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domingo, 5 de marzo de 2017

La Santa Misa contada en Historietas 46

La Santa Misa contada en Historietas




46. Por los Demás.
(Canto de la Comunión)


Después de la comunión el anciano párroco cerró la puerta del tabernáculo. Estaba contento que la comunión había terminado. Es que en la iglesia la temperatura en este invierno había bajado a cinco grados bajo cero. Casi no podía mover las manos y no sabia como agarrar las sagradas formas. El agua de la vinajera se había convertido en hielo.

Los fieles seguían cantando el canto de la comunión. El anciano párroco cuidaba mucho las costumbres antiguas. Por eso colocaba la hostia siempre en la boca de los que deseaban comulgar. Del otro lado era muy de avanzada, muy moderno. Siempre de nuevo había predicado: "Uno no comulga para sí solo. Uno comulga también para los demás. Por eso hay que cantar al recibir la comunión, cantar la "con-unión". El canto nos une los unos a los otros, mientras que el recibir el cuerpo de Cristo nos une al Señor".

También la pequeña Dorotea del pueblito alejado estaba contenta que terminaba la Misa. Era la única de la familia que podía acudir a la Misa. Los vecinos la habían traído en su trineo. Quería volver pronto porque el abuelo estaba muy enfermo. Los padres no podían dejarlo solo.

Sus pensamientos volvían y volvían a la comunión. El anciano párroco había estado delante de ella y le había dado la comunión. Luego había mirado de un lado al otro como quien busca algo. Dorotea había cantado junto con los demás y había pensado: "Voy a comulgar también para el abuelo".

Cuando la niña llegó a la casa encontró a sus padres cerca del lecho del abuelo. Este respiraba con fatiga y movía sus manos d inquietas sobre la cubrecama. Varias veces dijo: "Llamen al párroco. No quiero morir sin recibir Jesús". Le contestaron que un criado había salido para recoger al párroco con su trineo. "Pronto estará aquí". Cuando la niña entró al cuarto el abuelo la miraba y le dijo: "Niña, tú has recibido a Jesús. Acércate para poder estar muy cerca de Él". La niña se inclinaba sobre el abuelo. En ese momento cayó del cuello de su abrigo la sagrada hostia. Dorotea tomó el santísimo sacramento y se la dio al abuelo. Juntos rezaban: "Alma de Cristo, santifícame; Cuerpo de Cristo, sálvame; Sangre de Cristo, lávame". Un largo rato todos guardaban un silencio profundo. De repente el abuelo tuvo un fuerte acceso de tos. Inclinaba la cabeza. Había muerto. Pasaba media hora antes que viniese el párroco. La madre abrazó a Dorotea diciéndole: " Dorotea, le has traído la comunión al abuelo como viático".

Nadie comulga para sí solo. Todos comulgamos también para los demás. Por eso nos acercamos a la mesa del Señor cantando. El pan del cielo nos une con Cristo. El canto nos une entre nosotros. Nadie comulga para sí solo. Puede suceder como le sucedió a la pequeña Dorotea. Le llevaba el santísimo sacramento a su abuelo moribundo. Dios lo dispuso así. Un caso de este tipo será poco frecuente. Sin embargo, cada vez llevamos a casa la bondad del Señor. Así cada comunión se convierte en una procesión de Corpus Christi. Tú eres el ostensorio en el que se coloca a Jesús. Todos que te encuentran deberían notar que llevas a Jesús dentro de ti. Tú eres un canto que es cantado también por los que te encuentran. Este canto, entonado al comulgar recién es concluido por aquellos que hablan contigo cuando vienes de Misa.


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