Cuando la maternidad nace dentro de un matrimonio es un evento realmente hermoso, incluso cuando aquel niño que viene no se encontraba “dentro de los planes”. Si los padres se aman y ponen el hombro juntos para afrontar cualquier dificultad, todo pasa, porque el amor lo puede todo. Un embarazo llevado de a dos, corresponsablemente, es algo precioso. ¿Suena ideal? Sí, es lo ideal. Pero no ese ideal imposible que solo existe en los libros. ¡Es posible amarse así!
El amor cuando es verdadero, «todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue» (1 Cor 13). Eso es lo hermoso de un matrimonio que se ama no solo incondicionalmente sino que también camina de la mano de Dios.
Cuando llega el día de la madre, me es inevitable pensar cómo era antes de serlo. En cómo cambió mi vida con esas primeras náuseas, con la primera noche que pasé en vela. Cómo me fue difícil volver a reconocer mi cuerpo, como coordinar la vida de calma, que hasta ese momento vivía, con lo caóticamente hermoso de la maternidad. No sé para ustedes pero para mí fue difícil, me sentí sola, cansada, juzgada y parecía que nada lo hacía bien. Sumado a todo esto la relación con mi esposo cambió totalmente. Claro ya no éramos los dos contra el mundo, éramos tres (y pronto seríamos 5, y sabe Dios cuántos más).
Cuando la maternidad llega los cambios son duros no solo para mamá sino también para papá. De las muchas cosas que podría criticar del mundo actual hay algo que me parece absolutamente positivo y esto es el valor que se le está poniendo a la relación de pareja por sobre los hijos.
Creo que la cultura sudamericana se caracteriza por familias numerosas, por madres abnegadas y padres que sostienen. Esto es un valor que necesitamos preservar a toda costa. Pero no todo ha sido perfecto. La relación de pareja muchas veces se ha dejado de lado y no han sido pocos los matrimonios que han sufrido las consecuencias.
Este año en el día de la Madre quisiera reflexionar en la relación de los esposos, en que el matrimonio, el amor conyugal, debe ser símbolo del amor de Cristo por su Iglesia. Y en ese sentido el rol tan importante que el padre debe cumplir en todo esto. La madre, por su misma naturaleza femenina al ser madre, tenderá a nutrir a cuidar, a salir de ella misma y entregarse por completo incluso olvidándose de ella misma (y algunas veces del esposo).
Este comercial me encanta porque capta de un manera muy simple y hasta romántica una intervención necesaria del esposo en todo esto de la maternidad. No solo se trata de compartir el cuidado de los hijos. Se trata también de no dejar de ser esposo. Él con cariño, busca ese espacio para los dos. No lo exige, ni lo fuerza, sino busca crearlo con amor. Ayudar a volver la mirada al amor que los unió desde el principio y seguir alimentándolo. Ser padre es parte de esto, pero no solo, creo que ser esposo y enamorar a la esposa una y otra vez es parte fundamental de un matrimonio feliz.
Este día de la madre, no solo cocines para ella, o seas el que lava los platos… sé el esposo que la convirtió en madre.
Silvana Ramos, catholic-link
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