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martes, 21 de marzo de 2017

¿Por qué tantos evangelios en misa empiezan con “en aquellos tiempos…”?

¡Si no pertenecen al texto original!

 Santa Misa: proclamando el evangelio
Debo confesar que me inquieta que casi todos los evangelios en la Eucaristía inicien con la frase “en aquellos tiempos”. Pareciera que la frase inicial pretende hacer énfasis en hechos ya acaecidos, del pasado. ¿Es que la Palabra de Dios no es eterna e inmutable? Y, en tanto eterna e inmutable ¿permanente y actual? ¿Por qué la insistencia litúrgica de que la proclamación deba iniciar con la frase “en aquellos tiempos” que, por otra parte, en ocasiones no se encuentra inserta en el texto bíblico que se proclama? Gracias de antemano por responder a mi inquietud.

Julio De La Vega-Hazas, aleteia 
Las palabras “en aquellos tiempos”, con que suele encabezarse el Evangelio que se lee en la liturgia no pertenecen al texto original. Son un añadido, una especie de cláusula de estilo para encabezar el texto, que no tiene más fin que el introducir el texto de forma elegante.
Se pregunta si no relativiza el contenido, de forma que haría alusión a hechos pasados, mientras que la palabra de Dios es eterna e inmutable. Lo cierto es que el Evangelio hace verdaderamente alusión a hechos del pasado, con o sin ese añadido. Pero voy a profundizar un poco en la cuestión, pues en el fondo alude a la persona de Jesucristo.
La Palabra de Dios eterna e inmutable es el Verbo divino, la segunda persona de la Santísima Trinidad (Verbo viene del latín verbum, que significa “palabra”). Pero resulta que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14). La Encarnación supone la entrada de Dios en el tiempo, y con él en la historia humana, donde hay un pasado, un presente y un futuro.
San Juan lo narra como un hecho pasado –habitó-, con razón porque así es. La Revelación divina, que culmina con la persona de Jesucristo, tiene un valor perenne, pero a la vez se ha realizado en la historia, en un tiempo determinado. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católicatal es el misterio de Cristo, revelado y realizado en la historia según un plan (nº 1066).
Así, la existencia de Cristo es actual y durará por siempre, pero su existencia en carne mortal fue limitada en el tiempo, y sucedió hace veinte siglos. Es, pues, un hecho del pasado. Los evangelios narran precisamente esos años, los más importantes de la historia humana. Por tanto, narran hechos del pasado, aunque el mensaje que transmiten tenga valor universal.
Cualquier homilía lleva implícito este carácter: el ser una palabra pronunciada en el pasado, y el que tiene una vigencia actual. Es frecuente, por ejemplo, que comiencen con una frase parecida a “¿qué nos dicen estas palabras?”.
Desde hace unos siglos, un ataque frecuente a la fe cristiana consiste precisamente en negar o poner en duda la historicidad de lo narrado en la Escritura e incluso de la persona misma de Jesucristo. Si no correspondieran a sucesos históricos, entonces serían una ficción (algunos hablan de “mitificación”), y ya no tendrían el valor que tienen.
Por eso, aunque las palabras “en aquellos tiempos” no pretendan ser más que una introducción al texto, no vienen nada mal: diciendo que sucedió en el pasado, lo que están diciendo a la vez es que sucedió realmente, que no nos lo hemos inventado.



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