El cardenal Raniero Cantalamessa, capuchino, de 88 años de edad y predicador de la Casa Pontificia desde 1980, impartió su primera predicación de los ejercicios de Cuaresma de este año ante la Curia romana y el Papa este viernes 3 de marzo de 2023.
En un contexto de debates sobre la sinodalidad y los cambios organizativos en la Iglesia, ha pedido poner en el centro al Espíritu Santo y escuchar su guía en la toma de decisiones. Ha recordado a San Ireneo y Orígenes, que en los siglos II y III ya hablaban de "renovar la novedad" y de hacerlo todo nuevo con el "vino" de la verdad y la tradición.
Citando Lumen Gentium, ha pedido tener en cuenta los carismas del Espíritu: "tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia", ha recordado.
Y ha matizado la muy citada frase de Jesús en Mateo 7: "No juzguéis, para que no seáis juzgados". "¿Es posible vivir, nos preguntamos, sin juzgar nunca? ¿No es la capacidad de juzgar parte de nuestra estructura mental y no es un don de Dios?" La respuesta, dice, es que "no se trata de eliminar el juicio de nuestro corazón, ¡sino de eliminar el veneno de nuestro juicio! Es decir, el odio, la condena, el ostracismo".
[El mismo Jesús dice en Juan 7, 24 que hay que juzgar, pero con juicio justo: "No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio"; nota de ReL].
Un apunte histórico: la Iglesia paralizada ante el Modernismo
Cantalamessa inició su meditación hablando de una "amarga lección" en la Historia de la Iglesia de finales del siglo XIX y principios del XX, su lenta reacción para adecuarse a los tiempos modernos.
“La falta de diálogo, por un lado, empujó a algunos de los modernistas más conocidos a posiciones cada vez más extremas y, finalmente, heréticas; por otro, privó a la Iglesia de una enorme energía, provocando en ella laceraciones y sufrimientos sin fin, haciéndola que la hicieron retraerse, cada vez más, en sí misma, perdiendo de este modo el ritmo de los tiempos”, lamentó.
Tampoco el Vaticano II debe verse como un parón, advirtió. "Si la vida de la Iglesia se detuviera, sucedería como un río que llega a una barrera: inevitablemente se convierte en un lodazal o en un pantano".
Después citó a Orígenes e Ireneo, cristianos aún en época de persecuciones, que ya pedía renovar sin cesar la Iglesia.
“No penséis –escribía Orígenes en el siglo III– que basta con renovarse una sola vez; necesitamos renovar la misma novedad: 'Ipsa novitas innovanda est'. Antes que él, el nuevo Doctor de la Iglesia San Ireneo había escrito: La verdad revelada es como un licor precioso contenido en un vaso valioso. Por obra del Espíritu Santo, rejuvenece continuamente y también hace rejuvenecer la vasija que la contiene. El ‘vaso’ que contiene la verdad revelada es la tradición viva de la Iglesia”.
En realidad, advirtió, la petición de renovar es reconocer la necesidad de conversión continua, desde el creyente individual a toda la Iglesia. Así se habla de “Ecclesia semper reformanda” (Iglesia siempre reformándose).
Cómo renovar: con el Espíritu Santo
"Nosotros tenemos un medio infalible para emprender siempre de nuevo el camino de la vida y de la luz: el Espíritu Santo", predicó el capuchino, muy ligado a la Renovación Carismática corriente donde el Espíritu Santo tiene un reconocimiento central.
Recordó la promesa de Jesús: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra". Y detalló que cuando San Juan escribió estas palabras, los cristianos llevaban ya décadas viviendo que, efectivamente, así sucedía.
Los 5 sermones que pronunciará en este retiro de la Curia, dijo, tienen un objetivo: "animarnos a poner al Espíritu Santo en el centro de toda la vida de la Iglesia y, en particular, en este momento, en el centro de las decisiones sinodales". "El que tenga oídos, escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias", recordó citando Apocalipsis 2,7.
Después recordó el primer concilio de Hechos de los Apóstoles. ¿Qué debían hacer los primeros cristianos respecto a los gentiles y paganos? "No cuesta mucho ver la analogía entre la apertura que entonces se tomaba hacia los gentiles, con la que se impone hoy hacia los laicos, especialmente a las mujeres, y a otras categorías de personas", apunta Cantalamessa.
