La historia de la Iglesia va impulsada por los misioneros, valientes hombres y mujeres que dejaron atrás su familia y su hogar para integrarse en culturas foráneas, arriesgando sus propias vidas para presentar a extraños el amor de Jesús. Todo país tiene sus fundadores: san Francisco Javier en el Japón del siglo XVI, san Agustín de Canterbury en la Inglaterra del siglo VI, santo Tomás en la India del siglo I.
En Corea, la historia es diferente.
En Corea no se introdujo el Evangelio por obra de algún sacerdote carismático o una compañía de frailes abnegados. Corea, de hecho, es el único país que se autoevangelizó. Más de dos siglos después de que Francisco Javier llevara el Evangelio a Japón y más de un milenio después de que los nestorianos predicaran por primera vez la palabra de Cristo en China, todavía no se había producido ninguna misión en Corea. Había cristianos que habían entrado ocasionalmente en la península, claro, en su mayoría por cuestiones de comercio o expediciones militares, pero nadie había predicado a Jesús a su pueblo.
Sin embargo, un puñado de libros cristianos habían entrado en Corea y eran objeto de estudio de sabios budistas y otros intrigados por el cristianismo como filosofía extranjera, no como religión. Entre ellos estaba Yu Byeok, un joven que en 1770 empezó a estudiar un libro católico del siervo de Dios Matteo Ricci, escrito en chino. Con solo 16 años, se consagró al estudio de la fe, reuniendo a otros hombres (jóvenes y mayores) en torno a él, en la localidad de Chon Jin Am, conocida como lugar de nacimiento del catolicismo en Corea.
Durante 14 años, estos hombres se enfrentaron a las más profundas cuestiones sobre la existencia humana, con la única guía de un puñado de libros traídos de contrabando desde China. Dejaron atrás a madres, padres, e incluso (en el caso de Yi Byeok) esposa e hijos, por la búsqueda de la verdad. Poco a poco, quedaron convencidos de que lo que leían era verdad y empezaron a practicarlo. Cada siete días, celebraban una especie de sabbat, aunque no tenían forma de saber qué día era en realidad el domingo. Estudiaban y debatían y adoraban juntos, siempre liderados por Yi Byeok, famoso en toda la región por su sabiduría y conocimiento. Los ancianos consultaban con él y los jóvenes renunciaban a mucho por poder estudiar a su lado.
Finalmente, en 1784, Yi Byeok descubrió que uno de su grupo, Yi Seung-Hun, tenía planes de viajar a China. Conocida como “el reino ermitaño”, Corea estaba totalmente cerrada al mundo exterior con la excepción de esta embajada anual a China, y Yi Byeok aprovechó la oportunidad para tener contacto con cristianos de fuera. Yu Seung-Hun fue enviado con instrucciones de aprender todo lo que pudiera, obtener libros y artículos sagrados y pedir el Bautismo. Bautizado como Pedro, Yi Seung-Hun volvió a Corea para conceder el Bautismo a los demás, en especial a Yu Byeok, el precursor, a quien bautizaron como Juan el Bautista.
Entonces las compañías bajaron de la montaña y partieron a evangelizar y a trasladar sus reuniones a Seúl, para que el creciente número de cristianos pudiera asistir. Después de solo un año, según indican los registros, ya había más de mil cristianos en Corea. Sin embargo, el gobierno coreano, extremadamente xenófobo tras ver los efectos del imperialismo occidental en otras naciones asiáticas, desconfiaba de esta nueva fe. En 1785 el cristianismo se ilegalizó, aunque parece que hubo muy poca tortura o martirios hasta 1801.
Como con casi todas las cosas, Yi Byeok era la excepción. El centro del movimiento y el claro líder de la nueva Iglesia, Yi Byeok atrajo duras críticas del Gobierno y de su familia. Por fin, cuando se negó a renunciar a su fe, fue encerrado en su hogar familiar. Algunas fuentes dicen que lo mataron de hambre, otros que su ayuno le venció y que murió de agotamiento, pero ciertamente Yi Byeok murió igual que vivió: completamente entregado al Evangelio.
Tras la muerte de Yi Byeok, el cristianismo continuó extendiéndose. A pesar de que durante los próximos diez años no hubo sacerdotes en todo el país, los cristianos legos ejercieron de misioneros, tratando incluso de celebrar misa y escuchar en confesión antes de descubrir que era algo imposible para los seglares. Aunque únicamente hubo un sacerdote en toda Corea durante los primeros 50 años de cristianismo y ese sacerdote solo estuvo seis años antes de ser martirizado, la fe siguió expandiéndose. A pesar de las persecuciones constantes durante el siglo XIX y después por los comunistas durante la Guerra de Corea, la Iglesia persistió. Hoy, el 10 por ciento de los surcoreanos son católicos y hay cientos de santos, beatos o siervos de Dios.
La causa para la canonización del siervo de Dios Juan Bautista Yi Byeok sigue avanzando, junto con sus 132 compañeros. Todavía no tienen día festivo, pero Yi Byeok en particular sería un excelente intercesor para aquellos que buscan la verdad, en especial los que confían en su intelecto, para que sean guiados hacia una relación con Jesús. Siervo de Dios Yi Byeok, ¡reza por nosotros!
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