Muchas personas han sido criadas como si la afectividad fuese una debilidad "femenina" que hay que reprimir
Alberto manifestaba un afecto carente de expresividad durante su noviazgo con Sandra, algo que ella considero un rasgo de timidez en un joven noble, honesto, trabajador y de clara inteligencia. Segura de su amor, Sandra acepto su petición de matrimonio pensando que con el tiempo cambiaria.
Resultó ser más que timidez: tenía una grave deficiencia en su capacidad para darse y comunicarse manifestando afecto, lo pudo comprender penosamente con el tiempo.
Alberto se dedicó de lleno a la familia con abnegación y generosidad, pero contradictoriamente, con frecuencia se instalaba en un mutismo del que solo salía por arranques coléricos, con palabras malsonantes y amenazas de violencia física. Reacciones cuyas causas eran desproporcionadas a los hechos, algo inexplicable para toda la familia. Cuando eso le sucedía, luego se esmeraba en sus responsabilidades como una forma de disculparse, de pedir perdón. Vivía con sentimientos encontrados, algo penoso que no podía resolver muy en su interior, como si quisiera amar, sin saber amar.
Desde un principio Sandra percibió con extrañeza cómo le costaba trabajo acoger sus palabras de cariño y hasta la más leve de sus caricias aun en la intimidad. Frecuentemente después de que ella tenía “el atrevimiento” de manifestar abiertamente alguna inconformidad, él adoptaba una actitud de resentimiento y se distanciaba de tal forma que era ella quien tenía que buscarlo para romper ese hielo.
En ocasiones, tratando de hacerlo cambiar, Sandra adoptó también una actitud arisca y reservada para estar al tú por tú, en cuanto a que ambos no ejercían el derecho y el deber de darse el uno al otro en un encuentro verdaderamente personal. No resultaba, solo empeoraba las cosas creándose una atmósfera insufrible.
Fue así que en los primeros años Sandra se sintió frustrada, insatisfecha, sola. Todo hacia suponer que valía poco para él y lejos de sentirse unida al ser amado, vivía realmente carente de afecto y comprensión.
Algunas veces, solo un poco de alcohol bastaba para que en él brotaran manifestaciones afectivas muy reprimidas, era como si perdiera el miedo a sí mismo, permitiendo que esos sentimientos que se agitaban ocultos en su intimidad brotaran sin ser contenidos. Al día siguiente volvía a aparecer frío e inexpresivo, con ese férreo control sobre sus emociones.
Finalmente comenzó a desarrollar un cuadro de depresión y manías, ante lo que acepto ayuda profesional verdaderamente apesadumbrado.
Una vida engendrada a la sombra del machismo
Su madre fue una mujer sumisa, afectivamente apática, apagada ante la figura de un esposo autoritario y violento que confundía el dar y aceptar afecto con la debilidad del carácter, por lo que el temor y la ciega obediencia eran primero que el amor.
El regaño, los golpes y las descalificaciones con palabras soeces eran lo cotidiano en una atmósfera de temor y desconfianza en el que se desconocía lo que eran un abrazo, unas palabras cariñosas, un beso. Creció con una baja autoestima y escaso sentido de pertenencia a su familia.
Dentro de la cultura machista, había recibido una educación alejada de la verdad de que la mujer como persona, tiene la misma dignidad e iguales derechos que el hombre; que es un ser inteligente con cualidades propias a quien importa mucho ser aceptada en sus manifestaciones afectivas, dando y recibiendo, por ser precisamente una persona que sabe querer; que lo mismo está en los detalles, que participa con fortaleza en las grandes dificultades. Sobre todo, muy sobre todo, que la fortaleza del varón se asienta en su propio corazón.
Fue entonces que Sandra comprendió que las depresiones de Alberto obedecían a que su vida se había empobrecido mucho por carecer del necesario ingrediente de un amor plenamente asumido. Un amor por cuya virtud vibramos, nos compadecemos y participamos de los sentimientos ajenos enriqueciéndonos con ello.
En la terapia, Alberto reconoció que sus padres no fueron capaces de manifestarse mutuamente los sentimientos propios de un amor conyugal sano, una disfunción que se extendió a los hijos.
Comenzó a comprender también que la causa de dicha disfunción fue muy probablemente la forma en que sus padres, a su vez, fueron educados, por lo que comenzó en él un proceso de comprensión y perdón hacia ellos. Pudo entender poco a poco que estaba repitiendo esos patrones de educación que tanto daño le hicieron, mismos que habían bloqueado su afectividad, entre otras cosas, por el miedo irreal a sufrir por no ser correspondido. Era más que absurdo, pues era precisamente amor lo que le ofrecían Sandra y sus hijos, un amor al que tenía derecho.
Han pasado algunos años, han mejorado con propósitos concretos, no ha sido fácil, pero siguen adelante.
Poco a poco, Alberto le dice con sinceridad a su esposa que la ve guapa, lo ordenada y limpia que está la casa a pesar de su trabajo profesional; lo ahorrativa que es en las compras, cómo atendió acertadamente un problema de educación en uno de sus hijos.
También le participa sobre aciertos y dificultades en su trabajo, hasta le ha llegado a pedir consejo sobre ello.
Sandra a su vez procura interesarse acerca de los temas que a él le gustan, y hacerle tanto comentarios, como preguntas sobre política, los negocios, la opinión pública; el resultado del partido de tal o cual deporte; las dificultades en el trabajo; sus amigos… También sobre el qué tanto la ama, y su respuesta la hace feliz.
No es un final color de rosa, falta mucho para que Alberto despegue de un pasado que lo ha lastrado, pero finalmente entre el caer y levantarse, saben que lo van logrando.
Los sentimientos propios y ajenos, afectan a las personas, y les afectan en aquello que más les importa por estar hincados en lo más profundo de su personalidad.
La afectividad no es renunciable porque en ella se asienta toda relación interpersonal. Todos necesitamos que nos quieran, así como necesitamos querer para salir de nosotros mismos y adentrarnos en el otro, enriqueciéndonos con lo experimentado al hacerlo propio.
Por lo que una de las formas de hacerle frente a algunos problemas en el matrimonio, es conocer la historia del conjugue que vive en el error, y desde la comprensión, acompañarlo y ayudarlo a enfrentar y superar poco a poco aquello que tanto los lastima.
Historia cedida a Despacho pro familia, los nombres han sido cambiados.
Redactado por Orfa Astorga de Lira, Máster en matrimonio y familia, Universidad de Navarra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario