Muchos de
nosotros tenemos pasajes favoritos de las Escrituras a los que volvemos una
y otra vez. Cuando cogemos una Biblia, es posible que la abramos
instintivamente por esos textos tan queridos, porque han resonado en
nosotros en el pasado y siguen ofreciéndonos guía e inspiración. Estos
pasajes alimentan nuestro espíritu, nos animan o nos interpelan cuando es
necesario. El propio Jesús parecía tener pasajes favoritos de la Escritura,
a menudo citando los salmos, que claramente le hablaban profundamente. En
la lectura del Evangelio de esta mañana, vemos otro ejemplo de ello cuando
Jesús regresa a la sinagoga de Nazaret, su ciudad natal, después de
comenzar su ministerio público. Con el rollo del profeta Isaías en la mano,
Jesús es movido por el Espíritu a seleccionar un pasaje específico, uno que
articulaba perfectamente la misión que estaba a punto de emprender.
Las palabras
de Isaías expresaban el propósito de Jesús: proclamar la buena nueva de
Dios a los más necesitados. Llevaría un mensaje de esperanza a los pobres,
de liberación a los cautivos, de vista a los ciegos (física o
espiritualmente) y de libertad a los oprimidos. Estas palabras no sólo se
referían a la misión de Jesús, sino que siguen dirigiéndose a nosotros hoy.
Todos, de alguna manera, nos encontramos dentro de estas categorías de
necesidad. Ya estemos agobiados por la pobreza de espíritu, atrapados en
luchas personales, cegados por la incertidumbre o agobiados por los
desafíos de la vida, necesitamos la palabra misericordiosa de Dios que nos
eleve. Jesús nos asegura que esta gracia transformadora no está disponible
para nosotros en un futuro lejano, sino hoy.
Nuestro
cuadro representa una escena doméstica en torno a una familia que lee la
Biblia, reflejando el énfasis del siglo XIX en la piedad y la oración
familiar. El padre, con gafas de lectura, está inclinado sobre la Biblia
mientras lee. En la mesa, una anciana está sentada con los ojos cerrados,
en oración y contemplación, mientras una niña se arrodilla a sus pies,
indicando reverencia y atención. Junto al padre, una mujer joven escucha
atentamente, y a su izquierda, un hombre joven bosteza, quizá sugiriendo
cansancio o falta de compromiso. A través de la ventana de la izquierda, un
niño se asoma al interior, añadiendo un elemento de curiosidad. Las
palabras de la Biblia atraen a los de fuera de la familia. La habitación
está amueblada con una rueca a la izquierda y un gato cerca de un cesto de
la ropa sucia a la derecha, lo que refuerza la representación de un hogar
típico del siglo XIX. Un reloj y un rifle cuelgan de la pared,
contribuyendo aún más a la ambientación de época.
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