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lunes, 20 de febrero de 2017

Para los cristianos que no van a Misa los domingos



 Los que no van a misa el domingo


por Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo

El Obispo escribe a sus fieles con frecuencia; lo hace de modo general; en ocasiones me dirijo a los niños, a los padres, a los mayores o a los enfermos; también a los jóvenes como grupo específico, o a los fieles laicos. 

Hoy quiero hacerlo a los cristianos que no van a Misa el día del Señor. No es un grupo definido, pero son muchos, sobre todo jóvenes, los que cada domingo no se reúnen con los demás cristianos para celebrar la memoria de Jesucristo, su muerte redentora y la gloria de su resurrección, que es la esperanza de nuestra salvación.

¿Cómo definir esta manera de actuar? Al menos, como chocante, porque desde las primeras comunidades cristianas lo que definía a los seguidores de Cristo era que “perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan (esto es, la Eucaristía) y en las oraciones” (Hechos de los Apóstoles 2, 42). 

Sin el domingo y la celebración de la Misa en él algo va mal en la vida de esos cristianos, que han querido ser bautizados, celebraron la Confirmación y en una celebración de la Eucaristía recibieron a Jesús por primera vez. 

De modo que, cuando algunos jóvenes y no jóvenes, que son religiosos y van a Misa, son tachados en esta sociedad “cristiana” casi de estar mal de la cabeza. 

Se puede creer en los astros, en los adivinos, en la magia blanca o negra, se puede no faltar al “rollo” del viernes o del sábado, pero creer en Jesucristo levanta sospechas. La superstición está mejor vista que la verdadera religión. Es duro, pero es verdad.

¿Qué pensar de este fenómeno que acontece en tantos cristianos? No basta decir, y hay que hacerlo, “la Misa de los domingos es obligatoria bajo pena de pecado mortal”; tampoco vale afirmar “da igual, los que van a Misa muchas veces son peores que lo demás”, porque eso es falso y falaz. Pero realmente en ocasiones no sabemos qué argumentar a los que confiesan “la Misa no me dice nada”, o “voy cuando me apetece”. 

No. Por ahí no vamos a ninguna parte: ni funcionan los mecanismos de la mera imposición, ni los de castigos o del temor.

¡Cómo me gustaría despertar en los cristianos, sobre todo en los jóvenes, una estima y valoración personal de la Eucaristía dominical como una necesidad para la propia vida! Esa es la cuestión. 

Y lo primero y principal es desarrollar conscientemente en sacerdotes, educadores cristianos, padres y madres de familia una valoración mucho más positiva de la riqueza inestimable de la Misa dominical. 

El mal ejemplo de padres, que quieren que sus hijos hagan la primera comunión y no van nunca a Misa ni enseñan a sus hijos a esa celebración, es nefasto. Y es hipócrita. Lo mismo si el mal ejemplo viene de maestros cristianos y catequistas, y de sacerdotes que no resaltan constante y suficientemente la riqueza del Santo Sacrificio.

Junto a eso, necesitamos fundamentar la presentación de lo que es realmente la Eucaristía que nos dejó el Señor, para que sean personalmente asimiladas.

La Eucaristía es la celebración/conmemoración, y por eso actualización del ofrecimiento de Cristo en la Cruz, acto supremo de adoración a Dios, el mayor gesto de fraternidad y justicia de la historia de los hombres. 

Y es el acto de Presencia de Cristo con los suyos que, resucitando, vence a la muerte y el pecado y nos abre el camino a la vida plena, eterna, interminable. Y eso sucede en domingo. 

Nada es comparable al día del Señor y a la Eucaristía que, en domingo o sábado en la tarde, celebra la Iglesia: La Eucaristía salva a la comunidad reunida, a veces empobrecida y colonizada por las ideas y las costumbres de una sociedad de la indiferencia religiosa y del desconcierto.

+Braulio Rodríguez Plaza,
Arzobispo de Toledo y Primado de España


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