduría pura.
- Hazle sentir que le necesitas, que es útil y que no es un estorbo. Permítele que él haga la gran mayoría de las cosas y solo ayúdale en lo necesario.
- Juega con él a lo que más le guste y, si es posible, déjale ganar para que sienta que todavía puede.
- Escuchen música de sus tiempos. Que te cuente alguna historia que tenga que ver con esa melodía.
- Permítele que se enoje con sus rabietas como si fuera un niño. Eso sí, no lo trates como tal sino como un adulto que merece todo tu respeto y comprensión.
- Motívale a que cuide a diario su aspecto personal. Que ella se maquille y que él se afeite. ¿Cuál es su loción favorita? ¡Regálasela!
- Háblale con un tono de voz sereno. Dile palabras de agradecimiento y amor. Dile cuanto valoras su vida y el que te regale su tiempo y conocimientos.
- Métete en su mundo. Apasiónate con sus historias. Vívelas como si estuvieran pasando en ese preciso momento.
- Tócalo, abrázalo, consiéntelo, llénalo de besos… Muéstrale tu ternura y calidez.
- Vean sus fotos y que te cuente la historia detrás de ellas. Déjate sorprender con lo que escuchas.
- Reza con él. La mayoría de los adultos mayores es lo que mejor saben hacer.
- Sencillamente pregúntale: “¿Qué puedo hacer hoy por ti para hacerte feliz?”
Muchos hemos tenido la inmensa fortuna de cuidar a un adulto mayor. Si tú no la has tenido te invito a que vivas esa experiencia regalándole tu tiempo.
Sí, es muy cansado, por momentos agotador, pero cuando termina el día te irás a la cama con una sonrisa. Porque no hay nada más satisfactorio que servir, pasar tiempo, acompañar a nuestros mayores.
¡Amar, cuidar y proteger su fragilidad, reconocer y valorar todo lo que hay en ellos es un regalazo de la vida
Luz Ivonne Ream, aleteia
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