45. Lo consideraban debilucho
(comunión)
(comunión)
El prefecto de Roma se aburría sentado en
su asiento de mármol del tribunal. A su lado la estatua de bronce del
emperador. Delante de la estatua un recipiente de metal con brasas ardientes, y
junto un recipiente con incienso. Una larga hilera humana se acercaba entre las
dos filas de los soldados y policías dirigiéndose a la estatua del emperador. A
cada uno de los que se acercaban le tocaba tomar un puñado de incienso y
echarlo en el brasa para honrar al emperador. Otra y otra vez subía una nube de
incienso. Pero también otra y otra vez sucedió algo distinto. Se escuchaba un
breve: "¡No!". El que habló así fue atado y encarcelado. Los cristianos
se negaban a rendir culto divino al emperador.
De repente el prefecto de la ciudad se
sobresaltó: "Pero este es... " Era verdad. Había visto a su propio
hijo. Hace tiempo cobijaba el temor que su hijo quinceañero estaba por hacerse
cristiano. Pero siempre había rechazado esta sospecha. El muchacho era
demasiado imberbe, demasiado debilucho, demasiado dependiente y tímido para
seguir tal camino. ¡Ojalá que el muchacho no esté haciendo tonterías!. Quiso
decirle: "No le causes problemas a tu papá. Unos cuantos granos de
incienso no importan mucho". Se levantó y se acercó a la fila y llamó a su
hijo. Éste estaba muy calmado. Se veía un brillo especial en sus ojos. Cuando
nerviosamente el padre le hablaba respondió: "Déjame, padre. Hay que
obedecer a Dios más que a los hombres".
El prefecto hablaba con el funcionario que
vigilaba todo, abrió su bolso y le dio unas monedas de oro. Ahora le tocaba al
muchacho de echar el incienso. Se escuchó un fuerte y tranquilo:
"¡No!" El funcionario aferró el brazo del muchacho. Y en su mano echo
unos granos de incienso. El muchacho cerró el puño convulsivamente para que no
caiga grano alguno. El funcionario guió la mano del muchacho encima de la
braza. Luego la empujó dentro de la braza. ¡Qué dolor! Pero el muchacho ya no
era el hijo debilucho, tímido, dependiente y mimado de una noble familia de
funcionarios. Él escuchaba la voz del Señor crucificado: "¡No temas! ¡Yo
estoy contigo!" Así mantenía la mano en el fuego. No la abrió ni un poco.
No cayó ni un grano de incienso. A pesar de la tortura del fuego el muchacho
permanecía firme. Pensaba: "Mejor entrar con una mano en la vida eterna
que con dos manos volverme infiel a mi Señor y Salvador".
El padre prefecto ya no podía dominar su
emoción. Se puso a sollozar. Puso fin a la sesión del tribunal y llevo al
muchacho de la mano quemada a la casa. Cuando el prefecto contó todo a la
madre, ella le dijo: "Te has quejado muchas veces que tu hijo es un
debilucho y un tímido. Pues bien, tienes un héroe como hijo."
En aquel entonces se cumplió lo que dijo
Jesús: "Los arrastrarán ante reyes y gobernadores. No temáis. El Espíritu
Santo les dirá en aquella hora lo que debéis decir". Cuando Cristo viene a
nosotros en la santa comunión entonces su regalo es el Espíritu Santo. Aunque
se disuelva la forma del pan permanece con nosotros el Espíritu Santo con cual
Cristo sopla sobre nosotros. Él nos da la fuerza de hacerlo todo por Cristo
aunque sea difícil.
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