En varias ocasiones he insistido en que ante este tipo de comportamientos no valen tibiezas. Como madre no me conformo con que mis hijos no sean los que “dan” o “acorralan”, porque lo que espero de ellos es que defiendan al que sufre y cuenten a un adulto lo que ven. Y en este sentido he tenido que utilizar todo mi poder de convicción para hacerles ver que no hablamos de chivarse, sino denunciar algo que genera mucho dolor y que por tanto hay que cortar cuando antes.
Hoy, sin embrago, quiero dar otro enfoque bien distinto a mi reflexión.
Cada vez soy más consciente de lo complicado que resulta detectar determinadas situaciones con la dinámica que llevamos.
Si un niño tiene dificultades con la comprensión lectora o la mecánica de las divisiones por dos cifras, ahí están las pruebas que casi semanalmente les hacen en Educación Primaria para detectar que un niño necesita ayuda en un tema concreto. Pero lamentablemente no es igual de sencillo detectar casos de acoso, en los que los menores pasan tiempo y tiempo sufriendo antes de que un adulto se dé cuenta de lo que verdaderamente está pasando.
Y con este tema me viene a la mente uno de los refranes que repetía mi abuela, “quien mucho abarca poco aprieta”.
Me explico.
Tanto en casa como en el colegio vivimos cierta obsesión por hacer un montón de cosas. En mi opinión pecamos de activismo. Los niños tienen que tener sesiones de inteligencia emocional, actividades en las que aprendan a ser solidarios, proyectos en los que desarrollen su capacidad emprendedora y mucho más… Últimamente parece que hay que abarcar más que nunca y corremos el riesgo de perder capacidad para observar lo que verdaderamente sucede en clase o en el patio, más allá de lo que ellos verbalizan o explicitan.
Cuando vamos con tantas prisas perdemos capacidad contemplativa. Y contemplar es lo que nos permite obtener la información más valiosa, profunda y existencial de nuestros hijos.
Solo podremos prevenir el acoso, en lugar de reaccionar a una situación que ya ha generado demasiado sufrimiento cuando seamos capaces de observar si los grupos de juego en el patio son abiertos o cerrados, por qué se producen los cambios en una pandilla, o por qué un pequeño está de mal humor o nos mira con un gesto esquivo.
Valoro mucho todo lo que se hace en los colegio y creo que también en casa los padres echamos el resto por dar lo mejor a nuestros hijos . Pero creo que hay momentos que requieren pararse pensar y hacer algo de autocrítica ¿No sería mejor centrarnos en lo más importante y ganar en capacidad de observación y contemplación?
Hay cosas fantásticas que mis hijos hacen en el colegio y que en mi época ni se planteaban, como tener un huerto, apoyar proyectos solidarios, aprender a trabajar en equipo o favorecer el emprendimiento. Pero me pregunto si no estaremos abarcando demasiado mientras perdemos eficacia a la hora de detectar situaciones que generan mucho sufrimiento no solo a los niños que las padecen, sino también a las familias. En una jornada como la de hoy, me asaltan las dudas. @amparolatre
Amparo Latre Gorbe, aleteia
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