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viernes, 29 de diciembre de 2023

Compartir la mesa en familia: clave para educar


 

La trascendencia de comer en familia

Comer juntos los fines de semana, intentar cenar siempre juntos, incluso desayunar, son momentos familiares de vital importancia. En el mundo anglófono cuando se habla de   family mealtime no es solo la descripción de una situación, es ya un concepto acuñado de uso corriente que además es objeto de investigación por dietistas, pedagogos, pediatras, educadores, psicólogos, etc.  En estas reuniones, sentados alrededor de la mesa, se fijan ideas, conductas, se escucha y se habla, se solucionan problemas y se resuelven dudas. Son reuniones informales en las que se transmiten muchos conocimientos. Consecuentemente son reuniones en sentido fuerte: la familia se reúne para comer y hablar. No hay un orden del día, pero mentalmente los padres deberían tenerlo en su cabeza. Sin embargo, apuntemos a su vertiente festiva: han de ser momentos llenos de gozo en el placer de comer, verse, charlar y reírse juntos y esa satisfacción da sentido a la cohesión familiar. Es un momento privilegiado para vivir el amor familiar y hacer una catequesis no sistemática, pero si sutil y amable. Y los resultados llegan en forma de mejores dietas, más salud, trasmisión de fortalezas de carácter para todos (pues los padres ejemplares se obligan a si mismo cauando cada día coherentemente) y una mejora en el lenguaje, etc. Bendecir la mesa, gratitud por los dones recibidos: la mesa familiar es un auténtico encuentro periódico con el Señor. Lo iremos desmenuzando en estas líneas. El enemigo es la dispersión y el caos horario que supone picar en la nevera cada uno a su aire y andar comiendo cada uno en su habitación en silencio, leyendo, o hablando por teléfono o focalizados en una pantalla cualquiera. “¡Es que así, si ceno y estudio a la vez, puedo preparar mejor mis exámenes durante más tiempo, mami!”. Respuesta de la madre: “Organízate mejor y cenemos juntos: que si no nos vemos en todo el día”. Ante esta posibilidad son los padres los que deben organizarse mejor y superar el ritmo frenético de cada jornada para que todo converja en esa cena diaria (también comidas y desayunos el fin de semana) en la que las relaciones familiares ponen al día muchos temas.

Requisitos

Esta cena ha de ser una reunión sin prisas y con unas condiciones básicas. Hay que otorgarle una cierta solemnidad y un buen menú. Las pantallas, como es lógico, apagadas. Ni la televisión compartida por todos ni algunos móviles dispuestos encima de la mesa con sus notificaciones. “Ahora estamos la familia con nosotros mismos y nada ni nadie nos interrumpe pues hemos de contarnos muchas cosas”: este es el espíritu.  Sin pantallas y con buen humor.  Empezar y acabar dando gracias. Y asignar encargos para proveerlo todo y también, y muy importante, respetar los turnos a la hora de hablar. Ese respeto de los turnos se debe convertir en un hábito de autorregulación (fortaleza de carácter), para todos, que se traducirá en la condición de posibilidad de que se cumplan los objetivos que los padres tiene en la cabeza. Y por supuesto hay que cultivar la urbanidad y las buenas maneras al comer.

Comer bien y sano

  El  sobrepeso y la obesidad infantil están creciendo aceleradamente. La respuesta desde el hogar es una mejor organización familiar de horarios y rutinas racionales añadidas a las mejor dieta posible. Calibrar las mejores porciones y la presencia de frutas y verduras. Lograr que se sirvan los hijos a sí mismos y que ponderen que lo mejor es servirse poco para repetir si se quedan aún con apetito. Evitar por consiguiente dejar platos inacabados. Reflexionar sobre el malbaratamiento de comida y el necesario ahorro familiar en alimentos y en la energía para cocinarlos. A partir de una edad es bueno que ellos se aventuren a guisar. Este es un capítulo propio de los tranquilos fines de semana que puede convertirse en un tiempo familiar muy divertido y a la vez educativo. Este ambiente distendido y festivo, sin perder ninguno de los rituales básicos,  será el camino para introducir las dietas más sanas y evitar el fast food, la comida rápida, y los ingredientes y productos más calóricos, etc. Y educar también el paladar ante sabores nuevos. Los padres son ejemplo sutil que debe evitar el “ordeno y mando” para generar una autonomía responsable en cada hijo salvo en el caso de los más pequeños que deben fiarse de las normas básicas de sus padres. Lo que está claro es que en casa no se come a la carta. Las investigaciones señalan que con este proceder –más frutas y menos dulces, por ejemplo- se está evitando la obesidad, los trastornos alimentarios.