También en el Vaticano II la Iglesia redefinió el papel de los laicos, citando 1 Co12,11 y 1 Co 12,7: el Espíritu distribuye sus dones y carismas (también a los laicos), haciéndoles aptos y adecuados "para común utilidad".
Así, no se trata solo de redescubrir la naturaleza jerárquica de la Iglesia, sino también la carismática.
"Dios está con todos, no contra nadie"
Además, de los Apóstoles aprendemos que llevar las decisiones de un concilio a la práctica requieren "tiempo, paciencia, diálogo, tolerancia; a veces incluso compromiso. Cuando se hace en el Espíritu Santo, el compromiso no es ceder, ni rebajar la verdad, sino llevarlo a cabo con caridad y obediencia a las situaciones".
Pidió no tomar partidos demonizando al otro. "No digo que esté prohibido tener preferencias: en el campo político, social, teológico, etc., o que sea posible no tenerlas. Sin embargo, nunca debemos esperar que Dios se ponga de nuestro lado contra el adversario. Tampoco debemos preguntárselo a quienes nos gobiernan. Es cómo pedirle a un padre que elija entre dos hijos; cómo decirle: “Elige: yo o mi oponente; ¡muestra claramente con quien estás!” ¡Dios está con todos y por eso no está contra nadie! Es el padre de todos”.
Habló además de la sincatábasis, la condescendencia del grande para hacerse entender por el pequeño, como un padre se adapta al lenguaje del niño para que le entienda. Así se expresa Dios con los hombres, también en la Biblia.
Va ligado eso a la amabilidad, ser bueno y paciente con el otro, algo que relacionó con los frutos del Espíritu (Gal 5,22) y la Caridad (1 Cor 13, 4, "el amor es paciente"). Un ejemplo a seguir, dijo, es San Francisco de Sales, que murió hace 400 años. En épocas de controversias amargas, era amable y paciente en su defensa de la ortodoxia.
"Todos deberíamos volvernos, en la Iglesia, un poco más condescendientes y tolerantes, menos enganchados a nuestras certezas personales, conscientes de cuántas veces hemos tenido que reconocer dentro de nosotros mismos que estábamos equivocados sobre una persona o una situación, y cuántas veces nosotros también hemos tenido que adaptarnos a las situaciones. En nuestras relaciones eclesiales, afortunadamente, no existe -ni debe existir- esa propensión a insultar y vilipendiar al adversario que se advierte en ciertos debates políticos y que tanto daño hace a la pacífica convivencia civil".
Y finalizó animando a juzgar, pero sin veneno ni condena. "No se trata de eliminar el juicio de nuestro corazón, ¡sino de eliminar el veneno de nuestro juicio! Eso es el odio, la condena, el ostracismo".
Jesús M.C., ReL
Vea también Sermón sobre el juicio temerario
- Santo Cura de Ars
He aquí la predicación completa
Vatican News
“La fuerza del amor cristiano reside en el hecho de que es capaz de cambiar el signo incluso del juicio y, de un acto de desamor, convertirlo en un acto de amor. No con nuestras propias fuerzas, sino gracias al amor que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”, lo dijo el cardenal Raniero Cantalamessa, Ofm. Cap., Predicador de la Casa Pontificia, en la Primera predicación de Cuaresma para el Papa y los miembros de la Curia Romana, la mañana de este viernes, 3 de marzo de 2023, en el Aula Pablo VI del Vaticano.
La Iglesia y la crisis del Modernismo
Al inicio de las meditaciones para el Papa y los miembros de la Curia Romana, el cardenal Cantalamessa recordó la “amarga lección” que nos ha dejado la historia de la Iglesia a finales del siglo XIX y principios del XX, es decir, el retraso, más aún al rechazo, de tomar nota de los cambios que se estaban produciendo en la sociedad, y de la crisis del Modernismo que fue su consecuencia.
“La falta de diálogo, por un lado, empujó a algunos de los modernistas más conocidos a posiciones cada vez más extremas y, finalmente, heréticas; por otro, privó a la Iglesia de una enorme energía, provocando en ella laceraciones y sufrimientos sin fin, haciéndola que la hicieron retraerse, cada vez más, en sí misma, perdiendo de este modo el ritmo de los tiempos”.
