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miércoles, 23 de diciembre de 2015

10 cosas que recordar al recibir la Comunión

Lo que recibimos es un milagro y un don, jamás debemos tomarlo a la ligera

misa jornada mundial de juventud

Greg Kandra, aleteia
Pronto se llenarán las iglesias con personas que no van a misa de forma regular. Descubriremos algunos rostros poco familiares entre los bancos.

También sé que me encontraré a personas en fila para comulgar que nunca he visto antes; algunas serán las ocasionales que vienen sólo por Navidad y Pascua, otras serán visitantes que vienen de fuera.
Y también sé que, inevitablemente, me voy a encontrar a personas recibiendo el sacramento de las formas más creativas.

(Por cierto, en mi parroquia dejamos de ofrecer la Preciosa Sangre hará un par de años, a causa de un gran brote de gripe, y nunca hemos retomado la práctica).

He aquí un debate que durará hasta la Segunda Venida, pero lo básico no tiene discusión: una recepción respetuosa del Cuerpo de Cristo es mucho más que el simple conflicto protocolario entre arrodillarse y quedarse de pie u ofrecer la lengua o la mano.

He visto a personas recibirlo de forma respetuosa e irrespetuosa, de todas las formas imaginables. La actitud lo es todo y la catequesis también hace mucho. También influye la costumbre local.

Pero hagas lo que hagas, que No sea esto:
1. No extiendas la mano si no quieres recibir en la mano. Hace poco, un chico que venía a recibir la comunión casi se me cae de bruces tratando de inclinarse para recibir la hostia en su boca antes de que llegara a su mano. Tuve que sostenerle. “Decídete, ¿qué quieres hacer?”, le pregunté. Sonrió avergonzado y extendió la mano. “Lo siento”, musitó.
2. Si recibes en la mano, nada de guantes.
3. Si recibes en la lengua, nada de bocados. Por favor.
4. Ni caramelos ni chicles en misa. Al dar la comunión en la lengua a algunas personas, no he podido evitar notar lo que parecían manchas coloridas de caramelos para la tos.
5. Recuerda: estás recibiendo la comunión, no yendo a cogerla. No alces el brazo para agarrar la hostia. (Un sacerdote amigo mío llama a este tipo de comulgante “el atrapacuerpo”).

Lo que sí debes hacer:
6. Mientras esperes en la fila, reflexiona sobre lo que estás haciendo y por qué. Piensa en a quién estás a punto de recibir.

7. Si sientes sobrecogimiento, no lo reprimas. No es para menos, la comunión es algo extraordinario.

8. Consume el Cuerpo de Cristo en ese instante. No lo agarres y te marches. He perdido la cuenta de la cantidad de personas que he tenido que detener porque se estaban largando con la hostia sin haberla consumido.

9. Ábrete a experimentar el cambio y a crecer en gracia. En no pocos casos se puede aplicar el dicho “nos convertimos en lo que recibimos”. Este es uno de esos casos, piénsalo (una vez más, esto es algo extraordinario).

10. Nunca lo olvides: hubo personas que murieron para que pudiéramos estar haciendo esto. Hay otras por todo el mundo que mueren por estar haciéndolo. Otras muchas ansían poder hacerlo y, por una serie de razones, no pueden.
Esto no es una exageración: lo que recibimos es un milagro y un don. Jamás de los jamases debemos tomarlo a la ligera.
Después de todo, la palabra eucaristía significa “acción de gracias”. Así queda gracias y alaba la gloria de Aquel que hizo posible este aleccionador don de gracia.

Por último, al margen de cómo lo hagas, recibe lo que se te ofrece con asombro, amor y gozo.

En el momento de recibir la comunión, damos la bienvenida a Cristo en nuestro mundo, al igual que hicieron María, los pastores y los reyes magos.

Esos sentimientos que abrigaron aquel establo en Belén, tantos siglos atrás, son los mismos sentimientos que deben iluminar nuestros corazones cada vez que damos la bienvenida a Cristo en nosotros, aquí y ahora.

Toda misa es Calvario. Pero cada recepción de la Eucaristía es, en cierto sentido, Belén: la “casa del pan”, el lugar donde Dios entra en nuestras vidas, nuestra historia, nuestros corazones, nuestros cuerpos. Estos son los sentimientos que debemos abrigar cuando nos inclinamos a recibir la Comunión.

Al igual que Dios vino por primera vez al mundo y habitó entre nosotros como un niño, vuelve ahora a nosotros, en la forma de una frágil y humilde pieza de pan.

¡He aquí el Cordero de Dios!

¡Venid, venid a adorarlo!

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