17. El Adorador del dios sol.
(Señor, ten piedad)
Aún reina una oscuridad impenetrable. Al aguzar la vista se parece vislumbrar una tenue línea de gris en la lejanía del desierto sirio. El sirio piadoso se levanta de su cama, enrolla la estera que le sirve de cama y la deja en la esquina del único cuarto que compone toda la habitación disponible en la casa. Deja el cuarto y sube lentamente las gradas que llevan a la terraza de su casita. Con atención observa el cielo hacia el este. Falta poco para que despunte el sol. Echa un vistazo a los demás techos. Aquí y allá se mueve algo. Los adeptos de Helios, el dios del sol, del "sol invictus - sol, el astro reinante invencible" se aprestan a saludar el sol que va a salir. Este es su deber.
Los emperadores Septimius Severus y Aureliano, que ha edificado la actual muralla de Roma, han hecho del dios sol el dios del imperio. Valdría en todo el reino el ejemplo sirio - persa de la adoración del dios sol. Por eso hicieron instalar su imagen en todos lugares: El carro del sol con muchos caballos, en el cual se mueve el dios, su cabeza rodeada de rayos solares. Esta imagen la tiene en su cabeza el piadoso que espera en su terraza al sol. He aquí, un chispazo, un rayo, un brillo: ¡Viene el sol! El hombre cae sobre su rostro, postrado en el polvo. Luego se levanta y eleva sus brazos y clama: "Kirie, eleison". Una y otra vez repite su clamor. Parece más bien un canto. Está utilizando el idioma del reino, el griego: "Señor, ¡ten piedad!". De los demás techos viene el eco: ¡Kirie, Kirie eleison! Es un clamor jubiloso al señor, al dios sol, mientras que el sol sube en firmamento.
El adorador fiel del sol pasa alguna vez delante de una casa en la mañana temprano. De repente escucha desde adentro como cantan fuertemente: " Kirie eleison". Piensa: aquí seguramente se ha reunido un grupo de adoradores de Helios. Justo en este momento alguien sale de la casa. El hombre lo saluda atentamente: "Que Helios de conduzca". El otro le contesta: "Nosotros estamos hablando al Helios verdadero". El primero se sorprende. El otro le dice: "Nosotros somos cristianos. Cristo es nuestro sol, Cristo es nuestra luz, sin Cristo estamos en tinieblas y sombras de muerte". Luego continúa su camino.
Lo que ha escuchado no le deja tranquilo al sirio piadoso. Pregunta, investiga y reflexiona. Luego de mucho tiempo es bautizado. Profundamente conmovido sigue rezando: " Kirie eleison". Pero sabe que ahora posee no un mito sino la verdad: "Cristo es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo".
El "Sr. ten piedad" de la Santa Misa tiene un predecesor en el Kirie que se proclamaba en honor del "dios sol". También se le dedicaba a los emperadores. Cuando los grandes señores del imperio hacen una visita, el aplauso del pueblo se expresaba en las siguientes palabras: "Kirie eleison". En la Misa dedicamos el Kirie a nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, llamamos a nuestro Redentor "sol" y "luz". Se continúa utilizando la manera de expresarse de san Juan: "Luz verdadera que ilumina a todo hombre".
Además reconocemos por medio de todo esto a Cristo como nuestro rey, como el emperador máximo y Señor. Al sacrificio de la cruz pertenece la inscripción: " Jesús de Nazaret, Rey". El Kirie (Señor, ten piedad) no es, por tanto, un clamor penitencial, ni un clamor de suplica. Cuando lo llamamos rey sabemos naturalmente que podemos pedirle todo. Cuando lo alabamos como sol, sabemos que Él ahuyenta toda tiniebla de culpa. Sin embargo, lo primero es que luego de la confesión de nuestras culpas confesemos a Cristo como única Salvación, Señor y Luz. Por eso cantamos el "Señor, ten piedad". En el canto surge el canto al Rey, dirigido a Jesucristo, Luz y Emperador para siempre.
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