“Ipsa novitas innovanda est”
A pesar de ello, señaló el Predicador, gracias al Concilio Vaticano II la historia y la vida de la Iglesia no se detuvieron. Si la vida de la Iglesia se detuviera, sucedería como un río que llega a una barrera: inevitablemente se convierte en un lodazal o en un pantano.
“No penséis –escribía Orígenes en el siglo III– que basta con renovarse una sola vez; necesitamos renovar la misma novedad: 'Ipsa novitas innovanda est'. Antes que él, el nuevo Doctor de la Iglesia San Ireneo había escrito: La verdad revelada es como un licor precioso contenido en un vaso valioso. Por obra del Espíritu Santo, rejuvenece continuamente y también hace rejuvenecer la vasija que la contiene. El ‘vaso’ que contiene la verdad revelada es la tradición viva de la Iglesia”.
La necesidad de renovación continua
En este sentido, el cardenal Cantalamessa dijo que, esta necesidad de renovación continua no es otra cosa que la necesidad de conversión continua, extendida desde el creyente individual a toda la Iglesia en su componente humano e histórico: la “Ecclesia semper reformanda”.
“Nosotros tenemos un medio infalible para emprender siempre de nuevo el camino de la vida y de la luz: el Espíritu Santo… Antes de dejarlos definitivamente, en el momento de la Ascensión, el Resucitado asegura a sus discípulos la asistencia del Paráclito: "Recibiréis -dice- la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”.
Poner al Espíritu Santo en el centro de toda la vida de la Iglesia
Por ello, la intención de los cinco sermones de Cuaresma que comenzamos hoy, indicó el Predicador de la Casa Pontificia, es animarnos a poner al Espíritu Santo en el centro de toda la vida de la Iglesia y, en particular, en este momento, en el centro de las decisiones sinodales.
“En otras palabras, retomar la apremiante invitación que el Resucitado dirige, en el Apocalipsis, a cada una de las siete Iglesias de Asia Menor: ‘El que tenga oídos, escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias’ (Ap 2, 7). Es la única manera, entre otras cosas, que tengo para no permanecer completamente ajeno al compromiso en curso con el sínodo”.
El Espíritu Santo guía a los apóstoles y a la comunidad cristiana
En este primer sermón, precisó el cardenal Cantalamessa, me limito a recoger la lección que nos llega de la Iglesia naciente. En otras palabras, quisiera mostrar cómo el Espíritu Santo guió a los apóstoles y a la comunidad cristiana a dar sus primeros pasos en la historia. Cuando las palabras de Jesús antes citadas sobre la asistencia del Paráclito fueron escritas por Juan, la Iglesia ya había tenido experiencia práctica de ella, y es precisamente esta experiencia, nos dicen los exegetas, la que se refleja en las palabras del evangelista.
“Los Hechos de los Apóstoles nos muestran una Iglesia que es, paso a paso, ‘guiada por el Espíritu’. Su guía se ejerce no sólo en las grandes decisiones, sino también en las cosas menores. No es un camino recto y suave, el de la Iglesia naciente. La primera gran crisis es la relativa a la admisión de gentiles en la Iglesia. No hay necesidad de recordar su desarrollo. Sólo nos interesa recordar cómo se resuelve la crisis”.
No se trata de hacer arqueología de la Iglesia, sino de sacar a la luz, siempre de nuevo, el paradigma de toda elección eclesial. De hecho, no cuesta mucho ver la analogía entre la apertura que entonces se tomaba hacia los gentiles, con la que se impone hoy hacia los laicos, especialmente a las mujeres, y a otras categorías de personas.
El papel de los laicos en la Iglesia
Si miramos con detenimiento, es la misma motivación que impulsó a los Padres del Concilio Vaticano II a redefinir el papel de los laicos en la Iglesia, es decir, la doctrina de los carismas.
Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Co 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia (LG 12).
La naturaleza jerárquica y también carismática de la Iglesia
Estamos ante el redescubrimiento de la naturaleza no sólo jerárquica sino también carismática de la Iglesia. San Juan Pablo II, en la "Novo millennio ineunte" (n. 45) lo hará aún más explícito al definir a la Iglesia como jerarquía y como koinonía.
