
Cuesta mucho vivir la fraternidad en los tiempos que corren. Uno se desilusiona y deja de creer en una comunidad de corazones que parece imposible. ¡Qué difícil aceptar las diferencias!
Cuando Lucas describe la primera comunidad cristiana, esa comunidad de los santos que caminan hacia Dios, está presentando un ideal muy difícil de alcanzar. Una vida compartida en comunidad junto a Jesús.
A este respecto, el Papa Francisco enseñó:
"En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca. Este desengaño que deja atrás los grandes valores fraternos lleva a una especie de cinismo. El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí".
Papa Francisco, Fratelli Tutti
Tocar el cielo compartiendo

No es fácil vivir esta fraternidad. A veces faltan las fuerzas y el corazón se debilita. Falta la ilusión y parece que no es posible tocar el cielo compartiendo la vida con los hermanos.
Es el desafío que Dios pide: cree en la fraternidad, en la comunidad ideal; desarrolla la capacidad de vivir con los que no piensan igual y dialoga con ellos.
El incalculable valor de la comunidad
La comunidad siempre es una exigencia que obliga a partir nuestro pan, preocuparnos del que tiene menos y estar pendiente del que sufre.
Abrir el alma para el hermano, para el que está a nuestro lado, sin pensar solo en lo que nos conviene.
El corazón comunitario no juzga intenciones ocultas, no malinterpreta las actitudes de su hermano. Trata de acercarse para entender el origen de ciertas acciones. No habla mal del otro cuando no está presente. No cae en el egoísmo.
Puentes vs. muros

Mucha gente se llena la boca con la palabra comunidad pero luego vive sembrando discordias, tensiones y diferencias: en lugar de construir puentes, construyen muros de odio y envidia.
Un corazón comunitario acoge al que es diferente, al que no piensa como él y es capaz de entrar en un diálogo constructivo.
Piensa bien de los otros. No los condena antes de conocer todo lo que están viviendo.
Es un corazón paciente que entiende que su hermano tiene diferente ritmo y forma de hacer las cosas.
Acepta y reconoce los errores cometidos con humildad, sin refugiarse en querer mantener una vida intachable, sin mancha.
Un corazón comunitario perdona los errores de su hermano. Acepta su debilidad. Comprende que no puede hacerlo todo como a él le gustaría.
Cada uno tiene sus formas y eso es algo sagrado.
Un corazón fraterno
Un corazón fraterno se solidariza con el débil sin condenar al poderoso.
Acepta su realidad como mediador y pacificador en medio de las tensiones de esta vida.
No busca los primeros puestos por vanidad o simplemente esperando el reconocimiento.
Acepta las críticas y no se defiende cada vez que recibe comentarios negativos. No se hunde ante la condena de su hermano.
Antes bien se pone en camino buscando el diálogo aunque este a veces parezca imposible.
Es un corazón misericordioso que se rompe por amor al hermano y lo acepta con alegría en su corazón. Sin pretender que desaparezcan las diferencias.
Encara la confrontación, no evita los conflictos. Antes bien intenta crear paz con mucha paciencia y alegría.
Es alegre. No deja que la tristeza lo cierre en su egoísmo queriendo vivir sus penas solo. Se pone a servir al que está cerca.
No se llena de amargura cuando las cosas no funcionan. Vuelve a empezar de cero y cree en la fecundidad de la vida que se entierra para dar fruto.
Carlos Padilla Esteban, Aleteia
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