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lunes, 6 de febrero de 2017

La Santa Misa contada en Historietas 38



La Santa Misa contada en Historietas

38. Una religiosa ahuyenta a los sarracenos.
(Cánon: la Elevación de las Formas Sagradas)


En los tiempos en que vivía san Francisco, uno de los santos más grandes y quizás el más simpático, Italia estaba dividida. Desde el sur subían los sarracenos, es decir, mahometanos de África del norte. Por todas partes sembraban el pánico. Robaban, saqueaban y asesinaban.

Ante las puertas de Asís, la ciudad de san Francisco, las religiosas habían edificado un pequeño convento cerca de la iglesia de San Damián. Se encontraban sin protección fuera de la muralla, entre viñedos y olivares. Era un convento muy pobre. Llamaban a las religiosas "clarisas " según el nombre de su fundadora, Santa Clara. Dormían en el suelo y ayunaban le mitad del año. Se les había prevenido a las religiosas: los sarracenos están a la vista. Pero ellas no tenían miedo. Cuando se retiraban para descansar tenían el privilegio de poder llevar el santísimo y colocarlo en el nicho del balcón cerca del dormitorio. Esto las tranquilizaba.

Una noche las clarisas escuchaban ruidos. Sonaban las armas, linternas brillaban en la oscuridad. Hombres vociferaban. Las escaleras retumbaban contra los muros del convento. Las religiosas seguían tranquilas en su sitio. Se arrodillaban y se pusieron a rezar. La superiora salió al balcón y vio el peligro enorme. Una gran bandada de feroces sarracenos se aprestaban se asaltar el convento. Del nicho sacó el recipiente del santísimo con las dos manos. Se aceró al murito del balcón. Levantó en alto el santísimo. Mientras tanto rezaba como solían rezar las religiosas en las celebraciones: "Defensor noster aspice - oh Dios que eres nuestro protector, mira al enemigo y sus intenciones. Protégenos, Señor, que nos has comprado con tu sangre".

Cuando estaba parada así, elevando en alto el recipiente con el cuerpo de Cristo, la iluminó un rayo de la luna. Un sarraceno que ya se encontraba en el último peldaño de la escalera, se asustó tanto, que quería bajar. Pero al bajar pisó al que le seguía y por eso cayó al suelo. También los demás se llenaron de miedo. En medio del asalto pararon comenzaron a huir, corriendo bajaron la colina y en turbulenta carrera se alejaron de Asís.

Así salvó Santa Clara el convento y la ciudad elevando en alto el santísimo sacramento.

Ha concluido la consagración. El sacerdote ha pronunciado el relato de la última cena, las palabras de Cristo ha sido poderosos y efectivos: "Esto es mi cuerpo! Esta es mi sangre". Después de la palabra sobre el pan, después de la palabra sobre el cáliz el sacerdote eleva el cuerpo de Cristo y la cáliz con la sangre de Cristo. Los fieles pueden mirar, contemplar. Es hermoso, poder entrar en contacto con Cristo por la vista. Pero al mismo tiempo el sacerdote cree poder ver los enemigos que quieren asediar a la Iglesia y a la cristiandad y quieren destruirlas. Así que eleva la hostia y el cáliz sobre los angustiados. En su interior ve cómo los asaltantes de los hombre resbalan y caen. Los redimidos por la sangre de Cristo son salvados.

Justo en los años cuando la elevación del santísimo sacramento salvó al convento y a la ciudad de Asís, se comenzaba con la introducción de la elevación del pan y del vino en cada santa Misa. No se trata sólo de mostrar. Miramos y sabemos que estamos seguros de todos nuestros enemigos. El cuerpo de Cristo resplandeciente en la eternidad, es para nosotros salvación y salud.

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