La interesante experiencia de un joven que ha decidido ser sincero
y compartir lo que ha vivido
y compartir lo que ha vivido
Parece extraño, pero sí, la pornografía me enseñó y ha enseñado a muchos jóvenes qué es el amor. Con la pornografía he aprendido la diferencia entre amar a una persona y consumir su cuerpo. He aprendido a “amar” mis deseos y a satisfacerlos, sea como sea. He aprendido a “amarme” a mí mismo, mi ombligo y mi pene. He aprendido.
Así es como nuestra juventud ha aprendido a amar. En los sitios web, en las películas o en cada escena de una telenovela, la pornografía explícita es cada vez más normal, más habitual, y se ha convertido en la propuesta pedagógica de algunos padres para enseñar la sexualidad a sus hijos. Así vivimos y maduramos. Se nos enseña a creer que las relaciones duraderas son las que funcionan bien en la cama, y que el amor se expresa cuando alcanzamos el máximo placer sexual. La pornografía me ha enseñado lo que entiende por amor. Amor en alquiler. Amor a la carta. Amor de … eso, cualquier cosa menos el amor.
Cuando comprendí cuán condicionados estamos, me he visto rodeado: por un lado el mundo sexualizado, por el otro la pornografía que nos enseña a amar. No hace falta mucho para darse cuenta de que los dos lados se tocan, como en los filmes americanos cuando las paredes se mueven. Sabemos bien lo que sucede al que se queda en medio.
Y es allí donde la pureza, como un “clavo salvador”, empujaba a uno de los lados y le impedía continuar con el aplastamiento inminente. Cuando me di cuenta de la belleza que lleva y del escudo en que se transforma, vi que había esperanza, que había un camino.
La pureza puede no estar de moda para algunos, pero para quien comprende su belleza es como dar a la novia un anillo de diamantes y pedirla en matrimonio: ¡clásico y bello! Es la pureza, es solo ella la que puede indicarnos el camino del amor. No es la bruja mala que lo prohíbe todo e impide la felicidad instantánea. Es la salvadora que en el último momento nos saca de las fauces del devorador. Es ella la que guarda al amor del egoísmo y de todas las demás enfermedades sexuales corruptibles.
Conociendo la pureza, he conocido los ojos de mi novia, su sonrisa y su forma de hablar, y también su forma de bailar como algo bello, y las expresiones escépticas a todo caso médico explicado mal en los testimonios que se oyen. En la pureza he conocido su sueño de tener hijos y he comprendido que no era el momento de entrenarse para tenerlos, sino de entrenarnos para ser buenos padres, y esto está bastante lejos de la cama.
Comprendiendo la pureza y su función protectora, he logrado mirar con otros ojos la más bella creación de Dios: la mujer. He logrado ver en cada rostro y en cada cuerpo la mano de Dios. He contemplado su dignidad de hija y he alabado al Creador por tanta belleza. Sobre todo, he entendido que esta belleza fue creada para ser cuidada, custodiada y conservada, no consumida. Debo ser el que protege, y no el que destruye.
Si es así, tenemos que comprender que la pornografía nos enseña a amarnos a nosotros mismos; la pureza nos lleva a amar al otro. La pornografía nos lleva a consumir, la pureza a custodiar. La pornografía nos hace discutir, la pureza nos hace relacionarnos. La pureza nos devuelve la mirada que la pornografía robó, y el sentimiento que no existiría si yo viera solo piernas y pechos.
Si la pornografía os ha enseñado muchas cosas, rezad a Dios para que la pureza os reeduque. Que el Señor pueda suscitar en vuestro corazón el verdadero sentimiento robado por el sexo explícito e incontrolado. Pedid a Dios que la pureza y la claridad de su Santo Espíritu puedan, en primer lugar, devolveros la condición original: imagen y semejanza de Dios. Que Él traiga sobre todo el don de amar la pureza.
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