“En una primera lectura, la reciente constitución sobre la reforma de la Curia ‘Praedicate Evangelium’ (aparte de todos los aspectos jurídicos y técnicos que desconozco por completo) me dio la impresión de estar dando un paso adelante en esta misma dirección: es decir, en aplicar el principio sancionado por el Concilio a un sector particular de la Iglesia que es su gobierno y a una mayor implicación en él de los laicos y las mujeres”.
Principios inspiradores sobre la práctica eclesial
Pero ahora tenemos que dar todavía un paso más. El ejemplo de la Iglesia apostólica nos ilumina no sólo sobre los principios inspiradores, es decir, sobre la doctrina, sino también sobre la práctica eclesial.
“Nos dice que no todo se resuelve con las decisiones tomadas en un sínodo, o con un decreto. Existe la necesidad de llevar estas decisiones a la práctica, la llamada "recepción" de los dogmas. Y para eso necesitamos tiempo, paciencia, diálogo, tolerancia; a veces incluso compromiso. Cuando se hace en el Espíritu Santo, el compromiso no es ceder, ni rebajar la verdad, sino llevarlo a cabo con caridad y obediencia a las situaciones. ¡Cuánta paciencia y tolerancia tuvo Dios después de dar el Decálogo a su pueblo! ¡Cuánto tiempo tuvo que esperar, y todavía tiene que esperar, para su recepción!”.
Las realidades políticas, sociales y eclesiales
Ante los acontecimientos y las realidades políticas, sociales y eclesiales, nosotros estamos listos para tomar inmediatamente partido por un lado y demonizar, al contrario, a desear el triunfo de nuestra elección sobre la de nuestros adversarios.
“No digo que esté prohibido tener preferencias: en el campo político, social, teológico, etc., o que sea posible no tenerlas. Sin embargo, nunca debemos esperar que Dios se ponga de nuestro lado contra el adversario. Tampoco debemos preguntárselo a quienes nos gobiernan. Es cómo pedirle a un padre que elija entre dos hijos; cómo decirle: “Elige: yo o mi oponente; ¡muestra claramente con quien estás!” ¡Dios está con todos y por eso no está contra nadie! Es el padre de todos”.
La amabilidad y la bondad
Hay una prerrogativa de Dios en la Biblia que a los Padres les encantaba subrayar: la synkatabasis, es decir, la condescendencia. Para San Juan Crisóstomo es una especie de clave para comprender toda la Biblia.
La amabilidad -hoy diríamos también cortesía- es algo distinto de la simple bondad; es ser bueno con los demás. Dios es bueno en sí mismo y es bondadoso con nosotros. Es uno de los frutos del Espíritu (Gal 5,22); es un componente esencial de la caridad (1 Cor 13, 4) y es el marco de un alma noble y superior. Ocupa un lugar central en la exhortación apostólica.
Hacia una Iglesia, un poco más condescendientes y tolerantes
Este año celebramos el cuarto centenario de la muerte de un santo que fue un excelente modelo de esta virtud, en una época también marcada por amargas controversias: San Francisco de Sales. Todos deberíamos volvernos, en la Iglesia, un poco más condescendientes y tolerantes, menos colgados de nuestras certezas personales, conscientes de cuántas veces hemos tenido que reconocer dentro de nosotros mismos que estábamos equivocados sobre una persona o una situación, y cuántas veces nosotros también hemos tenido que adaptarnos a las situaciones. En nuestras relaciones eclesiales, afortunadamente, no existe -ni debe existir- esa propensión a insultar y vilipendiar al adversario que se advierte en ciertos debates políticos y que tanto daño hace a la pacífica convivencia civil.
No condenéis y no seréis condenados
Jesús dice: “No juzguéis, para que no seáis juzgados… ¿Cómo es que ves la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? (Mt 7, 1-3). ¿Es posible vivir, nos preguntamos, sin juzgar nunca? ¿No es la capacidad de juzgar parte de nuestra estructura mental y no es un don de Dios? En la versión de Lucas, al mandato de Jesús: "no juzguéis y no seréis juzgados" le sigue inmediatamente, como para aclarar el sentido de estas palabras, el mandato: "no condenéis y no seréis condenados" (Lc 6, 37). Por lo tanto, no se trata de eliminar el juicio de nuestro corazón, ¡sino de eliminar el veneno de nuestro juicio! Eso es el odio, la condena, el ostracismo.
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