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jueves, 14 de diciembre de 2017

Cómo adaptar el lenguaje de hoy a la evangelización: Tres cambios fundamentales para el catequista


Cómo adaptar el lenguaje de hoy a la evangelización: Tres cambios fundamentales para el catequista
El padre Manuel María Bru ofrece dos claves
para renovar el lenguaje de la evangelización y de la catequesis


Cómo llevar el mensaje del Evangelio a los alejados y a los 
jóvenes con un lenguaje que entiendan y de una manera que 
sea capaz de llamarles la atención. Esta es una cuestión muy común 
a la que evangelizadores y catequistas se enfrentan de manera constante en
 una sociedad en constante cambio y ya secularizada, que ya no entiende 
el lenguaje religioso.

El propio Papa Francisco habla del anuncio de la Palabra que se da en 
la catequesis aunque destacando igualmente la necesidad de una “adecuada ambientación y una atractiva motivación”. Es precisamente aquí donde
 pretende arrojar luz el sacerdote Manuel María Bru, doctor en Periodismo, presidente de la Fundación Crónica Blanca y profesor en varias universidades.

En su nuevo libro Asombro y empatía (Ciudad Nueva) ofrece “dos claves
 para renovar el lenguaje de la evangelización y de la catequesis”. 
El libro ofrece algunas claves para una nueva evangelización cada vez más 
urgente.

La importancia del "asombro"
En primer lugar, Bru destaca la importancia del “asombro” en la evangelización,
 un lenguaje que lleve a recuperar “una verdadera catequesis de la experiencia, de iniciación y de conversión cristianas”.

Esta experiencia lleva a superar “una catequesis meramente doctrinal” que no entienden los que no han tenido la experiencia religiosa del asombro. Pero también debe ir más allá de aquella catequesis que para intentar conectar con el joven o el alejado no abre “una puerta a la experiencia del asombro ante Dios y de la conversión e Él”.

Sólo es capaz de contagiar el asombro quien vive del asombro”, explica el autor.

Sin empatía la evangelización no cala
No menos importante que el asombro es la empatía, la forma de presentarse ante el otro para anunciar el Evangelio. No sólo es ofrecer esta Buena Nueva sino cómo ofrecerla. Es por ello por lo que el Papa Francisco habla de que es “bueno que puedan vernos como “alegres mensajeros”.

Es importante tener un lenguaje y una forma de transmitir que “conecte” con una sociedad que el autor define como “la cultura débil del tiempo posmoderno, de la sociedad de la información y, entre otras muchas cosas, líquida y desvinculada".

Un cambio en el lenguaje y en el enfoque
Atendiendo a esta cultura de hoy, la evangelización y sobre todo la catequesis necesitan un formato diferente al que se ha llevado a cabo durante décadas. El lenguaje religioso y el lenguaje de hoy necesitan cambiar los verbos. Hay que pasar de explicar, entender y aprender a otros “más adecuados a la naturaleza misma de la catequesis”.



Estos son los verbos a utilizar hoy que propone este libro:

1. Provocar e inquietarse
En primer lugar el catequista o cualquier cristiano tienen que 
“provocar” interrogantes e inquietudes vitales propias 
del anhelo religioso en el catecúmeno o en el alejado
La respuesta deseable por parte del destinatario 
de este mensaje sería el “inquietarse” ante una provocación que 
despierta una dimensión latente en este catecúmeno. Sin este paso, 
“difícilmente pueden darse  los siguientes, menos aún si el planteamiento 
sigue siendo el de enseñar/aprender, pues, como expresa la parábola del 
sembrador, la semilla caería en piedra, no entraría en la entraña vital del evangelizado, y resbalaría”.

2. Promover y acoger
En este proceso catequético se pretende de manera paulatina 
“promover” una experiencia de Dios en la vida de la persona
En este caso, el catequista en particular y la comunidad cristiana en general
 tienen que ayudar, empujar y alentar este movimiento paulatino que está 
realizando el catecúmeno y que debe hacer suyo.

Por ello, no se trata tanto de enseñar como de promover ni de 
aprender como de acoger.

3. Asombrar y asombrarse
Esta debería ser el punto al que se debería llegar pero “no tanto como fase final del proceso, sino momentos en que el testigo es capaz de asombrar con su testimonio y el acompañado en el itinerario catequético es capaz de asombrarse”. Y es que sin asombro ante el Misterio de Dios, explica el autor, no hay verdadera experiencia religiosa y por tanto iniciación cristiana.

Por todo ello, el cristiano “debería identificarse ante todo por ser un asombrado, y como tal, alguien capaz de asombrar a quienes lo rodean”.

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