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miércoles, 27 de diciembre de 2023

Evangelio del día - Fiesta de San Juan evangelista


 

Epístola I de San Juan 1,1-4.

Queridos hermanos:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos.
Porque la Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado.
Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos también a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.
Les escribimos esto para que nuestra alegría sea completa.


Salmo 97(96),1-2.5-6.11-12.

¡El Señor reina! Alégrese la tierra,
regocíjense las islas incontables.
Nubes y Tinieblas lo rodean,
la Justicia y el Derecho son

la base de su trono.
Las montañas se derriten como cera
delante del Señor, que es el dueño de toda la tierra.
Los cielos proclaman su justicia

y todos los pueblos contemplan su gloria.
Nace la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alégrense, justos, en el Señor

y alaben su santo Nombre.


Evangelio según San Juan 20,2-8.

El primer día de la semana, María Magdalena corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

Bulle

San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Tratado sobre Jn 17,8 (S. Augustin et l’augustinisme, Seuil, 1955), trad. sc©evangelizo.org


¡Ama y verás a Dios!

El Señor ha venido, doctor de la caridad, pleno de caridad. (…) Reflexionen conmigo, hermanos, acerca de la naturaleza de estos dos preceptos. Ellos no deben solamente venir a su espíritu cuando se los recordamos. Nos deben ser muy conocidos y nunca borrarse de nuestro corazón. Es nuestro deber.
Piensen sin cesar que tenemos que amar Dios, con todo el corazón, toda el alma, todo el espíritu, y a nuestro prójimo como a nosotros mismo. (…) El amor de Dios es el primero en el orden de los preceptos, pero el amor del prójimo es el primero en el orden de la realización. El que en dos preceptos te mandaba amar, no podía mandarte amar primero a tu prójimo y a Dios luego, sino a Dios y al prójimo al mismo tiempo.
Ya que todavía no ves a Dios, es amando al prójimo que podrás verlo. Al amar a tu prójimo, purificas tu ojo para ver a Dios. Es evidente para Juan “¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (1 Jn 4,20). Te decimos “Ama a Dios”. Si me dices “Muéstrame a quien debo amar”, te responderé con las palabras de Juan “Nadie ha visto jamás a Dios” (Jn 1,18). Sin embargo, no te creas extraño a la visión de Dios: “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él” (1 Jn 4,16).
Ama al prójimo y considera que está dentro de ti la fuente del amor al prójimo. Ahí, tanto como sea posible, verás a Dios. (…) “Entonces despuntará tu luz como la aurora” (Is 58,8). Tu luz, es tu Dios, luz matinal que sucederá a la noche de este siglo. Él no se levanta ni se acuesta, ya que permanece eternamente. (EDD)

Oración

Glorioso san Juan Evangelista, a vos acudimos,
llenos de confianza en vuestra intercesión.

Nos sentimos atraídos a vos con una especial devoción
y sabemos que nuestras súplicas serán
más agradables a Dios nuestro Señor, si vos,
que tan amado sois de Él, se las presentáis.

Vuestra caridad, reflejo admirable de la de Dios,
os inclina a socorrer toda miseria, a consolar toda pena
y a complacer todo deseo y necesidad,
si ello ha de ser provechoso para nuestra alma.

Mirad, pues,
nuestra necesidad de conocer al Maestro,
tú que estuviste cerca de Él.

Mira nuestros trabajos y necesidades,
nuestros buenos deseos,
y alcanzadnos que aseguremos cada día más
nuestro conocimiento del evangelio
del que tu fuiste un testigo privilegiado.

(ACI)






















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