Charles
      Bosseron Chambers fue uno de los ilustradores católicos más conocidos en
      América durante la primera mitad del siglo XX, a veces incluso apodado
      "el Norman Rockwell del arte católico". Su estilo claro y vivo
      y sus composiciones directas hacían que sus obras fueran ideales para la
      publicación, y aparecieron con frecuencia en revistas católicas,
      calendarios, estampas y portadas de libros. El padre de Chambers, un
      capitán del ejército británico de origen irlandés, se había convertido al
      catolicismo, por lo que Charles creció en un hogar profundamente devoto.
      En 1916 se trasladó a Nueva York y se instaló en los estudios Carnegie
      del Carnegie Hall, una dirección prestigiosa para cualquier artista.
      Entre las décadas de 1920 y 1950 circularon millones de reproducciones de
      sus obras religiosas, lo que le proporcionó reconocimiento nacional y un
      medio de vida seguro. La imagen que tenemos ante nosotros fue
      encargada por la diócesis de Nueva York para fomentar las vocaciones al
      sacerdocio. Muestra a un joven inmerso en el estudio, mientras detrás de
      él está Cristo, radiante con el corazón encendido, mirándole directamente.
      El modelo fue Thomas F. Lynch (1911-1979), que posó para una serie de
      retratos de este tipo a finales de los años veinte y principios de los
      treinta. Este grabado, titulado Come Unto Me (Ven a Mi), capta el momento de la
      invitación: Cristo llamando al joven a seguirle, igual que una vez llamó
      a los apóstoles a orillas del lago. El mensaje es, por supuesto,
      intemporal: Dios sigue llamando hoy a hombres y mujeres a dejar atrás la
      comodidad y la seguridad, a ofrecer sus dones por el Evangelio y a
      abrazar una vida de servicio generoso. Como toda vocación, esta llamada
      no se gana, sino que se da gratuitamente, una gracia que hay que recibir
      con valentía y confianza. Simón Pedro conocía bien esta llamada.
      En la orilla de Galilea, Jesús le invitó a adentrarse en aguas más
      profundas, a dejar a un lado su antigua vida de pescador y a confiar en
      que sus habilidades podían servir para algo más grande. Fue el comienzo
      de una aventura que le transformó por completo. El cuadro de Chambers nos
      recuerda que esta misma invitación radical continúa: Cristo sigue
      mirándonos a cada uno de nosotros a los ojos y nos dice:
      "Sígueme".  | 
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