46. Por los Demás.
(Canto de la Comunión)
Después de la comunión el anciano párroco cerró la puerta
del tabernáculo. Estaba contento que la comunión había terminado. Es que en la
iglesia la temperatura en este invierno había bajado a cinco grados bajo cero.
Casi no podía mover las manos y no sabia como agarrar las sagradas formas. El
agua de la vinajera se había convertido en hielo.
Los fieles seguían cantando el canto de la comunión. El
anciano párroco cuidaba mucho las costumbres antiguas. Por eso colocaba la
hostia siempre en la boca de los que deseaban comulgar. Del otro lado era muy
de avanzada, muy moderno. Siempre de nuevo había predicado: "Uno no
comulga para sí solo. Uno comulga también para los demás. Por eso hay que
cantar al recibir la comunión, cantar la "con-unión". El canto nos
une los unos a los otros, mientras que el recibir el cuerpo de Cristo nos une
al Señor".
También la pequeña Dorotea del pueblito alejado estaba
contenta que terminaba la Misa. Era la única de la familia que podía acudir a
la Misa. Los vecinos la habían traído en su trineo. Quería volver pronto porque
el abuelo estaba muy enfermo. Los padres no podían dejarlo solo.
Sus pensamientos volvían y volvían a la comunión. El anciano
párroco había estado delante de ella y le había dado la comunión. Luego había
mirado de un lado al otro como quien busca algo. Dorotea había cantado junto
con los demás y había pensado: "Voy a comulgar también para el
abuelo".
Cuando la niña llegó a la casa encontró a sus padres cerca
del lecho del abuelo. Este respiraba con fatiga y movía sus manos d inquietas
sobre la cubrecama. Varias veces dijo: "Llamen al párroco. No quiero morir
sin recibir Jesús". Le contestaron que un criado había salido para recoger
al párroco con su trineo. "Pronto estará aquí". Cuando la niña entró
al cuarto el abuelo la miraba y le dijo: "Niña, tú has recibido a Jesús.
Acércate para poder estar muy cerca de Él". La niña se inclinaba sobre el
abuelo. En ese momento cayó del cuello de su abrigo la sagrada hostia. Dorotea
tomó el santísimo sacramento y se la dio al abuelo. Juntos rezaban: "Alma
de Cristo, santifícame; Cuerpo de Cristo, sálvame; Sangre de Cristo,
lávame". Un largo rato todos guardaban un silencio profundo. De repente el
abuelo tuvo un fuerte acceso de tos. Inclinaba la cabeza. Había muerto. Pasaba
media hora antes que viniese el párroco. La madre abrazó a Dorotea diciéndole:
" Dorotea, le has traído la comunión al abuelo como viático".
Nadie comulga para sí solo. Todos comulgamos también para
los demás. Por eso nos acercamos a la mesa del Señor cantando. El pan del cielo
nos une con Cristo. El canto nos une entre nosotros. Nadie comulga para sí
solo. Puede suceder como le sucedió a la pequeña Dorotea. Le llevaba el
santísimo sacramento a su abuelo moribundo. Dios lo dispuso así. Un caso de
este tipo será poco frecuente. Sin embargo, cada vez llevamos a casa la bondad
del Señor. Así cada comunión se convierte en una procesión de Corpus Christi.
Tú eres el ostensorio en el que se coloca a Jesús. Todos que te encuentran
deberían notar que llevas a Jesús dentro de ti. Tú eres un canto que es cantado
también por los que te encuentran. Este canto, entonado al comulgar recién es
concluido por aquellos que hablan contigo cuando vienes de Misa.
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