Ganar en cultura y en lenguaje

Las comidas compartidas son el momento de contar historias de años o décadas anteriores para cultivar la memoria y la cultura familiar. No debe ser un monólogo de los padres, sino que se debe incentivar la curiosidad por la vida de los abuelos y los bisabuelos. ¿De dónde proceden los antepasados, a qué se dedicaban? En esa dirección en las comidas deben salir temas importantes del pasado que marcaron la vida del país y también temas de actualidad. Ahí se define la memoria familiar, la narrativa que da sentido a cada familia concreta. Una narrativa que define la identidad familiar decantada a lo largo de los meses y los años. Entonces cada miembro de la familia se hace cargo de los elementos que definen su hogar. Reconocen su estilo familiar: los objetivos a los que se apunta. Los padres sacan temas y los hijos primero escuchan, luego preguntan, y en tercer lugar se les encarga, en función de la edad, preparar algún tema para explicarlo si les apetece. La mesa ha de ser una buena tribuna para todos. Hay que tratar divulgativamente temas variados: historia, arte, política, cultura, música, deportes, etc. Pero también poder hablar de lo que sucede en el corazón de cada uno. No para abrir de par en par las puertas de la propia intimidad en la mesa, delante de todos, sino quizá para preparar una reunión, ded uno a uno, luego, en particular. Y hay que lograr que todos puedan intervenir aportando datos o preguntando. “Míralo en la enciclopedia –en papel o digital-  y el próximo día nos lo explicas”. Siempre, hemos de insistir, respetando los turnos para que todos se puedan sentir escuchados. Y en ese clima los padres, o algún hermano mayor, deben velar por la corrección del lenguaje, del vocabulario, de la pronunciación. Con mano izquierda: más que corregir la palabra mal expresada, proponer la palabra bien dicha sin interrumpir mucho el ritmo de la conversación. Cultura y lenguaje son dos herramientas para alcanzar el éxito escolar. Cuando más rico sea el vocabulario y los temas que se tocan en la mesa familiar, mejor se está apoyando a la escuela. La escuela se expresa con vocabularios exigentes y trata temas de cultura, naturaleza y sociedad. La investigación lo señala: la instrucción informal (cultural, social, en lenguaje) del hogar es un predictor de éxito escolar. Y beneficia indudablemente a las familias pudientes que además tienen más tiempo y formación universitaria. Hay que buscar soluciones para todos. ¿Quizá oír grabaciones breves de temas en podcast? Igual que los monjes que, en silencio, escuchan a un lector en el refectorio. No es fácil.

Ganar en diálogo, apertura personal, gestión de las propios afectos

Las comidas familiares son también la plataforma idea para conocer a los hijos, para lograr que estos desplieguen su personalidad, para que se expresen y se explayen exponiendo qué les sucede por dentro. A veces surgirán comentarios que inclinarán a los padres a tratar esos temas con más intimidad: es decir, en un encuentro hijo-padre, o con la madre. Lo hemos esbozado más arriba.  Desde ese encuentro personal conocerán mejor al hijo y se resolverán problemas que, de alguna forma, lejos de la mesa, habría sido muy difícil descubrir. En este trato abierto y respetuoso no dejan de quedar en evidencia conflictos: temas escolares, rencillas entre hermanos, o un dolor de cabeza que puede tener que ver con la necesidad de unas gafas adecuadas. Estirando mucho la metáfora, se podría decir que la mesa familiar es como un consultorio psicológico, médico y de autogestión personal: pura comunicación. Lugar, momento, donde se enseña también a andar por la vida: a ser más cauto, más prudente y a veces un poco más abierto y audaz: según hijos, edades, temperamentos y personalidades. “¡Esta maestra me tiene tirria!” dice el pequeño. Quizá sea verdad o quizá no. Si lo repite muchas veces habrá que poner patas al asunto. Y para que todo esto suceda se debe alcanzar un clima de confianza y respeto que permita a todos expresarse sin trabas. Incluso para señalar a los padres que algo no están haciendo bien. Insisto por última vez: hay que respetar los turnos de palabra, aunque sea con un pequeño reloj de arena. Gritar para acaparar la palabra es enfadarse y perder contenidos. Y salvo que se haga una broma, cuando algún comensal habla en serio todos permanecen serios y ni se ríen ni hacen comentarios que podrían ser hirientes y, por ende, paralizadores. ¡Ah! Un termómetro del buen funcionamiento de las comidas familiares es que se prolongan en largas sobremesas. Sucede cuando los hijos son mayores, pero cuanto más pronto dé inicio el ciclo de sobremesas, mejor. Un tema amplísimo que aquí esbozamos.

Los beneficios de las comidas familiares compartidas

Nos vamos a poner un poco serios: la investigación señala que la cohesión familiar, el modelo paterno, genera dinámicas que impiden, o atenúan mucho, las conductas de riesgo como el tabaquismo, el consumo de alcohol, de drogas, la ansiedad, la depresión, etc. Y en positivo se alcanza mayor integración escolar pues la mesa es además un ensayo del mejor ambiente en el aula. El niño en el aula entonces aprende a escuchar, a esperar, focalizarse en la voz del maestro y así logra aprender. Y también a practicar el respeto, la apertura, y la capacidad de preguntar al profesor aquello que no entiende. Si los tiempos de comidas son caóticos nada se resuelve y equilibra. Y a la inversa: los mejores y prolongados tiempos de comidan equilibran y ofrecen bienestar a todos: unidad, coherencia, convergencia de esfuerzo: saber quiénes somos como familia y a dónde vamos. Y si estas mesas funcionan luego todo facilita un ilimitado ocio familiar compartido que vuelve a ser un predictor de éxito en muchos planos. Por ejemplo viajes familiares donde la convivencia, si es esmerada, se convierten en un modelo para muchos otros momentos.

por Familia, Educación y Cultura, ReL

 Vea también      El Trabajo y la Fiesta en la Familia















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