Con su venida, Jesús nos recuerda que siempre podemos volver del exilio, que Dios viene a nuestro encuentro para asegurarnos que podemos empezar de nuevo
Cuando la relación con Dios se apaga, parece impensable poder reencontrarla. Nuestro vínculo con Él parece haber sido bombardeado, por eso dejamos de mirarlo y no queremos volver atrás. Nos condenamos a vivir para siempre en el exilio, lejos de nosotros mismos, abandonando cualquier trabajo de reconstrucción.
Sobre esta situación, Dios quiere decirnos una palabra de consuelo. El Señor quiere traernos a todos de regreso a nuestra tierra:
«Consuelen, dice Yahvé, tu Dios, consuelen a mi pueblo. Hablen a Jerusalén, hablen a su corazón, y díganle que su jornada ha terminado, que ha sido pagada su culpa, pues ha recibido de manos de Yahvé doble castigo por todos sus pecados. Una voz clama: ‘Abran el camino a Yahvé en el desierto; en la estepa tracen una senda para Dios; que todas las quebradas sean rellenadas y todos los cerros y lomas sean rebajados; que se aplanen las cuestas y queden las colinas como un llano’.
Porque aparecerá la gloria de Yahvé y todos los mortales a una verán que Yahvé fue el que habló. Sube a un alto cerro tú que le llevas a Sion una buena nueva. ¡Haz resonar tu voz, grita sin miedo, tú que llevas a Jerusalén la noticia! Diles a las ciudades de Judá: ‘¡Aquí está su Dios!’. Sí, aquí viene el Señor Yahvé, el fuerte, el que pega duro y se impone. Trae todo lo que ganó con sus victorias, delante de él van sus trofeos. Como pastor, lleva a pastar a su rebaño, y su brazo lo reúne toma en brazos a los corderos, y conduce a las paridas».
Is 40, 1-5; 9-11
Encontrarnos
Así como alguien que no puede esperar a encontrarse con nosotros, el Señor viene a nuestro encuentro. La imagen de Isaías parece describir un doble camino: por un lado, es el pueblo el que debe regresar, pero por otro, es el Señor mismo quien va a su encuentro, como en la parábola del padre misericordioso, donde no solo es el hijo quien regresa, sino que también es su padre quien corre a abrazarlo.
Así, mientras caminamos para regresar, también podemos trabajar para preparar el camino para el Señor que viene a nuestro encuentro. Se trata de despejar el camino, porque si la vegetación sigue creciendo ya no reconoceremos el camino y ya no podremos ver. Así sucede en las relaciones: nos dejamos llevar por el tiempo, no intervenimos, no hacemos ningún mantenimiento, y al final, ya no nos vemos, ya no hay un camino por el que caminar para encontrarnos.
Necesitamos llenar los valles, porque de lo contrario nos hundimos en nuestros pensamientos desolados, caemos, y luego, es difícil volver a subir de nuestro abismo. Los valles se llenan de pensamientos de bien, agradeciendo, alimentando el corazón de alegría por el Señor que viene.
Un nuevo comienzo
Debemos bajar las montañas y las colinas de nuestro orgullo, esas montañas y esas colinas que nos impiden mirar al horizonte porque nos llevan a encerrarnos en nosotros mismos. Es necesario arreglar el terreno accidentado de nuestros pensamientos, de lo contrario resbalamos y nos lastimamos.
Con su venida, y a pesar de nuestros obstáculos, Jesús nos recuerda que siempre podemos volver del exilio, que Dios viene a nuestro encuentro para asegurarnos que podemos empezar de nuevo.
La Iglesia, anunciando el Evangelio, sigue predicando hoy la posibilidad de un nuevo comienzo. Incluso cuando hayamos estado fuera por mucho tiempo, cuando ya no veamos la posibilidad de regresar, cuando tengamos vergüenza, incluso, cuando esperemos encontrar solo escombros, no nos rindamos, pongámonos en camino; porque mientras estamos en camino, el Señor ya viene hacia nosotros.
Luisa Restrepo, Aleteia
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