37. La Palabra es potente.
(Cánon: Relato de la Ultima Cena,
Consagración)
Quien es católico escucha con tristeza el
nombre de Martín Lutero. Es él que ha dividido la única Iglesia. Sin embargo
Lutero ha tenido intuiciones profundas y ha hablado palabras importantes.
Fue hace cuatrocientos años (1529). En
Marburg, la ciudad del duque de Hessen, Martín Lutero tuvo un encuentro con
Ulrich Zwingli. El reformador suizo Zwingli presentó su doctrina: En la Misa el
pan sólo sirve como símbolo, como signo del cuerpo de Cristo. Entonces Lutero
entró en cólera y dijo: "Esta palabra es demasiado potente! Dice: Esto es
mi cuerpo. No se puede tergiversarla".
Lutero tiene razón. Cuando Dios dice:
"es" entonces la palabra "es" no expresa
"significa" o "semejante a". Dios dice: "Esto es mi
cuerpo". Entonces es su cuerpo. La palabra es demasiado potente.
Cuando Jesucristo había comido con sus
discípulos el cordero pascual en el cenáculo e instituyó la Eucaristía,
faltaban pocas horas hasta su pasión y muerte. Él preveía claramente la dura
realidad de su pasión y muerte. Por eso quiso instituir su Testamento. No era
posible emplear conceptos vagos. A partir del contenido tremendo de la hora hay
que acoger la palabra "es" en toda claridad, verdad unicidad: Es =
es.
Santa Isabel de Turingia estaba en camino,
como tantas veces, para socorrer a los enfermos. Había hecho un pliegue con su
manto y había guardado y escondido en el todo tipo de víveres: harina, pan,
mantequilla y carne. La calumniaron ante su esposo el Landgrave: "Todo se
lo lleva". Disgustado el landgrave le fue al encuentro: "¿Qué es lo
que llevas en tu manto?" Abrió el pliegue de su manto y se veía unas ramas
de la rosaleda como había muchas en el castillo.
Convertir cosas buenas en ramas con
espinas. Los víveres tan provechosos que podían llevar salud a los enfermos, se
convierten, se ven como ramaje espinoso que crece en cualquier rincón, en
cualquier muralla.
Algo similar pasa en la Santa Misa: Dios
nos regala el cuerpo glorificado y la sangre de su Hijo Jesucristo. Pero
nuestros ojos de carne sólo ven pan y vino, cosas ordinarias de todos los días,
que puedes encontrar en una casa cualquiera. - Llevamos en el manto de los
vasos litúrgicos dorados al Ser del mundo. Pero sólo vemos el pan que creció en
espigas en el campo, el vino que creció en una viña pedregosa.
Una gran diferencia: En el caso de Santa
Isabel lo precioso se convierte en ramaje. En la Santa Misa el pobre alimento
humano se transforma en el cuerpo de Cristo. - Es igual en los dos casos: Vemos
lo insignificante. Lo que es precioso sigue escondido.
El ojo fracasa. El oído es fiel. Así reza
admirado Santo Tomás. Así dice también nuestra fe. La palabra "es" es
demasiado potente. Ese pan es el Cuerpo de Cristo.
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